DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UNA PEREGRINACIÓN DE ÁVILA
CON MOTIVO DEL IV CENTENARIO
DE LA MUERTE DE SANTA TERESA DE JESÚS
Jueves 8 de octubre de 1981
Querido hermano en el Episcopado,
señor Alcalde,
concejales y abulenses,
conciudadanos de Santa Teresa de Jesús,
Siento profunda satisfacción en recibir hoy a este numeroso grupo vuestro, que me hace espiritualmente presente a todos los habitantes de Ávila, ciudad que tuvo la dicha de ser cuna de una de las mayores figuras de la historia eclesial.
Este encuentro tiene lugar precisamente en el marco del cuarto Centenario de Santa Teresa de Jesús, que está a punto de ser inaugurado en Alba de Tormes y en Ávila, esas dos ciudades tan íntimamente ligadas, por origen y por conservar sus restos mortales, a la gran reformadora del Carmelo.
Os agradezco esta visita, que de algún modo es un primer jalón en las celebraciones centenarias con la participación del Papa, a quien las conocidas circunstancias no han permitido estar con vosotros en los próximos das, pero que renueva sus deseos de que la Providencia le depare, en un no lejano futuro, el momento propicio.
Entre tanto, mi Enviado Especial el Cardenal Ballestrero hará más viva mi presencia en las celebraciones inaugurales del Centenario, que la Jerarquía eclesiástica ha ido preparando con oportunas iniciativas. Para que sea de veras en toda España un año de renovación en la fe, en la esperanza, en la interioridad religiosa del pueblo fiel, en el testimonio de vida cristiana en el actual momento histórico de vuestra Patria, en el coherente comportamiento individual, familiar y social del católico español, sin presunciones ni falsos complejos, como miembro de la comunidad política y de la Iglesia.
Es necesario que el rico patrimonio dejado por Teresa de Jesús sea meditado a fondo e inspire una profunda renovación en la experiencia interior del pueblo, para que as se revitalice toda la vida eclesial, en sus múltiples manifestaciones.
La figura gigante, no sólo local o nacional sino universal, de la Gran Teresa ha de ser un fuerte estimulo en esa dirección. A ello invita el nombre que ella eligió como configuración de sí misma, Teresa de Jesús, y con el que le ha conocido la historia de cuatro siglos, en campo eclesial, cultural, en la piedad, en la teología espiritual y en el arte.
Por ello muy gustoso rindo este homenaje a esa Santa, a la que junto con San Juan de la Cruz me siento particularmente vinculado, y a la que con razón mi predecesor Pablo VI declaró en 1970, en reconocimiento de sus singulares méritos y significado eclesial, como la primera mujer Doctora de la Iglesia.
Ser conciudadanos o compatriotas de Teresa de Jesús es un timbre de gloria, pero es también un compromiso a inspirarse en ella; en sus enseñanzas y ejemplo, para ser fieles a su legado universal, en un empeño de ser cada vez mejores ciudadanos e hijos de la Iglesia.
Asegurándoos mi frecuente recuerdo en la plegaria, para que este año Centenario surta los frutos espirituales deseados, os doy con profunda benevolencia la bendición apostólica, que extiendo a todos los abulenses.
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