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VIAJE APOSTÓLICO 
A NIGERIA, BENÍN, GABÓN Y GUINEA ECUATORIAL

DISCURSO DE JUAN PABLO II
AL PRESIDENTE DE GUINEA ECUATORIAL*

Malabo, 18 de febrero de 1982

Señor Presidente:

Con mucho gusto contesto a las palabras que Usted acaba de pronunciar, referentes al significado de mi presencia en esta Nación.

Agradezco sus nobles expresiones y correspondo manifestando a Vuestra Excelencia los sentimientos de profunda estima que nutro hacia el querido pueblo de Guinea Ecuatorial, sus valores, su vida como entidad histórica y sus anhelos frente al futuro.

Me es muy grato, por ello, saludar a Vuestra Excelencia, quien como Presidente de la Nación, es el centro simbólico hacia el que convergen las vivas aspiraciones de un pueblo a un clima social de auténtica libertad, de justicia, de respeto y promoción de los derechos de cada persona o grupo, y de mejores condiciones de vida, para realizarse como hombres y como hijos de Dios.

Aceptando la invitación que amablemente se me hiciera para visitar Guinea Ecuatorial, he querido traer una mayor cercanía de la Iglesia, que mira con simpatía profunda a los hijos de esta Nación y desea alentarlos en la búsqueda de ese futuro mejor que justamente tratan de lograr.

En este importante y delicado momento histórico que vive su Patria, quiero asegurarle, Señor Presidente, que la Iglesia en Guinea desea colaborar con lealtad al bien común, poniendo a disposición su ayuda para la elevación moral de las personas, su obra en favor de la reconciliación de los espíritus y su servicio en los campos educativo y asistencial.

Al ofrecer esto, la Iglesia quiere servir la causa de la dignificación del hombre en todos los aspectos. Sin reclamar más que el justo clima de libertad, comprensión y respecto, que le hagan posible el pacífico desarrollo de su misión espiritual y humanizadora. Los bien conocidos y dolorosos acontecimientos del pasado, cuyos efectos negativos siguen notándose en campo eclesial y social, no han empañado su voluntad de seguir sembrando el bien.

Prueba de ello son las múltiples iniciativas asistenciales, educativas y de otro tipo, que junto con los hijos de esta tierra, y unidos a ellos en la misma benemerencia y amor al hermano ecuatoguineano, han emprendido tantas personas venidas de otros Países, sobre todo de España, consagradas al ideal de servir al Evangelio. Su labor es dar testimonio de sus propósitos, basados en la propia fe, que para hacerse ayuda fraterna, con estabilidad y esperanzas de segura continuidad, quizá sólo aspiraría a un adecuado estatuto jurídico, sobre todo en el campo de la docencia.

Estoy seguro de que las reservas morales de este querido pueblo impulsarán ese clima de colaboración mutua y de unidad de intentos, que sirvan a implantar condiciones de creciente moralidad privada y pública, capaces de conducir a un verdadero y creciente progreso espiritual y material. En esa tarea pueden hallar su puesto todos los hijos del País, los que viven dentro y fuera del mismo, y que aspiren a trabajar por él, por encima de barreras contingentes.

Tengo la firme confianza de que con la contribución de todos, el propio tesón, la voluntad decidida de los Responsables de la cosa pública y la aportación de los mejores consejeros y colaboradores, así como con la ayuda de otros Países amigos, Guinea superará las etapas difíciles de su existencia y hallará el lugar que le compete en el concierto africano e internacional.

Con estos fervientes votos, pido a Dios que guíe los destinos del País y bendiga largamente a los Responsables y a todos sus habitantes.


*AAS 74 (1982), p. 631-633.

Insegnamenti di Giovanni Paolo II, vol. V, 1 pp. 577-578.

L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, n. 9, p.10.

 

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