DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS DE LA PROVINCIA ECLESIÁSTICA DE VALENCIA
EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»
Sábado 26 de junio de 1982
Amadísimos Hermanos de la provincia eclesiástica de Valencia,
1. Con verdadera estima fraterna e íntima alegría os recibo esta mañana, con ocasión de vuestra visita conjunta “ad limina Apostolorum”, después del coloquio individual tenido con cada uno de vosotros.
Doy ante todo gracias al Señor porque el afecto colegial y la solicitud por la Iglesia nos halla en esa sintonía de sentimientos, cuya preservación, y si es posible consolidación, es uno de los objetivos prioritarios de estas visitas periódicas al Sucesor de Pedro por parte del Episcopado de las diversas circunscripciones eclesiales.
Al recibiros hoy, viene a mi mente cada uno de los grupos de hermanos vuestros, los demás Obispos de España, que han realizado antes sus visitas ad limina, de las que la vuestra es la conclusiva. Me alegro, por ello, de poder renovar con vosotros los sentimientos de vivo afecto que he manifestado en las sucesivas ocasiones al Episcopado y a los fieles de España. Esos sentimientos se dirigen hoy de modo particular hacia cada miembro de vuestras respectivas diócesis.
2. Sin embargo, este encuentro con vosotros no lo veo como el punto final de unos contactos con los Obispos de la Iglesia en España de los que guardo muy gratos recuerdos. Es más bien el preludio del ansiado encuentro que, Dios mediante, espero tener con el querido pueblo español durante mi ya próxima visita a vuestra Patria.
Sé bien que ésta no podrá extenderse, lamentablemente, a muchos lugares que tantas personas desearían vivamente que visitara. Pero desde ahora quiero asegurar a todos que, aunque obvios motivos de orden práctico impongan evidentes limitaciones de tiempo y espacio, por encima de cualquier localización o contingencia geográfica, mi estima y afecto van por igual a toda la Nación española, destinataria de mi viaje apostólico en toda su dimensión religiosa.
3. Vuestra provincia eclesiástica comprende una vasta e importante zona que tiene valores y características propias, dentro de una cierta heterogeneidad, sobre todo en el campo económico-social.
La consolidada tradición cristiana de vuestro pueblo se refleja en la larga lista de grandes figuras eclesiales a las que él se siente particularmente vinculado: San Vicente mártir, San Vicente Ferrer, San Luis Bertrán - del que se acaba de celebrar el cuarto centenario de su muerte - San Pascual Bailón, los Santos Arzobispos Tomás de Villanueva y Juan de Ribera, las Santas María Micaela y Teresa de Jesús Jornet, el Beato Raimundo Lull y Santa Catalina Tomás, por no citar otros.
En ellos y en su eminente ejemplo de vida podrán descubrir vuestros diocesanos una gran lección, válida siempre: la primacía de los valores morales y la grandeza de una existencia entregada como vocación al servicio del hombre hermano por motivaciones superiores. Allí hallarán también inspiración para vivir hoy con valentía su propia fe y ser agentes de trasformación positiva en una sociedad que quiere mejorar, pero a veces no sabe cómo, porque olvida las raíces profundas en las que ha de madurar un armónico y fecundo desarrollo.
Lo he escrito en mi reciente Exhortación Apostólica sobre la familia: “Volver a comprender el sentido último de la vida y de los valores fundamentales es el gran e importante cometido que se impone hoy día para la renovación de la sociedad” (Familiaris Consortio, 8).
4. Uno de los fenómenos que más fuertemente afecta a la sociedad en vuestras diócesis, y que merece por ello una particular atención pastoral, es el relacionado con el turismo y la movilidad humana.
En efecto, a vuestras tierras de las Islas Baleares y del litoral levantino, atraído pos sus bellezas naturales, sentido de hospitalidad y dulzura de clima, afluye uno de los contingentes mayores de turismo, tanto de las zonas interiores de la Nación como, sobre todo, del extranjero. Y de la diócesis de Albacete, menos afectada por el fenómeno, proceden con frecuencia no pocos trabajadores que prestan sus servicios en instalaciones turísticas de las zonas receptoras. Con todos los problemas humanos y morales que de ahí pueden surgir, sobre todo en caso de trabajo de temporada, realizado en condiciones de urgencia, quizá sin retribución o alojamiento adecuados, una situación que contrasta más aún con la vida del turista.
Precisamente por la incidencia de este “hecho social” de nuestro siglo (Cfr. Pablo VI Allocutio in festivitate B. Virginis Assumptae habita, die 15 aug. 1963: Insegnamenti di Paolo VI, I, (1963) 475) en la vida humana y religiosa del cristiano, la Iglesia se ha preocupado siempre del mismo. Y a medida que tomaba mayor incremento, le ha prestado más atención. Por ello el Concilio Vaticano II ha invitado a los Obispos a ocuparse atentamente de esta problemática y fomentar la vida espiritual en el sector de la movilidad humana (Cfr. Christus Dominus, 18; Gaudium et Spes, 61. 67). Luego ha establecido la Comisión para la Pastoral de las Migraciones y del Turismo, ha acogido la iniciativa de la celebración anual de la Jornada Mundial del Turismo y recientemente ha emanado un nuevo Decreto, para facilitar la labor pastoral de quienes se ocupan de los diversos sectores de la movilidad humana (Cfr. Decretum, die 19 mar. 1982).
5. Es evidente que el turismo encierra muchos aspectos positivos, a los que los documentos de la Santa Sede sobre ese tema han hecho frecuente referencia (Cfr. Peregrinans in terra ecclesia, 5. 8). En efecto, permite mayores relaciones entre gentes y pueblos distintos, ofrece espacios de ocio aprovechables para encontrarse consigo mismo, con los demás y con Dios, favorece el mutuo enriquecimiento humano y cultural, el contacto con la naturaleza, estimula la hospitalidad y tolerancia, a la vez que es fuente de bienestar y de progreso material.
Pero el turismo puede ser también despersonalizador, fuente de hedonismo o consumismo desbordados, ocasión de abuso económico para con el turista, de choque de culturas y costumbres entre autóctonos y visitantes, de explotación del personal empleado en los diversos servicios.
Sé que vuestro sentido pastoral os ayudará a encontrar la adecuada respuesta. Por mi parte os aliento a promover en vuestras comunidades el cuidado de sus propios valores religiosos y humanos, a potenciar la actitud cristiana de acogida y hospitalidad, a insistir en la práctica de la justicia, del respeto en el trato con todos y a asegurar en lo posible una presencia de la Iglesia en los diversos ambientes turísticos.
Por lo que se refiere a los visitantes, ofrecedles servicios religiosos adecuados, también en sus lenguas propias, poned a su alcance los tesoros histórico-artísticos de la Iglesia, que pueden ser una base de evangelización, favoreced contactos útiles con grupos o personas que puedan enriquecer a vuestras comunidades y ayudar a llenar provechosamente el tiempo de quien transcurre un período de reposo.
6. Otro sector de la pastoral que está con frecuencia íntimamente relacionado con lo antes indicado es el de la atención religiosa en los santuarios.
En vuestras diócesis, como en toda España, existen tantos lugares a los que acuden muchedumbres de fieles para manifestar su devoción a la Santísima Trinidad, a los Santos y particularmente a la Virgen María, tan venerada en toda la geografía hispana.
Es importante que a los fieles - tanto a los que hacen de esas visitas una meta de verdadera peregrinación de fe, como a los que la expresan de modo saltuario o imperfecto, pero quizá muy sentido - se les ofrezca en dichos lugares una apropiada catequesis mediante la predicación asidua y bien cuidada. Sin olvidar la disponibilidad para que pueden recibir los sacramentos, en particular el de la Penitencia, que puede convertirse a veces, en tales circunstancias, en un punto de partida hacia una vida más responsablemente cristiana.
Vuestra propia experiencia de Pastores y la de vuestros sacerdotes os enseña cuán preciosa ayuda puede ofreceros, sobre todo la devoción mariana, para conducir a los fieles, de mano de María, hacia la integridad del misterio salvador de Cristo (cfr. Marialis Cultus, 25-27) y hacia la plenitud de la vida cristiana.
7. Siendo toda la comunidad la que hay que evangelizar, es necesario tomar muy en cuenta el problema de una mayor incorporación de los seglares a las actividades de apostolado. Es un tema de gran actualidad en las vuestras y en las otras diócesis españolas, como lo demuestra el interés dedicado al mismo, el pasado y el presente año, por los Vicarios de Pastoral de todas las diócesis de España, bajo la guía de la Comisión Episcopal de Pastoral.
No se trata simplemente de suplir de algún modo a los sacerdotes o religiosos con responsabilidades pastorales que van escaseando. A este propósito me alegran y aliento los esfuerzos hechos en campo vocacional de adolescentes y jóvenes en vuestras diócesis, y que deben ser proseguidos e intensificados en lo posible. Se trata más bien de estimular la conciencia de los seglares respecto del puesto y responsabilidad que les competen en la Iglesia, en virtud de su vocación cristiana por el bautismo.
Esta convicción debe guiarlos en el ejercicio del servicio o ministerio propios, con vivo sentido de solidaridad dentro del Cuerpo eclesial, con profunda fidelidad a Cristo, a las orientaciones de la Jerarquía y al propio carisma.
8. Al concluir estas reflexiones, quiero alentaros en el amor a la Iglesia, a la que dedicáis vuestras vidas y sacrificio. Con gran confianza en la ayuda del Espíritu Santo, proseguid pues el camino con renovado optimismo.
María Santísima, a quien vuestras comunidades invocan bajo las advocaciones, entre otras, de Madre de los Desamparados, del Lluch, de la Cueva Santa, de Lledó, de los Llanos, del Remedio, de Monte Toro y de las Nieves acompañe vuestro caminar, el de vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y fieles, y os conceda la plenitud de gracia y esperanza. Selle estos deseos la cordial Bendición Apostólica que os imparto, junto con vuestros diocesanos todos.
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