DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE GRECIA ANTE LA SANTA SEDE*
Sábado 3 de diciembre de 1983
Señor Embajador:
1. Son para mí motivo de satisfacción y esperanza tanto la nobleza de sus palabras acerca de las excelentes relaciones entre Grecia y la Santa Sede, como sus sentimientos personales en este día de presentación de sus Cartas Credenciales. Le doy las más vivas gracias, con el ruego de que transmita mi gratitud a Su Excelencia el Señor Presidente de la República por haberle designado para representar ante la Santa Sede al Gobierno y a las poblaciones de un país aureolado por el prestigio de su historia.
2. Desde el siglo XVI, bajo el pontificado de Gregorio XIII, se han constituido en institución estable las relaciones diplomáticas, establecidas con las naciones que las deseen. Es verdad que su historia ha podido estar marcada por sombras. Sin embargo, el balance de esta singular vía de acceso al bien de los pueblos y de las Iglesias es positivo. La diplomacia debe ser siempre una elección beneficiosa, aunque, a veces, se las tenga que haber con la lentitud y la modestia de resultados. Es el camino del derecho salvaguardado, de la solidaridad aceptada, de lo posible reconocido y concretizado, de la paciencia inagotable ante situaciones de tensión, de injusticias y, por desgracia, también de violencias, absolutamente indignas de cualquier civilización humana, en todo tiempo y más aún en el nuestro, tan proclive a solucionar sus diferencias por la fuerza.
Las palabras que acaba de pronunciar, Señor Embajador, me hacían pensar que entiende la diplomacia como un acto de confianza en los hombres, en su capacidad de buscar la verdad, de construir la paz y la justicia sin cesar, más allá de intereses particulares, y aun particularistas, con una constante referencia al Derecho natural e internacional. La diplomacia es en verdad un camino que conduce a la concordia y, por tanto, al bienestar y a la grandeza de los pueblos. Mi venerado predecesor Pablo VI puso de relieve con frecuencia la función de la diplomacia, la de la Iglesia y la de los Estados, insistiendo siempre en que debe estar animada por la estima y el amor a los hombres.
3. Por esto, tengo un gran placer en recibir a Vuestra Excelencia en este día en que inaugura sus altas funciones de Embajador de Grecia ante la Santa Sede. Recuerdo que al recibir a vuestro predecesor inmediato, el primer Embajador nombrado por el Presidente Constantino Caramanlis, quise subrayar todo lo que el Occidente debe a la cultura griega, y cuánto debe el Cristianismo a vuestra Lengua como vehículo del Evangelio y de numerosas Cartas del Apóstol Pablo. Este pasado lejano ha conocido vicisitudes a través de la historia. Pero las relaciones diplomáticas reanudadas hace algunos años – y en un plan muy diferente, el diálogo entre Ortodoxia y Catolicismo – son signos de fundada esperanza de desarrollo de una comprensión y colaboración entre vuestros Gobiernos y las comunidades ortodoxas por una parte, y de la Sede Apostólica de Roma, por otra. ¿No es verdad que los graves problemas de la paz y de la justicia, tan agudos hoy, exigen el olvido de divergencias del pasado? Usted mismo lo ha dicho en su alocución. ¿No es verdad que la promoción de valores religiosos y éticos, indispensables a toda civilización auténticamente humana y – lo que es más – a la supervivencia de la Humanidad, requiere el consenso sin equívocos y toda ayuda mutua posible de los que son responsables de los Estados y de las Iglesias?
4. Permítame, Señor Embajador, que subraye igualmente que vuestra mención del problema chipriota encuentra en mí una especial sensibilidad. Quiero expresar una vez más mi deseo de un pronto restablecimiento de la paz entre las dos comunidades, en el respeto de los Derechos y las aspiraciones legítimas de cada una de ellas y con la asistencia y la garantía de la comunidad internacional.
Señor Embajador: deseo vivamente que vuestra alta misión os dé la alegría profunda de contribuir a hacer las relaciones diplomáticas entre Grecia y la Santa Sede aún más ricas y más eficaces. Le puedo asegurar que encontrará en esta Ciudad del Vaticano la acogida y el respeto, la comprensión y ayuda que usted tiene derecho a esperar. Estoy seguro de que las comunidades católicas de Grecia, numéricamente poco grandes, apreciarán cada vez más la libertad que la Constitución griega les garantiza y que les permitirá aportar con tranquilidad y lealtad su apreciable ayuda a la concordia y a la vitalidad de vuestro País.
Uno mi oración y mis votos por el feliz desarrollo de vuestra misión. Y, de nuevo, le ruego transmita mis respetuosos saludos y mis mejores deseos al Señor Presidente Constantino Caramanlis, a sus colaboradores, y en particular, al Señor Primer Ministro. A través de usted saludo también a las queridas poblaciones de Grecia.
A Dios confío y confiaré siempre la paz, la prosperidad y el esplendor de vuestro País.
*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n. 51 p.6.
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