DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN LA XXIX ASAMBLEA
DE LA ASOCIACIÓN DEL TRATADO ATLÁNTICO*
Sábado 19 de noviembre de 1983
Señoras y Señores:
Es un placer para mí recibirles al terminar la 29 asamblea anual de la Asociación del Tratado Atlántico. Aprovecho gustosamente esta ocasión para saludarles junto con sus familias. Como personalidades distinguidas de sus respectivas naciones, se han reunido ustedes para tratar una materia de gran importancia para todo el mundo. Sus reflexiones y deliberaciones sobre el tema de la paz son el mejor signo para el futuro de sus actividades, y lanzan un rayo de esperanza sobre una temática que con mucha frecuencia se ve ensombrecida por el desaliento y el desánimo.
Mientras que las naciones están lógicamente preocupadas con las exigencias de su propia defensa, la multiplicación de los casos de discordia y desorden en el mundo, especialmente el espantoso espectro de un holocausto nuclear, son un incentivo para la continuada búsqueda de medios prácticos y duraderos para alcanzar la paz.
La Santa Sede aprovecha continuamente las oportunidades de cooperación en la urgente tarea de promoción de la paz, no sólo porque ocupa un puesto especial dentro de la Comunidad internacional, sino también a causa de su función de realizar la misión de la Iglesia, que es la de proclamar el mensaje salvador, misión que le ha encomendado Jesucristo.
Para que este mensaje divino pueda ser efectivamente conocido, la Iglesia promueve las condiciones que hacen posible que todos los hombres y mujeres consigan su desarrollo integral; así se esfuerza en participar y en estimular todos los esfuerzos que corresponden a una de las más grandes aspiraciones del espíritu humano, a saber, el establecimiento de una paz verdadera y estable. La Iglesia se compromete en este propósito no de manera secundaria o externa, sino en cumplimiento fiel de la exhortación del mismo Señor, que dijo: “Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5,9).
La Iglesia, y en particular la Santa Sede, presta atención a todos los Organismos internacionales competentes, lo mismo que a la humanidad como tal, para estimular las vastas posibilidades de la inteligencia y la voluntad de cara a la realización de pasos concretos y cuidadosamente medidos para el cumplimiento de este deseo universal de todos los pueblos: paz y seguridad en un mundo bien ordenado.
Quiero animarles a que sean constantes en esta búsqueda. Y les aseguro mi continua oración, para que algún día podamos todos llegar al gozo duradero de la paz que sobrepasa todo entendimiento.
Que Dios les bendiga.
*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n. 51, p.12.
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