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DISCURSO DE JUAN PABLO II
A UNA PEREGRINACIÓN DE LA DIÓCESIS
DE CALAHORRA Y LA CALZADA-LOGROÑO

Martes 20 de septiembre de 1983

 

1. Es para mí motivo de gran satisfacción recibir hoy a todos los que formáis esta nutrida peregrinación de la diócesis de Calahorra y La Calzada-Logroño. Al mismo tiempo, tengo la grata sensación de que nos envuelve con su presencia en espíritu la entera familia eclesial de la Rioja, bendecida abundantemente por Dios –aparte de su fértil suelo– en sus gentes laboriosas y emprendedoras, de cuyas cualidades naturales, nobleza de cristianas costumbres, fineza y apertura de ánimo se ha hecho esclarecido intérprete, ahora y en otras ocasiones anteriores, vuestro padre y pastor, Monseñor Francisco Álvarez; sus palabras han venido a corroborar en mí cuanto de bueno había oído hablar de los riojanos, alimentando así mi estima por vosotros, siempre cercanos en mi afecto.

A todos, pues, a los aquí presentes –entre los que destaca un grupo de la Cruz Roja–, y a cuantos os unen lazos de familia o amistad, vaya mi más cordial saludo y mi abrazo de paz en Cristo Redentor.

2. Juntos y con ilusión os habéis preparado para esta peregrinación a Roma, en el Año Jubilar de la Redención; ya durante el viaje habéis intensificado una atmósfera de duradera y saludable fraternidad; habéis rezado a solas y en unión; sin duda alguna, en el sacramento de la penitencia, habéis notado sorprendidos una vez más el tirón suave y compasivo de la mano divina que os ha liberado de tantas adherencias, extrañas al alma purificada por el bautismo y que empañaban la imagen y los rasgos propios de todo hijo de Dios, templo vivo del Espíritu Santo; con emoción aún más intensa habéis participado en el banquete eucarístico, conscientes y dispuestos a que este sacramento sea el mejor testimonio, la garantía fiable, de que vuestra existencia está cimentada sobre la fe y sobre el amor a Cristo  y ofrendada gozosamente a él.

3. Haciendo esto, queridos hermanos, habéis cumplido realmente uno de los objetivos primordiales del Año Santo: dar a vuestra vida cristiana el anhelado remanso de paz, de felicidad interior, en medio de las inquietudes y zozobras de nuestro tiempo.

Será cometido vuestro, sobre todo de vosotros, sacerdotes y religiosos, mostrar al mundo con la palabra y el ejemplo, las virtualidades insospechadas de esta realidad maravillosa, la gracia divina, que redime del pecado, fecunda el apostolado y es semilla de vida eterna.

Vosotros, padres y madres de familia, dejad siempre abiertas las puertas de vuestro corazón a Cristo Redentor, para que habite en vuestros hogares y sean éstos expresión clara y pujante de una familia unida a imagen de la divina, amparados bajo la protección bondadosa de la Virgen de Valvanera, vuestra celestial patrona.

Y vosotros, jóvenes, no os conforméis simplemente con seguir la corriente. El apresuramiento y la rapidez, que os encantan y atraen por muchas razones, no son siempre signo de perfección del alma que lleváis dentro. Si seguís a Cristo, tendréis tiempo y lugar para colmar vuestras ansias e inquietudes de verdad y de justicia y contribuir a que éstas impregnen los criterios y actuaciones de los demás.

Volviendo a vuestras casas, contaréis a familiares y amigos, cuanto habéis visto y oído; hacedles participar también de vuestra experiencia religiosa. Y decid también a todos que el Papa los quiere, los estima y bendice de corazón.

 



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