DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA ASOCIACIÓN ITALIANA DE MAESTROS CATÓLICOS
Jueves 6 de diciembre de 1984
Muy queridos hermanos y hermanas:
1. Me complazco en recibir por segunda vez a una representación cualificada de la Asociación italiana de maestros católicos, con ocasión de su congreso nacional. Este encuentro me permite un contacto más profundo con una realidad eclesial que en sus cuarenta años de vida, ha manifestado siempre solidaridad con la misión del Papa.
En vuestra adhesión veo una prueba de la gran consideración en que vosotros maestros y maestras tenéis la vocación que posee todo fiel de participar en la actividad evangelizadora de la Iglesia.
Desempeñáis un papel importante en el apostolado de la enseñanza y no sólo porque vuestra Asociación ha contribuido y sigue contribuyendo a formar personas que vivan su trabajo educativo con competencia, seriedad y espíritu de servicio social y cultural auténtico; sino porque también con fe vivificada por el amor, hacéis que las vidas jóvenes confiadas a vosotros se abran a la realidad en su globalidad, desarrollando sus capacidades potenciales respecto de los aspectos múltiples de la existencia. Ayudad siempre a vuestros alumnos a conseguir un comportamiento dinámico con ellos mismos y con cuanto entra en su experiencia, y proponed a Jesucristo cual centro de su vida y de la de todos los hombres.
2. Esto implica una pedagogía. De ella voy a destacar tres actitudes que os consienten ser educadores cristianos verdaderos, es decir, crear premisas para una mayor toma de conciencia de la fe por parte de los alumnos.
La primera es de atención. Esta supone que en vuestro trabajo lleváis a los niños a no replegarse sobre sí mismos egoístamente sino a abrirse y captar el valor del otro, prestando la consideración debida a lo verdadero y bello, al bien existente en las personas que Dios les ha puesto al lado, y ayudándoles a reflexionar sobre sus experiencias, que son auténticas cuando se basan en el conocimiento y el amor. Este comportamiento os exige que ayudéis a los alumnos a no ahogar su nativo estupor ante la creación, sino a fomentarlo y reflexionar sobre aquella para captar su perfección. Actuando así les conduciréis "al profundo estupor respecto al valor y a la dignidad del hombre que se llama Evangelio, es decir, Buena Nueva. Se llama también cristianismo. Este estupor justifica la misión de la Iglesia en el mundo, incluso y quizá aún más, en el mundo contemporáneo. Este estupor y, al mismo tiempo, persuasión y certeza que en su raíz profunda es la certeza de la fe pero que de modo escondido y misterioso vivifica todo aspecto del humanismo auténtico, está estrechamente vinculado con Cristo. El determina también su puesto, su particular derecho -por así decirlo- de ciudadanía en la historia del hombre y de la humanidad" (Redemptor hominis, 10).
Para educar a esta actitud es indispensable guiar al niño a un silencio interior real y profundo, que es la primera condición de la escucha.
3. La segunda actitud es de gratuidad. Esta, al enraizar en la persona a quien se ha de educar la convicción profunda de que el hombre no se ha hecho a sí mismo sino que todo lo ha recibido, suscita y dinamiza la dimensión humana más verdadera, que surge cuando el corazón y la mente se hacen capaces de donarse y de dar. Por tanto, debe ayudar a los niños a conocer sobre todo los valores que deben hacerse florecer y, en consecuencia, a estar dispuestos al cambio, promoviendo sus capacidades y eliminando sus límites. Se le debe guiar a compartir con los demás la vida de cada día asumiendo la necesidad de cada uno y respondiendo a ella, y compartiendo las experiencias ajenas, sean de gozo o de dolor. También se les ha de ayudar a usar con libertad las cosas recibidas para que no las consideren suyas propias exclusivamente, sino puestas a su disposición para el crecimiento personal de ellos y de cuantos están con ellos en la escuela. Y, en fin, se les ha de encauzar a considerar como don la naturaleza, los acontecimientos y las personas. Será consecuencia de todo lo anterior el respeto a la vida y el gozo del saber.
Y también hará brotar en su ánimo agradecimiento, es decir, una manera de corresponder al Señor de la vida con alegría y fidelidad, con amor y dinamismo. Les impulsará a vivir eucarísticamente pues movidos por la gratitud, estos pequeños cristianos se acercarán a la oblación de la Eucaristía y ejercerán su sacerdocio real recibiendo los sacramentos, orando y agradeciendo, y dando testimonio con la coherencia de la vida (cf. Lumen gentium, 10).
4. La tercera actitud, queridos hermanos y hermanas, me la sugiere el tema del XIII congreso nacional que estáis celebrando "La escuela, base de la educación del hombre y del ciudadano", y es la sociabilidad. Se basa en el deseo evidente de vivir en sociedad con los demás.
En primer lugar en este vivir juntos se reconocen algunas características del primer ámbito social en que uno vive. Por consiguiente es preciso volver a descubrir a la familia y situar la escuela como trámite entre la experiencia familiar y la experiencia comunitaria en el mundo, que es más amplia.
Del mismo modo que se vive en familia por afecto y no por constricción, así la escuela debe ser lugar de relaciones libres y positivas que ensanchan la dimensión social primaria. Por consiguiente, en analogía y continuidad con la familia se deben desarrollar las siguientes modalidades de relación: Dependencia, pues como en la familia necesita el niño obediencia amorosa para crecer globalmente, igualmente en la escuela es imprescindible que tenga actitud positiva y obediente con los profesores y las enseñanzas que se le dan.
Convivencia vista como amor al prójimo; las relaciones con los que viven en el ambiente escolar debe llegar a ser siempre prolongación natural de las relaciones existentes en casa con los hermanos. Y esto supone educar con palabras, ejemplos e iniciativas prácticas para aceptarse y ayudarse mutuamente, con el fin de que nazca y se solidifique la alegría de estar juntos.
La vivencia de relaciones positivas socialmente en los primeros años de vida, lleva al niño a adquirir poco a poco familiaridad con ámbitos sociales más amplios: pueblo o ciudad, nación, parroquia, diócesis, Iglesia universal; y a que los sienta como lugares donde empeñarse por el crecimiento de la propia humanidad y la de los demás; así nacerá y crecerá la responsabilidad recíproca.
5. Ante una asamblea tan cualificada de personas que han optado por desempeñar la tarea educativa asumiendo el Evangelio y el Magisterio de la Iglesia como alimento y criterio de su actuación, quiero recordar la importancia de la enseñanza religiosa en el ámbito de la escuela católica y estatal. A este deber de educar en la fe dentro del contexto escolar, es necesario responder fomentando con interés e inteligencia la elección de instrucción religiosa en los centros del Estado y también procurando una formación que, con respeto a la libertad de conciencia y en diálogo cordial, consienta escuchar y profundizar el mensaje de Cristo tal y como la Iglesia lo guarda y lo transmite.
Si se lleva adecuadamente el Evangelio a la enseñanza, éste llegará a "impregnar la mentalidad de los alumnos en el terreno de su formación y a que la armonización de su cultura se logre a la luz de la fe" (Catechesi tradendae, 69).
6. En consecuencia os exhorto a ser cada día más discípulos de Cristo maestro, a poneros en la escuela del Redentor, único que lleva al hombre a plenitud al hacerlo capaz de comprender, amar y dar mucho fruto según los talentos recibidos.
Tened presente siempre que Cristo es un Maestro viviente que sigue dinámicamente en su cátedra y guía por medio de la maternidad de la Iglesia.
Conscientes de la gran dignidad de vuestra labor, vivid en contacto vital diario con Jesús para ser anunciadores y testigos suyos. Sostened la fe de vuestros alumnos viviendo lo que enseñáis y enseñando lo que vivís con docilidad total al Espíritu de verdad. Asumid un estilo de vida ejemplar como es preciso en la escuela, donde vuestros alumnos observan vuestro comportamiento deseosos de saber qué deben hacer y cómo lo han de poner en práctica.
Mi bendición cordial os acompañe a vosotros y a cuantos vosotros representáis, en señal de afecto y prenda de favores abundantes del Señor que sabe recompensar debidamente a sus servidores fieles.
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