DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LAS DELEGACIONES DE ARGENTINA Y CHILE
TRAS LA FIRMA DEL TRATADO DE PAZ Y AMISTAD
Viernes 30 de noviembre de 1984
En la solemne ceremonia de ayer habéis firmado, Señores Ministros, en nombre de vuestros respectivos Gobiernos, el Tratado de Paz y Amistad, que pondrá término definitivo a la controversia austral que por tantos años ha ensombrecido las tradicionales buenas relaciones existentes entre vuestros dos países desde sus albores soberanos.
Si siempre han sido gratos y motivo de esperanza mis encuentros con vosotros y con todos aquellos que, a lo largo de estos años, con la continua asistencia de esta Sede Apostólica, han prestado su inteligencia y su abnegado trabajo para disipar esas sombras, hoy deseo manifestaros la profunda satisfacción con que os recibo. En todas vuestras personas percibo también la presencia de vuestros dos pueblos, cuyo futuro de paz y amistad ha sido el móvil de mi participación personal y de la consiguiente acción de la Santa Sede, durante al proceso de la mediación.
Vuestros pueblos, que han manifestado su alborozo y su apoyo, desde el momento en que, hace ya más de un mes, se conoció el completo entendimiento entre las Partes, son conscientes de que con la firma del Tratado se acerca aún más aquel día en el cual, cumplidos los trámites que en cada país se requieren, puedan vivir jubilosos en la atmósfera de concordia y cooperación, fruto de este mismo Tratado. Por ello, hago votos y pido al Señor para que las dos naciones hermanas vean muy pronto el amanecer de esa ratificación.
La presencia relevante, en el acto de la firma, de los representantes de los dos Episcopados, trae a la memoria la solicitud de ambas Iglesias en los momentos difíciles de 1978, para encontrar cauces pacíficos de solución. En esa presencia veo también su voluntad decidida, que no puedo dejar de alentar, de favorecer y promover, en los ámbitos propios de su servicio pastoral, todo aquello que contribuye a hacer realidad aún más viva las relaciones de fraternidad, de comprensión y de colaboración que, habiendo sido objeto de esta mediación, el Tratado refleja.
En este momento, deseo recordar una vez más con gratitud la labor del Señor Cardenal Samorè, a quien tanto debe esta obra de paz. Asimismo, quiero agradecer el aporte y la dedicación de los dos Gobiernos y sus respectivas Delegaciones, que han sabido compaginar la sabia defensa de los intereses de sus países y la indispensable apertura para alcanzar el acuerdo.
Con profundo afecto sigo la vida y las vicisitudes de vuestros pueblos y ruego a Dios que les conceda la prosperidad en la anhelada paz, cuyo logro ha de guiar la responsable acción de cuantos participan en la dirección de los destinos de vuestras naciones.
Un saludo cordial a todos los representantes de los medios de comunicaciones aquí presentes, a quienes agradezco el interés que siempre han manifestado.
Os pido haceros intérpretes de mis sentimientos para con vuestros Gobiernos y todos vuestros conciudadanos. Con una particular Bendición Apostólica a vuestros dos países.
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