DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE MAURICIO ANTE LA SANTA SEDE*
Lunes 25 de marzo de 1985
Señor Embajador:
Es ciertamente un placer para mí recibir a Su Excelencia aquí esta mañana y aceptar las Cartas Credenciales que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Mauricio. Le agradezco los buenos deseos que me ha transmitido de Su Excelencia el Gobernador General y del Primer Ministro, y le ruego les haga llegar también los míos.
He notado con satisfacción su alusión a la presencia histórica de la Iglesia en Mauricio. Los primeros misioneros católicos llegaron a su País movidos de celo ardiente por el Evangelio de Jesucristo y preocupación sincera por el bien espiritual de todos los mauricianos. Su primer objetivo era la proclamación de la Buena Noticia de la salvación y dar constancia de que cada persona humana está hecha a imagen y semejanza de Dios. Ha mencionado usted al Beato Jacques Laval, que encarna de modo eminente la generosidad, valentía y caridad de estos heroicos hombres y mujeres de fe. La obra del padre Laval por aliviar las calamidades de los esclavos es bien conocida, y con razón se le ha llamado frecuentemente «el Pedro Claver de los tiempos modernos». El mismo espíritu de amor fraterno sigue presente hoy en las empresas educativas del clero, religiosos y laicos católicos de su Nación.
Tengo en gran aprecio la disponibilidad del Gobierno a recibirme en visita pastoral en Mauricio. Sólo puedo confirmar el profundo anhelo de mi corazón de realizar dicha visita algún día, si es la voluntad de Dios.
Como usted sabe, aunque la índole de mis visitas pastorales es primordialmente religiosa, sin embargo estas ocasiones me ofrecen la oportunidad de manifestar una vez más la voluntad de la Iglesia de cooperar con las naciones en la promoción del bien integral de sus ciudadanos. El Concilio Vaticano II puso bien en claro la relación complementaria que debe caracterizar los esfuerzos de las autoridades eclesiales y civiles: «La comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas, cada una en su propio terreno. Ambas, sin embargo, aunque por diverso motivo, están al servicio de la vocación personal y social del hombre. Este servicio lo realizarán con tanta mayor eficacia, para bien de todos, cuanto mejor cultiven ambas entre sí una sana cooperación… El hombre, en efecto, no se limita al solo horizonte temporal, sino que, sujeto de la historia humana, mantiene íntegramente su vocación eterna (Gaudium et spes, 76).
Estoy enterado de que el Estado y la Iglesia se han preocupado siempre de acrecentar los vínculos de colaboración en Mauricio recurriendo al diálogo, y que este diálogo ha resultado provechoso incluso cuando han surgido dificultades.
Me alienta oírle reiterar la determinación de su País de ser parte activa en la instauración de un clima de paz en el Océano Indiano. Pero por muy importantes que puedan ser las condiciones externas para el futuro del mundo, la única garantía permanente de paz sigue siendo la conversión interior del corazón de cada persona.
La unión de su Nación es signo tangible de que puede alcanzarse la paz en una sociedad caracterizada por diferencias culturales, religiosas y étnicas varias. Los esfuerzos armonizados de los mauricianos por trabajar juntos en la promoción del bien común, puede ser excelente ejemplo a seguir por el resto del mundo. Oro fervientemente para que su pueblo sea siempre fiel a la rica herencia que le es propia.
Excelencia: confío en que su tiempo de servicio aquí sea provechoso. En el cumplimiento de su misión, puede estar seguro del interés y cooperación constantes de la Santa Sede. Dios Todopoderoso le bendiga en este trabajo y derrame siempre favores abundantes sobre el amado pueblo de Mauricio.
*L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, n. 14, p.10.
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