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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE FRANCIA ANTE LA SANTA SEDE*


Jueves 9 de mayo de 1985

 

Señor Embajador:

1. Acaba de dirigirme usted palabras que me han emocionado mucho por expresar con delicadeza las actitudes del gran País, que representa Vuestra Excelencia, respecto de la Santa Sede y del Obispo de Roma. Me doy cuenta de la amplitud de miras con que pone su gran competencia al servicio de su misión. Me complazco en manifestarle mi gratitud al recibirle en esta casa. Le deseo la satisfacción de cumplir aquí una tarea útil en el marco de las relaciones excelentes que mantiene Francia con el centro de la Iglesia.

Acertadamente ha recordado usted la tradición cristiana nacida en su País ya desde las primeras generaciones de quienes establecieron la Iglesia en Europa. De ciudades a pueblos, de moradas espléndidas a sencillas casas, de lugares magníficos a mera encrucijada de caminos, monumentos y emblemas modestos de creyentes caracterizan la fisonomía de sus regiones. Son obras de insignes maestros y también de artesanos anónimos y de pobres. Son expresión de un elemento esencial de su cultura por ser signos de la vitalidad de las diócesis, parroquias, órdenes religiosas, universidades y familias, en los que la fe modela el arte de vivir, estimula el pensamiento, configura el alma de todo un pueblo.

De ese pueblo ha evocado usted las grandes figuras cuyos méritos ejemplares de santidad ha reconocido la Iglesia. Unas surgieron en momentos duros de la historia para reconciliar y reconstruir. Otras fueron testigos luminosos en los que resplandecen las virtudes de todos. Los Santos de Francia figuran entre los hombres y mujeres en que una nación se reconoce; a menudo son fundadores y arrastran en su seguimiento a muchos hermanos para realizar las mismas obras con igual generosidad. Y a todas las regiones del mundo sus compatriotas han ido a llevar el mensaje evangélico, compartir su reflexión sobre la fe y fundar la vida religiosa, contribuyendo en gran manera a promover la educación y salud de las poblaciones.

Beneficiarios de una herencia muy rica, los cristianos de Francia hoy se encuentran ante los desafíos de una época nueva en que los cambios se aceleran; experimentan la dificultad de hacer vivir a la Iglesia en un mundo dividido e inquieto que con demasiada frecuencia lleva al hombre a sentirse incierto sobre su vocación, a verse zarandeado por las sospechas sobre Dios y vacilante sobre las soluciones éticas de sus problemas humanos. Los cristianos deben ahondar en su identidad dentro del espíritu de tolerancia grato a Francia y del espíritu de fraternidad inseparable del Evangelio. Pero el dinamismo de la esperanza no les falta y no dudo de que la fidelidad renovada a sus orígenes y su espíritu de iniciativa y audacia apostólica, les permitirán ir adelante con paso seguro, no obstante la dificultad del momento. La Santa Sede apoya la acción de los obispos en este sentido.

2. Señor Embajador: va a descubrir aquí los rasgos múltiples de este centro de la Iglesia que, confirmando con su autoridad la fe recibida y transmitida desde hace dos mil años, es un lugar de escucha, de encuentro, de comunión al mismo tiempo. Siguiendo la actividad de la Santa Sede conocerá cada día mejor las orientaciones de la misma. Al presentarme los afanes esenciales que inspiran y determinan la acción de su País, usted ha manifestado el sentimiento que ofrecen de convergencias con la misión de la Iglesia. Confío en que podrá confirmar esta observación respecto de varias preocupaciones constantes de mi ministerio.

La amplitud de relaciones que mantiene la Santa Sede en el mundo atestigua su interés por los grandes problemas mundiales. La paz entre los hombres es preocupación suprema, las amenazas y conflictos llaman su atención y dan lugar a los pasos que su situación particular le permite. En todos los sitios donde así se desea, toma parte en reuniones y sostiene la voluntad de paz de los que se unen para tal fin. Además de iniciativas bilaterales o multilaterales y cualesquiera que sean los límites impuestos a su acción, las Organizaciones internacionales están consideradas como medio indispensable para hacer frente a las dificultades actuales de la paz y también para tratar de atenuar la tremenda desigualdad de los medios de vida de países del Norte y del Sur en el planeta, a consecuencia de las vicisitudes de la historia y por razón de las condiciones naturales en que están situadas. En particular, la Santa Sede sostiene relaciones permanentes con las instancias europeas en que Francia juega un papel activo; ella desea también favorecer su progreso y eficacia.

3. La Iglesia tiene la misión de servir al hombre en su totalidad, como Vuestra Excelencia ha puesto de relieve. En efecto, tanto con la palabra como con la actividad de sus varias comunidades procura ayudar al hombre a cultivar y armonizar cuanto constituye su grandeza. Debe conocer a dónde le lleva su ruta. Se realiza por la conciencia de la dimensión espiritual que tiene derecho a desarrollar libremente. Cuando atraviesa las pruebas de la división, cuando descubre su parte de responsabilidad en las rupturas que padece, es preciso que sepa que la reconciliación es posible. Cuando es frágil y carente, cuando se siente extranjero o diverso, es preciso que encuentre el respeto y apoyo de una acogida fraterna. Cuando se interroga sobre las esenciales opciones de la transmisión de la vida y de la familia, ha de ser ayudado a hacer un discernimiento ético iluminado. Cuando desea compartir y transmitir a sus hijos los valores en que basa su vida, es necesario que la sociedad reconozca su responsabilidad educativa a la vez que proporciona a los jóvenes los medios mejores de formación y cultura. Cuando le alcanza el paro o le preocupan el sentido y condiciones de su trabajo, necesita recibir ayuda efectiva. Cuando el hombre busca la verdad, es preciso que su pregunta sea escuchada y él pueda oír la palabra de la esperanza.

Al recordar así ciertos aspectos de las preocupaciones y tareas que incumben a los cristianos, estoy seguro de que muchos de sus compatriotas, Señor Embajador, reconocen en ello sus aspiraciones. Y saben que el bien común de todos –misión del Estado, ésta– invita a crear condiciones que permitan satisfacer estas aspiraciones en clima de libertad, verdad y respeto de las conciencias. ¡Que Dios ayude a todos a cumplir los deberes que le corresponden para el bien del hombre!

Su presencia reaviva en mí los magníficos recuerdos que guardo de su País, sobre todo los de mi visita pastoral a París y Lisieux, así como de mi peregrinación a Lourdes. También me complazco en reiterar a usted la consideración en que tengo a Francia y dirigir un augurio cordial a cuantos forman su Nación. Pido a Dios bendiga a esta Nación y la ilumine en los caminos de su vocación.

Me ha transmitido usted el mensaje del Excelentísimo Presidente de la República Francesa. Agradecería que le manifestara mis sentimientos de gratitud y mis buenos deseos para el desempeño de su alto cargo.

Señor Embajador: esté seguro de que la Santa Sede se dedicará a facilitar su misión y de que está dispuesta a proseguir con usted y sus colaboradores las relaciones cordiales que le unen a su País.


*L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, n. 29, p.11.



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