DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA PLENARIA DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA CULTURA
Lunes 3 de enero de 1986
Queridos hermanos en el Episcopado,
queridos amigos:
1. Os encuentro fieles a la cita romana anual del Consejo Pontificio para la Cultura. Habéis venido de África, de América del Norte y de América Latina, de Asia y de Europa; vuestra presencia evoca para nosotros ese vasto panorama de las culturas del mundo entero, algunas de las cuales han sido fecundadas permanentemente por el mensaje de Cristo. Otras esperan aún la luz de la Revelación, pues toda cultura está abierta a las más altas aspiraciones del hombre y es capaz de nuevas síntesis creadoras con el Evangelio.
En estos años en que se inscribe la realidad cotidiana de nuestro atormentado siglo, ya cercana la aurora de un nuevo milenio, portador de esperanzas para la humanidad. El proceso histórico de inculturación del Evangelio y de evangelización de las culturas está aún muy lejos de haber agotado todas sus energías latentes. La novedad eterna del Evangelio encuentra los surgimientos de las culturas en génesis o en proceso de renovación. La aparición de nuevas culturas constituye con toda evidencia una llamada a la valentía y a la inteligencia de todos los creyentes y de los hombres de buena voluntad. Transformaciones sociales y culturales, cambios políticos, fermentaciones ideológicas, inquietudes religiosas, investigaciones éticas: es todo un mundo en gestación que aspira a encontrar forma y orientación, síntesis orgánica y renovación profética. Sepamos sacar respuestas nuevas del tesoro de nuestra esperanza.
Sacudidos por los desequilibrios socio-políticos, por los descubrimientos científicos no plenamente controlados, de los inventos técnicos de una amplitud inusitada, los hombres perciben confusamente el ocaso de las viejas ideologías y el deterioro de los viejos sistemas. Los pueblos nuevos provocan a las viejas sociedades, como para despertarlas de su hastío. Los jóvenes en búsqueda del ideal aspiran a ofrecer un sentido que imprima valor a la aventura humana. Ni la droga ni la violencia, ni la permisividad ni el nihilismo pueden colmar el vacío de la existencia. Las inteligencias y los corazones buscan luz que ilumine y amor que reanime. Nuestra época nos revela descarnadamente el hambre espiritual y la inmensa esperanza de las conciencias.
2. El reciente Sínodo Extraordinario de los Obispos, que hemos tenido la gracia de vivir en Roma, ha hecho tomar conciencia renovada de estas esperanzas profundas de la humanidad y de la inspiración profética del Concilio Vaticano II, ya hace 20 años. De acuerdo con la invitación del Papa Juan XXIII, padre de este Concilio de los tiempos modernos del cual todos nosotros somos hijos, debemos poner el mundo moderno en contacto con las energías vivificadoras del Evangelio (cf. la Bula para la Convocatoria del Concilio Humanae salutis, Navidad de 1961).
Sí, estamos al comienzo de una gigantesca tarea de evangelización del mundo moderno, que se presenta en términos nuevos. El mundo está entrando en una era de cambios profundos, debidos a la amplitud estupefaciente de las creaciones del hombre, cuyas producciones amenazan con la destrucción si no las integra en una visión ética y espiritual. Entramos en un período nuevo de la cultura humana y los cristianos se encuentran ante un inmenso desafío. Hoy comprendemos mejor la amplitud de la llamada profética del Papa Juan XXIII al conjurarnos a eliminar a los profetas de desgracias y a ponernos a trabajar valerosamente en esta tarea formidable: la renovación del mundo y su «encuentro con el rostro de Jesús resucitado... que irradia a través de toda la Iglesia para salvar, alegrar e iluminar a las naciones humanas» (Mensaje Ecclesia Christi, Lumen gentium, 11 de septiembre de 1962).
Mi predecesor Pablo VI asumió esta orientación fundamental y precisó el instrumento privilegiado: el Concilio trabajará para lanzar un puente hacia el mundo contemporáneo (Alocución en la apertura de la segunda sesión, 29 de septiembre de 1963). Yo mismo he querido crear el Consejo Pontificio para la Cultura, precisamente para ayudar y apoyar este trabajo (cf. Carta de fundación del Consejo Pontificio para la Cultura, 20 de mayo de 1982).
3. Desde entonces, estáis en el trabajo alegremente y el boletín Iglesia y Culturas ofrece regularmente en francés, inglés y español el eco de la fecunda tarea emprendida: diálogo en curso con los obispos, los religiosos, las Organizaciones Internacionales católicas, las Universidades, consultas, cuyos primeros frutos aparecen ya, red de corresponsales en las diversas partes del mundo, iniciativas suscitadas en las Iglesias, a veces en todo un continente como testimonia la decisión reciente tomada por el Celam de crear una "Sección para la Cultura", con el fin de dar a la Iglesia en América Latina un nuevo impulso en su misión de evangelización de la cultura de acuerdo al espíritu de la Evangelii nuntiandi y de la opción pastoral de Puebla. Cada Conferencia Episcopal ha sido invitada a crear un organismo ad hoc para la pastoral de la cultura, y algunos de ellos ya están trabajando. En relación con otros organismos de la Santa Sede, seguís además atentamente la actividad de las grandes organizaciones en encuentros internacionales que se ocupan de la cultura, de la ciencia, de la educación, para ofrecer en ellos el punto de vista de la Iglesia.
Me alegro de todo corazón de la actividad del Consejo, atestiguada en el apretado programa de vuestra presente reunión en San Calixto: orientaciones para el diálogo de la Iglesia con las culturas, a la luz del reciente Sínodo de los Obispos, colaboración con los dicasterios romanos: fe y culturas, liturgia y culturas, evangelización y culturas, educación y culturas, papel cultural de la Santa Sede ante los Organismos internacionales, coloquios e investigaciones, cuyos interesantes resultados ya han sido publicados en las diferentes lenguas, en varios continentes. Otros coloquios en preparación os conducirán sucesivamente a diversas partes de Europa y de América, también al encuentro con las antiguas civilizaciones africanas y asiáticas; como al crisol de la modernidad y al reto de las artes, de las humanidades clásicas y de la iconografía cristiana, ante el despertar de una civilización de lo universal.
4. Queridos amigos, proseguid esta tarea compleja, pero necesaria y urgente; estimulad en el mundo las energías en expectativa y las voluntades en estado de alerta. El Sínodo de los Obispos nos ha comprometido a todos con ardor, en situar decididamente la inculturación en el corazón de la misión de la Iglesia en el mundo: «La inculturación es otra cosa que una simple adaptación externa: significa una transformación íntima de los auténticos valores culturales mediante su integración en el cristianismo y la radicación del cristianismo en las diversas culturas humanas» (Relación final del Sínodo Extraordinario de los Obispos, 1985).
Toda la Iglesia prepara ya un futuro Sínodo sobre el apostolado de los laicos. Vosotros podéis comprometer vigorosamente a los laicos, en el diálogo decisivo del Evangelio con las culturas, y de modo particular a los jóvenes. Me alegro de vuestra colaboración activa con el Consejo Pontificio para los Laicos y con la Congregación para la Educación Católica, a fin de estudiar conjuntamente los nuevos problemas planteados por el encuentro del Evangelio con el mundo de la educación y de la cultura. Y sé que no dejaréis de emprender múltiples iniciativas nuevas para responder a la misión que os ha sido confiada.
Mis votos os preceden en este camino exigente, mi oración os acompaña y mi apoyo os sostiene. De todo corazón invoco sobre vosotros y sobre vuestro trabajo la gracia del Señor Todopoderoso, el único que debe inspirar nuestro humilde servicio de Iglesia, impartiéndoos una particular bendición apostólica
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