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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA ASAMBLEA PLENARIA 
DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA CULTURA


Sábado 17 de enero de 1987

 

Queridos hermanos en el Episcopado,
queridos amigos:

1. Es con particular placer que acojo por quinto año consecutivo, al Consejo Pontificio para la Cultura. A cada uno y cada una, personalmente, doy la más cordial bienvenida. Saludo en vuestras personas a los representantes cualificados de los horizontes culturales tan numerosos y variados del mundo. Os doy las gracias por venir cada año a la Sede de Pedro, para un intercambio fructuoso sobre las situaciones de la cultura y de las culturas, a fin de explorar juntos los caminos más indicados para el encuentro de la Iglesia con las mentalidades y las aspiraciones de nuestra época.

Al crear el Consejo Pontificio para la Cultura, hace cinco años, mi intención era traducir en un programa de acción común la voluntad original del Concilio Vaticano II, que miraba a promover el diálogo de salvación con las personas y sus ambientes. Os alentaba, en nuestros encuentros de años pasados, a hallar los medios capaces de estimular en toda la Iglesia un impulso renovado, para que el diálogo Evangelio-culturas llegue a ser una realidad visible. Os invitaba a prestar una atención particular a los órganos más aptos para sostener este esfuerzo a la vez cultural y evangélico: los obispos y sus colaboradores, los institutos religiosos y sus iniciativas, las Organizaciones Internacionales católicas y sus proyectos culturales y apostólicos. En armonía con los otros organismos de la Santa Sede, vuestra finalidad primera es la de profundizar, de cara a la Iglesia universal y a las Iglesias particulares, lo que significa la evangelización de las culturas en el mundo de hoy, tarea ciertamente inmensa y compleja, pero de importancia vital para la misión futura de la Iglesia.

2. Cinco años después, deseo expresaros mi satisfacción por el trabajo que vosotros habéis logrado realizar. Hojeando vuestro boletín Iglesia y Culturas, publicado en varias lenguas, aparece claramente que habéis realizado ya un importante trabajo de consulta y de sensibilización entre las Conferencias Episcopales, los Institutos religiosos, las Organizaciones Internacionales Católicas (OIC), entre un gran número de centros culturales, privados o públicos, y entre Organismos Internacionales, como a UNESCO y el Consejo de Europa.

Muchos Episcopados han respondido generosamente, creando servicios nuevos para promover un diálogo más incisivo con las culturas. Los religiosos y las religiosas han colaborado activamente en una consulta internacional, que demuestra su interés por la inculturación de su acción apostólica y la consolidación de la vida consagrada en el seno de las culturas en evolución. Las Organizaciones Internacionales Católicas han también estrechado relaciones fecundas con el Consejo Pontificio para la Cultura, al servicio de la promoción cultural y espiritual de los hombres y de las mujeres de hoy.

Gracias a la cooperación activa de los miembros del Consejo Internacional, han sido organizados Congresos regionales sobre diversos problemas culturales que interesan a la Iglesia: en Notre Dame (Estados Unidos), en Río de Janeiro, Buenos Aires, Munich, Bangalore. Otras Conferencias Internacionales se preparan en Europa, en Nigeria y en Japón. Os doy las gracias por este esfuerzo y este compromiso concretos. Vuestro Consejo internacional asume así una eficaz significación, que me agrada destacar.

Y con toda seguridad, como lo demanda la Constitución Regimini Ecclesiae, os preocupa suscitar una colaboración fructuosa con los dicasterios romanos. Pienso, entre otras cosas en vuestra contribución al documento sobre las sectas y movimientos religiosos.

3. Vosotros trabajáis, además, con la Congregación para la Educación Católica y con el Consejo Pontificio para los Laicos, en un proyecto sobre «La Iglesia y la cultura universitaria». Con todas las instancias interesadas en la Iglesia, obispos, religiosos, organizaciones diversas y personalidades laicas, buscáis hacer más presente la Iglesia en los medios universitarios, por su acción pastoral directa, y también por una promoción más activa de los valores evangélicos en el seno de las culturas en gestación dentro de las universidades. Estos problemas merecen todos vuestros esfuerzos, y os animo vivamente a proseguir este importante trabajo emprendido en común. Un gran número de Pastores esperan luz y orientación, en un campo donde están implicados innumerables estudiantes y profesores cristianos. La colaboración de todos los interesados en esta consulta sobre «La Iglesia y la cultura universitaria» permitirá beneficiar el conjunto de la Iglesia con la experiencia adquirida por las iniciativas de unos y otros y las reflexiones comunes sobre esta adquisición.

Hago igualmente votos para que la colaboración, ya entablada con la Comisión Teológica Internacional, se traduzca en resultados fecundos. Vuestra investigación conjunta sobre la fe y la inculturación responde a una petición explícita del Sínodo Extraordinario de los Obispos, y será de grande importancia para la encarnación del Evangelio en el corazón de las culturas de nuestro tiempo.

Queridos amigos, me siento obligado a dar las gracias sinceramente a todos aquellos y aquellas que se consagran con generosidad a la misión que yo confié al Consejo Pontificio para la Cultura, en beneficio de toda la Iglesia.

4. Al felicitaros por las tareas realizadas, os pido que miréis el porvenir con mucha lucidez y esperanza. Permitidme sugerir dos orientaciones principales que deberán inspirar vuestras esfuerzos, vuestras investigaciones, vuestras iniciativas y la cooperación de todos aquellos con quienes estáis en relación.

Por una parte, os comprometo de nuevo a hacer madurar en los espíritus la urgencia de un encuentro efectivo del Evangelio con las culturas vivas. La separación entre Buena Noticia de Jesucristo en zonas enteras de la humanidad permanece inmensa y dramática. Numerosos medios culturales se mantienen cerrados, herméticos, u hostiles al Evangelio. Países enteros están sometidos a políticas culturales que buscan excluir o limitar gravemente la acción de la Iglesia. Todo cristiano sincero sufre profundamente por estas trabas para la proclamación de la Buena Noticia. En nombre de la promoción cultural de todos los hombres y de todas las mujeres, proclamada como un objetivo por las instancias internacionales, es importante hacer comprender a nuestros contemporáneos que el Evangelio de Cristo es fuente de progreso y de plenitud para todos los hombres. Nosotros no hacemos violencia a alguna cultura al proponerle libremente este mensaje salvífico y liberador.

Junto con todos los hombres y todas las mujeres de buena voluntad, compartimos un amor desinteresado e incondicional por cada persona humana. Incluso con aquellos y aquellas que no profesan nuestra fe, podemos encontrar un amplia espacio de colaboración para el progreso cultural de las personas y de los grupos. Las culturas de hoy aspiran ardientemente a la paz y a la fraternidad, a la dignidad y a la justicia, a la libertad y a la solidaridad. Este es un signo de los tiempos, ciertamente providencial que, veinte años después de la Encíclica Populorum Progressio de mi predecesor Pablo VI, nos anima a identificar las vías de una solidaridad nueva entre las personas, las familias espirituales, los centros de reflexión y de acción. Podemos preguntarnos con valentía: nosotros, los cristianos, ¿hemos puesto por obra suficientemente la creatividad cultural preconizada por la Gaudium et Spes, para acelerar el encuentro efectivo de la Iglesia con el mundo de nuestro tiempo? ¿No debemos estar más capacitados para el discernimiento, ser más creativos, más resueltos en nuestras empresas de evangelización, más dispuestos también a las colaboraciones indispensables en este vasto campo de la acción cultural asumida en nombre de nuestra fe?

5. Esto me conduce a hablar de nuevo, e insistir, sobre este objetivo igualmente central en vuestro trabajo y que constituye el objeto de vuestra reflexión común con la Comisión Teológica Internacional: el de la inculturación. Yo mismo he abordado el tema en muchos de mis recientes viajes apostólicos. Pues este neologismo encierra una toma de posición capital para la Iglesia, sobre todo en los países de tradiciones cristianas. Al entrar en contacto con las culturas, la Iglesia debe acoger todo lo que en las tradiciones de los pueblos es conciliable con el Evangelio para aportarles las riquezas de Cristo y para enriquecerse ella misma con la sabiduría multiforme de las naciones de la tierra. Vosotros lo sabéis: la inculturación coloca a la Iglesia en un camino difícil, pero necesario. Por tanto, los Pastores, los teólogos y los especialistas de las ciencias humanas tienen que colaborar estrechamente a fin de que este proceso vital se lleve a cabo en beneficio, tanto de los evangelizados como de los evangelizadores, y para que se evite toda simplificación o precipitación, que conduciría a un sincretismo o a una reducción secularizada del anuncio evangélico. Proseguid valientemente vuestra investigación serena y profunda sobre estas cuestiones, conscientes de que vuestros trabajos servirán a muchos en la Iglesia y no sólo en los llamados "países de misión"

Efectivamente, no es un ejercicio intelectual abstracto que se os confía, sino una reflexión al servicio directo de la pastoral comprendidas las naciones de la tradición cristiana, donde se está instaurando poco a poco una "cultura" marcada por la indiferencia o el desinterés por la religión. Con todos mis hermanos en el Episcopado, reafirmo con insistencia la necesidad de movilizar a toda la Iglesia en un esfuerzo creativo, en orden a una evangelización renovada de las personas y de las culturas. Pues sólo mediante un esfuerzo concertado la Iglesia se pondrá en condición de llevar la esperanza de Cristo al seno de las culturas y de las mentalidades actuales. Sepamos encontrar el lenguaje que reúna a los espíritus y a los corazones de tantos hombres y mujeres que aspiran, quizás sin saberlo, a la paz de Cristo y a su mensaje liberador. Este es un proyecto cultural y evangélico de primera importancia.

6. Sin dejaros detener por las dificultades inherentes a una tal misión, proseguid incansablemente promoviendo las colaboraciones voluntarias necesarias, para que, obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos, organizaciones culturales y educativas, se comprometan con este espíritu apostólico de diálogo querido por el Concilio Vaticano II, reafirmado con tanta nitidez por el Sínodo Extraordinario de 1985, y puesta en práctica con iniciativas como aquella de la Jornada de oración por la paz en Asís.

Os animo de modo muy particular a proseguir vuestras esfuerzos para comprometer a los laicos en esta tarea. Ellos están, efectivamente, en el corazón de las culturas que impregnan la sociedad moderna. En gran parte, depende de ellos que el Evangelio de Cristo sea el fermento capaz de purificar y de enriquecer las orientaciones culturales que decidirán el futuro de la familia humana. De cara al próximo Sínodo de los Obispos, dedicado al apostolado de los laicos, vuestra contribución presenta un interés particular.

En signo de mi afecto y de mi reconocimiento, y en prenda de la gracia del Señor, os doy a cada uno y cada una personalmente, mi bendición.



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