DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA I REUNIÓN PLENARIA
DE LA PONTIFICIA COMISIÓN PARA AMÉRICA LATINA
Jueves 7 de diciembre 1989
Señores Cardenales,
Amados Hermanos en el Episcopado,
Queridos sacerdotes y religiosos
1. Me es muy grato tener este encuentro con vosotros que, como miembros de la Curia Romana o de las Iglesias latinoamericanas, participáis en la primera Asamblea Plenaria de la Pontificia Comisión para América Latina.
Con la Constitución Apostólica Pastor bonus y el Motu Proprio Decessores nostri, la Santa Sede ha querido renovar y potenciar este Organismo, para darle una nueva fisonomía y poner así de relieve la especial solicitud pastoral del Sucesor de Pedro hacia esas Iglesias que, en el Continente de la esperanza, peregrinan llenas de fe hacia los « cielos nuevos y tierras nuevas » de que habla la Biblia, (Is 65, 17; cf. 2 Pe 3, 13; Ap 21,1) y que a todos nos parece vislumbrar ya en el cercano tercer milenio del cristianismo.
Os saludo a todos muy cordialmente, a la vez que agradezco las expresivas palabras que me ha dirigido el Presidente de la Comisión, el Señor Cardenal Bernardin Gantin.
2. Vuestra presencia aquí, así como los temas contenidos en vuestro programa de trabajo ponen de manifiesto las espléndidas realidades eclesiales que el Espíritu Santo, a través de vuestra solicitud pastoral, está edificando en Latinoamérica. Un continente joven y lleno de ilusiones, pero en el que no faltan estridentes contrastes que obligan a los sectores menos favorecidos de la población a pagar intolerables costos sociales.
Yo mismo, en mis viajes apostólicos ya por casi todos los países latinoamericanos, he podido comprobar cuál es la situación que allí se vive, así como la solicitud que la Iglesia muestra con su amor preferencial por los más necesitados.
Allí he podido apreciar realidades espléndidas, pero también problemas angustiosos. Efectivamente, América Latina vive una hora maravillosa, pero al mismo tiempo crucial en su historia. La Iglesia es consciente de ello y vosotros, precisamente en las reuniones de estos días, habéis querido contemplar esos dos aspectos de la realidad, con el fin de afrontar el desafío que ello supone para una más adecuada presencia pastoral.
3. Ante «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo», la Iglesia de América Latina está en tensión creadora y « se siente íntima y realmente solidaria» (Gaudium et spes, 1) con cada uno de sus hijos. Pero al mismo tiempo, con la mirada puesta en el Señor, se prepara responsable y confiadamente para celebrar el V Centenario de la llegada del Mensaje salvífico de Jesús a sus tierras.
En mi reciente Carta al Señor Cardenal Gantin, con motivo de la inauguración de la nueva Sede del Celam, decía que se ha de «conmemorar esta efemérides dando gracias a Dios por todos los beneficios que significó para esos pueblos la labor eclesial de la primera Evangelización», pero que la conmemoración «no puede reducirse sólo a echar una mirada al pasado en un balance, por otra parte necesario, de éxitos y fracasos, de aspectos positivos y negativos. Es necesario mirar también y sobre todo al futuro».
Ciertamente que en el desarrollo a través de los siglos de la así llamada «evangelización fundante» no han faltado, debido a las limitaciones humanas, momentos de sombra, dentro de ese haz de luz que vino a iluminar con la palabra salvadora de Cristo la vida y el futuro de América Latina.
La Iglesia quiere conmemorar y celebrar el hecho de su implantación en el Nuevo Mundo con toda humildad y sencillez, pero al mismo tiempo con el afán de aprender de la luminosa experiencia evangelizadora de los intrépidos misioneros e insignes Pastores que, a través de estos cinco siglos, gastaron por Cristo sus vidas sirviendo a los pueblos de América. A este respecto, deseo recordar a los numerosos servidores del Evangelio que en los últimos tiempos han sido víctimas de injustificable violencia. Los más recientes: Mons. Jesús Emilio Jaramillo Monsalve y los seis Padres Jesuitas de la Universidad Centroamericana de San Salvador. Ruego al Señor que el sacrificio de tantos ministros de la Iglesia haga fecunda la obra evangelizadora de quienes, con generosidad sin límites, dedican su vida a la edificación del Reino de Dios.
4. Se trata ahora de emprender una Nueva Evangelización para la que he convocado, precisamente con motivo del V Centenario, a todas las Iglesias de América Latina.(Cf. Discurso al Celam en Haití, 9-III-83; y en Santo Domingo, 12-X-84)
Hay que estudiar a fondo en qué consiste esta Nueva Evangelización, ver su alcance, su contenido doctrinal e implicaciones pastorales; determinar los «métodos» más apropiados para los tiempos en que vivimos; buscar una «expresión» que la acerque más a la vida y a las necesidades de los hombres de hoy, sin que por ello pierda nada de su autenticidad y fidelidad a la doctrina de Jesús y a la tradición de la Iglesia.
Por consiguiente, hay que preparar convenientemente a los artífices de esta renovada acción evangelizadora: se necesitan sacerdotes santos y sabios; religiosos y religiosas plenamente entregados a Cristo; laicos decididos y comprometidos de verdad con la Iglesia (Cf. Exhortación Apostólica Christifideles laici, 64).
5. Todo esto está ya en vías de realización. Y me complace ver con qué dedicación y solicitud trabajan las Conferencias Episcopales en las diversas naciones, así como el Celam a nivel continental. Gracias a Dios mi llamado a la nueva evangelización ha encontrado tierra fértil y se encamina ya en esa perspectiva alentadora. Éste es el objetivo primordial de la Pontificia Comisión para América Latina: promover y animar la nueva evangelización en dicho continente.
En esta misma perspectiva se ha de orientar también la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, que se reunirá en Santo Domingo el año 1992, coincidiendo con las celebraciones conmemorativas del V Centenario, y que centrará su atención precisamente sobre el tema de la nueva evangelización. Habrá de estudiar cómo se puede proyectarla sobre las culturas, haciendo así que el Mensaje de Cristo Liberador y Redentor penetre, con mayor profundidad y eficacia, en los corazones de todos los hombres y mujeres, en las estructuras sociales y políticas, en las familias y sobre todo en los jóvenes, en los ambientes del saber y del trabajo, en los grupos étnicos e indígenas, en las aldeas y ciudades, en todos los pueblos, para implantar por doquier la civilización de la verdad y de la vida, de la justicia, de la paz y del amor.
«La Iglesia tiene que dar hoy un gran paso adelante en su evangelización; debe entrar en una nueva etapa histórica » (Ibíd 35).
Espero, por parte de todos, un gran empeño en la preparación de esa IV Conferencia que —allí donde se dijo la primera Misa, se rezó la primera Ave María y se anunció por primera vez el Mensaje de Jesús— verá reunidos a representantes de todo el Episcopado de América Latina y de la Curia Romana, para estudiar y planear la misión evangelizadora de la Iglesia, de modo que, con la rica experiencia del pasado —incluido el pasado más reciente de Medellín y Puebla— y teniendo presentes los cambios profundos que se registran en nuestro tiempo, pueda afrontar, con docilidad al Espíritu, el reto del futuro.
6. Varios son los temas eclesiales que en este momento son objeto de atenta consideración por parte de la Santa Sede y de los Episcopados de América Latina. También vosotros habéis querido examinarlos en esta Asamblea. Se trata de analizar sus raíces remotas, así como sus implicaciones más inmediatas, viendo las modalidades que presentan en cada lugar y en determinados ambientes. Esto hará posible delinear mejor las orientaciones y respuestas más adecuadas en cada caso.
Entre los principales temas quiero enumerar el de las vocaciones sacerdotales, a la vida religiosa y al apostolado laical. Es necesario que cada Conferencia Episcopal, y también cada diócesis en particular, dé un nuevo impulso a la pastoral de promoción de las vocaciones. Al mismo tiempo, deben buscarse las personas mejor preparadas que cuiden solícitamente de su adecuada formación para los diversos ministerios que desempeñarán en las comunidades eclesiales. Deseo destacar aquí, al respecto, el interés que están despertando los cursos que organiza el Celam para formadores de seminarios.
Otro punto de gran importancia es la inserción y armonía de los religiosos y religiosas en la pastoral diocesana. Hay que favorecer los encuentros entre los Superiores mayores y los Obispos, encaminados a buscar los cauces adecuados para que, en auténtica comunión eclesial, se mantenga la fidelidad a la doctrina católica, conforme la transmite la Iglesia a través de su Magisterio. A este propósito deseo recordar las palabras que dirigí a la Asamblea del Episcopado y Superiores mayores de los religiosos y religiosas de México dedicada recientemente al tema de la Iglesia particular y al lugar que en ella ocupan los Obispos y los Religiosos a la luz de la Instrucción Mutuae relationes y de otros documentos del Magisterio: «La naturaleza misma de la Iglesia, que es misterio y comunión, exige que entre los Pastores de las Iglesias particulares y los religiosos exista una estrecha colaboración que evite posibles magisterios paralelos y también programas pastorales que no reflejen suficientemente esta comunión y unidad» (Cf. Instrucción Mutuae relationes, 4). Reitero nuevamente en esta oportunidad mi exhortación a la III Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Puebla, poniendo de relieve «cuánto importa aquí, más que en otras partes del mundo, que los religiosos no sólo acepten, sino que busquen lealmente una indisoluble unidad con los obispos».
Otro elemento que requiere una especial atención es la participación y plena inserción de los laicos en la pastoral de la Iglesia latinoamericana. Varias experiencias están dando frutos alentadores, pero aún es mucho el camino por recorrer. La Exhortación Apostólica postsinodal Christifideles laici, recogiendo la doctrina del Concilio Vaticano II y las aportaciones de los Padres Sinodales, ofrece unas pautas a seguir para que los laicos tengan su propio lugar en la vida de la Iglesia.
Un grave problema que sufren hoy muchos países latinoamericanos es la presencia y difusión de las sectas. En algunos casos se ve amenazada la misma identidad católica de varias comunidades eclesiales, sobre todo cuando es poco profunda su vivencia de la fe y no se recibe oportunamente la necesaria orientación ante las nuevas doctrinas expuestas. Esto debe constituir un motivo más de preocupación pastoral, que nos lleve a planear y realizar una acción evangelizadora para la cual se necesitan tantos agentes de pastoral convenientemente formados e imbuidos de gran espíritu apostólico.
Al terminar este encuentro os invito a uniros en mi plegaria al Espíritu Santo, pidiéndole que guíe a su Iglesia ya que Él «es el agente principal de la evangelización» (Evangelii nuntiandi, 75). Y como a sucesores de Pedro y de los demás Apóstoles, que nos impulse a «ser testigos de este Jesús al que Dios resucitó» (Cf. Hch 2, 32), y a «anunciar a los pobres la Buena Nueva» (Cf. Mt 11, 5). Así lo pedimos también a la Virgen María, Madre de la Iglesia, en este adviento del tercer milenio cristiano, rogándole que proteja siempre a todas las comunidades eclesiales de América Latina, a las que imparto con gran afecto, igual que a vosotros, mi Bendición Apostólica.
Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana