DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE MALTA
Lunes 18 de diciembre de 1989
Señor Presidente:
1. Con gran placer le recibo con ocasión de su visita de Estado al Vaticano. Le agradezco sus gentiles palabras, que han evocado la impresionante herencia de fe cristiana de Malta, y los lazos firmes y constantes de comunión que siempre han existido entre su País y la Sede Apostólica. Al darle mi caluroso saludo personal, le pido que transmita a todo el pueblo maltés la seguridad de mi profundo afecto y mis plegarias para que Dios, nuestro Padre celestial, lo bendiga en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales (cf. Ef 1, 3).
Como Obispo de Roma, elegido por la gracia de Dios y llamado a la misión de confirmar a mis hermanos y hermanas en la fe (cf. Lc 22, 32), soy muy consciente del significado de mi próxima visita pastoral a Malta. Durante casi dos mil años, desde el alba de la Era Cristiana, el Evangelio de Jesucristo ha sido predicado y ha echado raíces en la población maltesa. Estoy seguro de que cuando el Sucesor de Pedro visite Malta, por primera vez en su historia, encontrará la misma extraordinaria acogida (cf. Hch 28, 2) que encontraron el Apóstol Pablo y sus compañeros de viaje cuando desembarcaron en ella.
2. La estancia de San Pablo en la Isla de Malta fue relativamente breve: los Hechos de los Apóstoles nos dicen que se hizo a la mar después de sólo tres meses (cf. Hch 28, 11). Sin embargo, la llegada del Apóstol de los gentiles tuvo una importancia fundamental para el futuro de Malta y su pueblo. A través de la predicación de Pablo, la fe cristiana se implantó por primera vez. En los siglos que siguieron, la fe fue imprimiendo un sello indeleble en la historia y el carácter de su Nación.
También hoy «la fe católica y apostólica» (cf. Plegaria eucarística 1) sigue inspirando y promoviendo en el pueblo de Malta un compromiso en favor de aquellos valores espirituales y morales que son indispensables para un auténtico bienestar y crecimiento de la nación: valores tales como el respeto a la vida humana desde el momento de su concepción hasta su muerte natural, el matrimonio, la unidad de la familia, la educación religiosa, la dignidad de todos los trabajadores y la solidaridad concreta. Es esencial que estos valores humanos y sociales fundamentales sean salvaguardados y promovidos mediante leyes y decisiones apropiadas.
3. En su ministerio de formar a los malteses en su fe, la Iglesia ha procurado darles la fuerza que nace de la predicación de la Palabra de Dios y de la administración de los sacramentos, a la vez que se ha ocupado de sus necesidades materiales y espirituales con diversas obras de apostolado. Sus esfuerzos, especialmente en favor de los más necesitados, han contribuido no poco al crecimiento de la sensibilidad del pueblo maltés por la dignidad humana de todas y cada una de las personas consideradas no sólo como individuos sino también como miembros de la más extensa comunidad que es la Nación.
En nuestros días la Iglesia no ha disminuido su esfuerzo en esta noble tarea de servir al hombre. Trabajando con los medios y métodos que le son propios, y en particular en el campo de la educación, ella se esfuerza por hacer que el hombre y la mujer lleguen a reconocer los muchos dones de Dios y a responder a la llamada de su gracia. Formando buenos cristianos, ella también busca formar buenos ciudadanos, pues conoce el poder del Evangelio de inspirar en aquellos que lo escuchan y acogen con un firme esfuerzo por vivir las virtudes que garantizan el auténtico progreso de los individuos y sociedades. A la luz de la Palabra de Dios, la Humanidad ha aprendido a armonizar los intereses de los individuos y de los grupos con las exigencias del bien común, a ver en la actividad política un servicio al prójimo, y a respetar tanto la verdad como los derechos de los demás. En la escuela del Evangelio, los cristianos llegan a conocer el valor de la tolerancia y el diálogo; aprenden a desear la justicia social y la solidaridad entre los pueblos y acrecientan su interés por los más necesitados y la protección de los Derechos Humanos fundamentales.
4. Por eso, cuando la Iglesia busca establecer el diálogo y una sincera colaboración con el Estado, no está movida por el deseo de gozar de una situación privilegiada a expensas de la legítima autonomía del Estado, ni tampoco por el deseo de inmiscuirse en áreas y responsabilidades que le son ajenas. Desea más bien armonizar las actividades de su propio ámbito con las del Estado según las competencias específicas de cada uno. Puesto que tanto la Iglesia como el Estado trabajan por el bien del mismo pueblo, que está compuesto a la vez por cristianos y ciudadanos, su fructífera colaboración trae consigo la promesa de grandes beneficios no sólo para los creyentes sino también para toda la sociedad en su conjunto.
La colaboración de la Santa Sede con los Estados, colaboración a la que se asocian los obispos católicos, es sólo una expresión de las continuas preocupaciones del Supremo Pastor por todas las Iglesias (cf. 2 Co 11, 28). A este respecto, me complace recordar las conversaciones que se tuvieron durante algún tiempo en Malta entre la Santa Sede y las autoridades civiles y que concluyeron con la firma de diversos e importantes acuerdos. Abrigo la ferviente esperanza de que con la gracia de Dios y la buena voluntad de ambas partes, se firmen también muy pronto otros acuerdos ya proyectados.
5. Señor Presidente: observo con agrado la posición del Gobierno maltés a nivel internacional en defensa de los valores íntimamente relacionados con la dignidad de la persona humana, tales como el problema de los ancianos y la protección del medio ambiente. Esta posición refleja algo de la riqueza moral y la identidad civil del pueblo maltés como se ha desarrollado a través de su larga historia.
Malta ha sido durante siglos como un cruce de caminos de los desarrollos históricos de la zona del Mediterráneo. En efecto, su ubicación geográfica, su historia y cultura, parecen conferir a su País, Señor Presidente, una vocación especial para actuar como mediador y promotor de paz en las complejas situaciones que afectan a toda el área. Pido a Dios con confianza que Malta responda a este reto con sabia y generosa dedicación.
A pesar de sus pequeñas dimensiones, Malta ha desempeñado un importante papel en la promoción y defensa de los valores sociales y religiosos que son los cimientos de la identidad cultural de Europa. La tarea que debe afrontar nuestra sociedad nos exige una profunda e incluso heroica decisión espiritual. Si Europa ha de ser fiel a su herencia y sus promesas, debe asimilar otra vez aquellos nobles ideales espirituales que inspiraron la construcción de sus ciudades, el desarrollo de sus universidades y la unión de sus diversos pueblos en una fe común, una visión común expresada en una riqueza de realizaciones religiosas, culturales y jurídicas. Durante los pasados meses, nuevos y prometedores signos de esperanza han surgido entre nosotros. Pido fervientemente a Dios que Malta, con total fidelidad a su noble pasado y comprometida a construir un futuro lleno de esperanza, desempeñe un papel de primer orden en la promoción de nuevas formas de colaboración entre los pueblos para la prosperidad y el auténtico progreso de todos.
Con esta súplica, invoco los dones de gracia y paz de Dios sobre todo el pueblo maltés, con el que espero encontrarme durante mi próxima visita pastoral. Que Dios bendiga abundantemente a Su Excelencia y a todos sus compatriotas.
«Feliz Navidad a Su Excelencia y a todo el pueblo de Malta y Gozo».
*L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, 1990 n.4, p.10.
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