DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE BRASIL ANTE LA SANTA SEDE*
Lunes 2 de abril de 1990
Señor Embajador:
1. Me resulta grato darle la bienvenida en el momento en que tengo el placer de acoger a Vuestra Excelencia, aquí en el Vaticano, para el acto de presentación de las Cartas Credenciales, como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República Federal de Brasil ante la Santa Sede.
Esta feliz circunstancia me proporciona la oportunidad de comprobar, una vez más, los sentimientos de proximidad espiritual que el pueblo de Brasil cultiva hacia el Sucesor de San Pedro; al mismo tiempo me da la oportunidad de reiterar la expresión de mi afecto sincero para con ese pueblo y de mi estima por su noble nación.
Agradezco vivamente las amables palabras que me ha dirigido. Especialmente, le doy las gracias por los sentimientos de deferencia y por el saludo que el Señor Presidente de la República, Doctor Fernando Collor, ha deseado transmitirme. Pido a Vuestra Excelencia la cortesía de devolver el saludo, de mi parte, con los mejores votos de todo bien.
2. El Señor Embajador se ha referido al momento de esperanza que se vive en su País y a los anhelos de sus gentes de ver renovada la sociedad brasileña. A esto responden los propósitos de compromiso y de entrega, que confiesan los responsables de los destinos de la nación, con miras a eliminar los desequilibrios sociales y conducir la marcha hacia el auténtico progreso, a fin de que Brasil tenga el lugar que se merece en el concierto de los pueblos.
Creo que puedo afirmar que esa misma esperanza ilumina la mirada confiada del mundo, vuelta en este momento hacia su País-continente. Esa es, al menos, la actitud de la Iglesia y esos son mis sinceros votos: que cada brasileño se sienta un sujeto activo de esa esperanza y así encuentre valor y generosidad para realizar los esfuerzos que de todos exige la superación de las diferencias, a las que aludía Vuestra Excelencia, y para mejorar las condiciones de vida de todos, participando en el bien común que siempre, en su genuina concepción, tiene como centro al hombre.
3. El Señor Embajador ha puesto de relieve los amistosos vínculos que existían en el pasado y que continúan ahora entre la Santa Sede y la República Federal de Brasil. De ello son prueba las buenas relaciones recíprocas, excelentemente gestionadas aquí por sus ilustres predecesores, en cuya estela Vuestra Excelencia muestra el deseo de situarse, durante la realización de su alto mandato. La misma buena voluntad, se lo aseguro, persiste por parte de la Sede Apostólica, para que la Iglesia prosiga, en la misión que le es propia, en tierras brasileñas, al servicio del hombre, que es siempre el camino de la misma Iglesia.
Del hombre brasileño, en concreto, me traje y conservo bien vivo un recuerdo grato de mi peregrinación pastoral por el Brasil hace cerca de diez años, a la que el Señor Embajador ha aludido en términos obsequiosos, que agradezco. Espero que, en su Providencia, Dios me conceda la oportunidad de repetir esa peregrinación. Sería un motivo de alegría para mí volver a encontrarme con el querido pueblo brasileño, que tan presente continúa en mi corazón y del que hago memoria en mis oraciones, este año unido con mis hermanos los obispos de Brasil, en visita «ad limina Apostolorum».
4. En otra perspectiva, el Señor Embajador evocaba la contribución de esta Sede Apostólica al buen entendimiento entre los pueblos y a la cooperación solidaria que, cada vez más, se impone en la familia humana, a fin de promover el bien común a nivel mundial, mediante el compromiso para que se reduzcan las rígidas contraposiciones y se facilite el establecimiento de un diálogo provechoso en beneficio de una paz menos amenazada y con los rasgos de «tranquilidad en el orden».
Se trata de aspiraciones esenciales de cada hombre; y de objetivos que únicamente se alcanzarán por el camino del respeto de los derechos humanos. Esos caminos, a su vez, necesitan la luz de aquellos principios universales que hacen más fácil a todos la convivencia, en un clima de relaciones fraternas y de reconocimiento de la dignidad de las personas abiertas a los valores trascendentes.
Como es sabido, un orden temporal más perfecto, sólo se puede alcanzar «en la medida en que los programas de desarrollo material vayan acompañados del desarrollo espiritual y moral, que abarca las dimensiones culturales trascendentes y religiosas del hombre y de la sociedad (cf. Sollicitudo rei socia1is, 46). Una civilización puramente materialista condena al hombre, en su lucha por la supervivencia, al combate constante con la ambigüedad entre el desarrollo de la persona y la multiplicación de las cosas, a la fluctuación entre el «ser más» y el «tener más» (cf. Redemptor hominis, 16). De ahí la obligatoriedad para todos de tener una relación honesta con la verdad sobre el mismo hombre y sobre el mundo.
5. Contemplando el panorama del Continente Latinoamericano, concretamente, el que nos ofrece ahora Brasil, hago votos para que, fiel a los valores de su rico patrimonio espiritual y con la cooperación de todos los sectores de la sociedad, se superen las dificultades de la hora presente. Indicaba Vuestra Excelencia que se trata de una nación joven, con fe en sí misma, llena de esperanza en un mañana mejor, consciente de su futuro y empeñada en liberarse de las trabas que impiden el desarrollo y la expansión que todos desean.
Para alcanzar determinadas metas de progreso y de crecimiento, como sabemos, es imprescindible la solidaridad, tanto dentro de una nación como a nivel internacional. Esta solidaridad, en el plano ético, obliga a evitar los abusos de libertad por parte de unos, en detrimento de la libertad de sus semejantes; obliga también a todos a estar unidos en «la determinación firme y perseverante para el bien común, de manera que todos se sientan responsables de todos» (Sollicitudo rei socia1is, 38).
Por ejemplo, en el plano económico, hay que suscitar una solidaridad que a nivel regional, nacional e internacional -respetando la justicia y la equidad- haga prevalecer la verdad de que los bienes de este mundo fueron creados con el destino de servir a todos los hombres y a todos los pueblos.
En esta línea, como sucede también en otros países, se presentan en esta hora, en Brasil, dos ingentes desafíos que reclaman solidaridad: el de la deuda externa, que tanto desalienta las legítimas aspiraciones y retrasa el ritmo del desarrollo; y el de la defensa del medio ambiente global y el uso de sus muchos recursos naturales con una moderación clarividente.
6. Para afrontar los insoslayables esfuerzos que se le imponen, su noble nación cuenta con grandes valores. Entre otros, los principios cristianos, que han inspirado su identidad. sus virtudes tradicionales y sus propias instituciones. La solidaridad, muy valiosa ya en el plano puramente humano, crece cuando se traslada al plano cristiano, al considerar que todos los hombres son iguales ante Dios, como seres creados «a su imagen y semejanza» y que todos son llamados a ser hijos suyos, en Jesucristo, Redentor del hombre.
Por tanto, de acuerdo con las esperanzas de todos los brasileños, deseo asegurarle, Señor Embajador, la decidida voluntad de la Iglesia a colaborar, dentro del ámbito de su propia misión, en todas las iniciativas que miren al servicio de la causa de «todo el hombre y de todos los hombres». Así continuará en su esfuerzo para promover la conciencia de que los valores de la paz, de la libertad, de la solidaridad, de la defensa de los más necesitados, deben inspirar la vida privada y la pública. La fe y la adhesión a Jesucristo imponen a los fieles católicos, también en Brasil, convertirse en instrumentos de reconciliación, de fraternidad, en la verdad, en la justicia y en el amor.
Señor Embajador: antes de terminar este encuentro, le reitero mi petición de que transmita al Señor Presidente de la República mis mejores votos. Y quiero decir a Vuestra Excelencia que puede contar con la estima, la buena acogida y el apoyo de esta Sede Apostólica, en el desempeño de sus altas funciones, que deseo que sea feliz y fecundo en frutos y alegrías.
Mi pensamiento se dirige, en este instante, a todos los brasileños y a cuantos rigen sus destinos. A todos deseo felicidad, progreso creciente y prosperidad. Estoy seguro de que Vuestra Excelencia se hará interprete de estos sentimientos míos y de estas esperanzas. Y, por intercesión de Nuestra Señora Aparecida, imploro para su persona, para su misión y para su familia, así como para todos los amados hijos de la noble Nación brasileña, las abundantes bendiciones de Dios Todopoderoso.
*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n.22, p.6 (p.314).
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