ORACIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA VIRGEN DE LA PLAZA DE ESPAÑA
Solemnidad de la Inmaculada Concepción
Domingo 8 de diciembre de 1991
1. «Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol» (Ap 12, 1).
Reunidos en esta plaza romana, contemplamos la señal de la Mujer, el día solemne de la Inmaculada Concepción.
En esta señal, después del pecado del hombre, se manifestó el primer anuncio del Adviento a toda la humanidad.
A ese Adviento se refirieron los profetas de la antigua Alianza.
En la noche de Belén tuvo lugar el primer cumplimiento de ese Adviento.
En esa noche el Hijo eterno de Dios se reveló como hijo de la Mujer.
Bienaventurada tú porque has creído (cf, Lc 1, 45).
La redención del mundo comenzó en ti: tú eres la primera entre todos los redimidos, mujer vestida de sol, mujer de la elección divina:
¡Llena de gracia!
Contemplamos el adviento de la segunda venida, que ha sido preparada por la muerte y la resurrección del Hijo, quien ya en el corazón de la Madre se revelaba como Aquel que era, que es y que va a venir (cf. Ap 4, 1.8).
2. Contemplamos la señal de la Mujer, que es figura de la Iglesia y de su adviento incesante.
La Iglesia que está en todo el mundo, la Iglesia que está en Europa, desde Oriente a Occidente, te contempla a ti, Theotókos, Madre de Dios.
En muchos lugares, en muchos países, en muchas lenguas te hablan a ti y hablan de ti las bocas y los corazones de los hombres.
Te contemplan los ojos en muchos iconos inspirados, que se hallan en los venerados santuarios de Europa.
También el Sínodo de los obispos para Europa es una expresión particular de todos esos sentimientos, de esas melodías y liturgias que te hacen presente en nuestra historia.
Tú estás al lado de cada uno y de todos; y, por medía de tí, está en nosotros él, tu Hijo.
3. ¡Oh esclava humilde y a la vez poderosa!
Desde el inicio de la historia has participado en la lucha contra el padre de la mentira, que engaña al mundo.
En tu Concepción Inmaculada hemos recibido la esperanza de la victoria.
Bajo tu protección nos acogemos una vez más, al final de este año, al final de este siglo y de este milenio...
Que el Verbo, hecho carne, permanezca siempre en la Iglesia, extienda su virtud redentora de un confín al otro de la tierra, y renueve el pensamiento, la obra y el corazón de los hombres.
Que él sea nuestro futuro, el acontecimiento de todos los tiempos, la luz y el poder de las generaciones.
¡Oh Señora nuestra, protectora nuestra, mediadora nuestra!
¡Oh Inmaculada Madre de Dios y Madre nuestra dulcísima!
Amén.
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