DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DE TURQUÍA*
Sábado 7 de marzo de 1992
Señor Embajador:
1. Al recibir las Cartas que lo acreditan como Embajador de su País ante la Santa Sede, mi pensamiento se dirige ante todo al pueblo turco que está de luto estos últimos días a causa de una catástrofe minera de grandes proporciones. En estas circunstancias deseo renovar la expresión de mi más viva simpatía a todas las personas afectadas por esa desgracia.
Le agradezco el amable mensaje que me ha traído de parte de Su Excelencia Turgut Ozal, Presidente de la República de Turquía, y le ruego que le transmita mi gratitud, así como los votos que formulo por su persona y el cumplimiento de su misión al servicio de sus compatriotas.
Señor Embajador, sea usted bienvenido. Las palabras que me acaba de dirigir manifiestan claramente el espíritu constructivo con que aborda su misión. Al igual que usted, también yo espero que se estrechen aún más las relaciones cordiales que existen entre la Santa Sede y su País.
2. Los acontecimientos que han tenido lugar estos últimos años en Europa, así como en el Oriente Próximo y Medio, revisten una gran importancia, como usted ha subrayado, y ofrecen a su País la esperanza de evoluciones positivas, sin olvidar que pueden encerrar también algunos peligros. Asimismo, es necesario que todas las naciones se pongan de acuerdo y hagan converger sus esfuerzos por mantener la paz, y por dar a los pueblos que acaban de recuperar la libertad condiciones estables de vida cívica, económica, cultural y espiritual. Como usted sabe, con este espíritu, la Santa Sede participa activamente en la Conferencia para la seguridad y la cooperación en Europa. Dentro de sus competencias propias, no ahorra ningún esfuerzo para sostener a las personas o a las comunidades más expuestas a discriminaciones, en especial de naturaleza étnica o religiosa. Ese es uno de los motivos esenciales de la presencia activa de la Sede Apostólica en la vida internacional, en la que trata de llamar la atención hacia las dimensiones humanas de los grandes problemas de nuestro tiempo y hacia las implicaciones de orden moral y social de las decisiones que se toman en los ámbitos de la política y la economía.
3. Señor Embajador, usted ha recordado oportunamente el desarrollo del diálogo interreligioso que promueve la Santa Sede y al que usted otorga un vivo interés. En efecto, con un intercambio leal y abierto de las convicciones más elevadas se puede llegar a un entendimiento para progresar en el reconocimiento mutuo y la tolerancia que son necesarias para una convivencia pacífica y digna. Al igual que usted, yo también deseo que sus compatriotas que se han visto en la necesidad de emigrar sean respetados en su cultura y sus tradiciones religiosas.
En la misma Turquía las instituciones tratan de tomar en consideración las exigencias espirituales de las diversas comunidades. Abrigo la esperanza de que sus compatriotas de las diferentes confesiones religiosas encuentren condiciones favorables que, precisamente en un espíritu de diálogo, les permitan aportar con lealtad su contribución a la vida nacional, asegurando así la vitalidad de sus comunidades, la educación de sus hijos en el espíritu de sus creencias y la posibilidad de formar libremente sus ministros de culto, por dar sólo algunos ejemplos.
El pasado mes de septiembre, como usted ha recordado, tuve la alegría de asociarme a las manifestaciones que han honrado al gran místico Yunus Emre, tan querido por su pueblo. Eso me permitió constatar el afecto que siente su nación hacia ese cantor de la presencia de Dios en la Creación y del amor fraterno que todos los hombres deben vivir como alabanza al Dios único. A todo el pueblo turco le deseo que siga inspirándose siempre en esa concepción tan alta del sentido de la vida humana bajo la mirada de Dios.
4. En su País los fieles de la Iglesia Católica son una pequeña minoría, a la que quisiera saludar cordialmente con ocasión de esta audiencia. Esos fieles son, de una manera especial, depositarios de la memoria de un patrimonio espiritual precioso para todo el Cristianismo, pues el Evangelio fue llevado a esas regiones y la Iglesia se estableció allí desde los tiempos de los Apóstoles. Y, a lo largo de los siglos, numerosos hijos de esa tierra han sido insignes figuras del pensamiento cristiano y de la santidad. Sé bien que los católicos de Turquía se empeñan en buscar el bien de su patria y que desean servirla, en colaboración con los demás componentes de la nación. Tengan la seguridad de que el sucesor del apóstol Pedro siente por ellos gran afecto.
5. Señor Embajador, al comenzar su misión ante la Santa Sede, le expreso mi deseo de que la lleve a cabo con la satisfacción de saber que está robusteciendo nuestras relaciones y haciendo que crezca nuestra comprensión mutua. Le aseguro que mis colaboradores están plenamente a su disposición para facilitar su tarea y prestarle la ayuda que le sea precisa.
Invoco de todo corazón la bendición del Altísimo para su pueblo y sus gobernantes, así como para usted, sus seres queridos y sus colaboradores.
*L'Osservatore Romano. Edición Semanal en lengua española n.11, p.16, (p.160).
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