DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA III REUNIÓN PLENARIA
DE LA PONTIFICIA COMISIÓN PARA AMÉRICA LATINA
Viernes 15 de octubre 1993
Señores Cardenales,
amados hermanos en el Episcopado,
queridos sacerdotes, religiosos y laicos:
1. Me complace reunirme esta mañana con vosotros, al final de la III Asamblea Plenaria de la Pontificia Comisión para América Latina, organismo de la Curia Romana que, al servicio de la comunión entre las diócesis de aquellas Naciones y la Sede de Pedro, promueve y anima las actividades de la Iglesia en el Continente de la esperanza. Agradezco vivamente al Señor Cardenal Bernardin Gantin las amables palabras que, en nombre de todos, ha tenido a bien dirigirme.
Vuestras sesiones de trabajo han coincidido precisamente con el primer aniversario de la Conferencia de Santo Domingo, que yo mismo tuve el gozo de inaugurar el 12 de octubre de 1992, conmemorando también así el V Centenario de la llegada del mensaje de Cristo al Nuevo Mundo.
La celebración de esta efemérides ha sido verdaderamente un evento muy importante en el momento actual de la Iglesia, la cual, lejos de cualquier otra motivación ajena a su misión pastoral, ha querido conmemorar la llegada y proclamación de la fe y del Evangelio de Jesús, la implantación y desarrollo de esta espléndida realidad que son las comunidades eclesiales de América Latina. Por todo ello, damos fervientes gracias a Dios, rico en misericordia, pero hay que tener presente que es aún arduo y urgente el trabajo evangelizador que, ya a las puertas del año 2000, la Iglesia ha de afrontar en Latinoamérica. Ella está llamada a ser protagonista en el tercer milenio del cristianismo, para lo cual es de vital importancia que siempre sea fiel a su identidad católica, que se renueve profundamente en sus personas y en sus estructuras, que se comprometa a fondo en la promoción integral del hombre y de la mujer latinoamericanos, y que ofrezca al mundo una fisonomía auténticamente evangélica.
A este respecto, las Conclusiones de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano « podrán orientar la acción pastoral de cada Obispo diocesano » (Carta a los Obispos Diocesanos de América Latina, 10-11-1992). Es verdad que no todos los problemas pastorales del momento presente en Latinoamérica pudieron ser afrontados exhaustivamente en la Conferencia de Santo Domingo. Por otro lado, las líneas pastorales han de ser continuamente puestas al día y enriquecidas por los Episcopados junto con los demás miembros del Pueblo de Dios. A tal propósito, el CELAM tiene una misión particular que cumplir en esta acción pastoral de conjunto, como « organismo de contacto, reflexión, colaboración y servicio de las Conferencias Episcopales de América Latina » (Estatutos del CELAM, art. 1).
La evaluación que durante los días pasados habéis hecho de la Conferencia de Santo Domingo puede dar luces para proyectar, más intensamente y en todas las direcciones, los frutos de tan importante reunión episcopal. Conviene profundizar atentamente y aplicar, con discernimiento y decisión, las « líneas pastorales » recogidas en las Conclusiones de la citada Asamblea, con mi-ras a la acción evangelizadora que necesitamos en nuestros días. En la tarea de precisar los contenidos doctrinales y las prioridades pastorales de la Nueva Evangelización, el Catecismo de la Iglesia Católica constituye un instrumento providencial y de gran importancia.
En el marco de un proyecto completo y eficaz de Nueva Evangelización hay puntos que, por lo que se refiere a América Latina, han de ser profundizados y examinados más certeramente. Entre otros, es necesario dedicar una particular atención a la acción pastoral con los pobres, los indígenas y los afroamericanos, y fomentar también una mayor solidaridad eclesial. Esto me lleva a poner de relieve la importancia de los organismos de ayuda, aquí representados, así como la necesidad de una creciente cooperación bien coordinada, sobre todo por lo que se refiere al envío de agentes pastorales (cf. Motu proprio Decessores Nostri, II).
Ante la proliferación y propaganda agresiva de las sectas en América Latina, es urgente que la Iglesia se haga presente con una renovada acción evangelizadora, disponiendo de un mayor número de evangelizadores, adecuadamente preparados, para la proclamación y preservación de la fe, sobre todo «en aquellos sectores más vulnerables, como migrantes, poblaciones sin atención sacerdotal y con gran ignorancia religiosa, personas sencillas o con problemas materiales y de familia» (Documento de Santo Domingo, 141).
En esta acción pastoral de conjunto, hay que procurar que se integren plenamente y participen activamente todos los movimientos, asociaciones eclesiales y grupos de apostolado. Siguiendo las directrices de la Jerarquía, podrán colaborar así de manera unitaria en el crecimiento y consolidación de cada Iglesia particular, enriqueciéndola con la pluralidad de carismas y servicios.
Me complace manifestar de nuevo que en mis viajes a América Latina he encontrado Iglesias vivas y dinámicas que, bajo la acción del Espíritu, se preparan también ellas para evangelizar a otros continentes. Para esto es necesario que Latinoamérica sea evangelizada aún más por numerosos y santos sacerdotes, religiosos y religiosas, bien centrados en su vocación, y que pueda contar también con un laicado adulto muy prepara-do, que participe de forma activa en las tareas apostólicas y en el campo sociopolítico, en orden a difundir sobre todo la cultura cristiana, de tal manera que « Jesucristo ayer, hoy y siempre » (cf. Heb 13,8), sea « la vida y esperanza de América Latina» (cf. Documento de Santo Domingo, III).
A Nuestra Señora de Guadalupe, Estrella de la Evangelización, encomiendo los frutos de vuestros trabajos, mientras, en prenda de la constante ayuda divina, os imparto con gran afecto la Bendición Apostólica.
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