DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE ACADÉMICOS ESPAÑOLES
Sábado 23 de octubre de 1993
Señoras y Señores:
1. Es para mí motivo de profunda satisfacción poder recibir hoy a este distinguido grupo, compuesto por Ilustres miembros de la Real Academia de Medicina y de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, de España. A todos y cada uno de vosotros, así como a vuestras esposas aquí presentes y a los compañeros Académicos a quienes representáis, quiero reservar un cordial saludo.
Consciente de las altas funciones que vuestras Academias desempeñan, deseo expresaros mi profundo respeto y estima por vuestros quehaceres, y también por cuantos en España trabajan en estos campos con verdadera competencia y sentido de responsabilidad.
2. Desde este sincero aprecio por vuestra labor como hombres de ciencia, permitidme, Señores, que os recuerde aquellas palabras de san Agustín: “Intellectum valde ama” (S. Agustín, Epist. 120, 3, 16: PL 33, 459). Y ama, sobre todo, la verdad; esa verdad, “que brilla en todas las obras del Creador y, de modo particular, en el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios” (Veritatis splendor, 1). Esa verdad, que es objeto de paciente investigación y a la que vosotros dedicáis sacrificio y esfuerzo.
En vuestras tareas os mueve, ciertamente, una vocación de servicio al hombre, y en ello la Iglesia os acompaña y os alienta, consciente de que entre la fe y la ciencia no debe de existir contraposición sino armonía. La colaboración entre religión y ciencia moderna revierte en provecho de una y otra, sin violar en absoluto sus legítimas respectivas autonomías. A este respecto, el Concilio Vaticano II, en la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, al referirse al progreso contemporáneo, reconoce entre sus valores positivos “el estudio de las ciencias y la exacta fidelidad a la verdad en las investigaciones científicas” (Gaudium et spes, 57).
3. Os invito, pues, a un renovado empeño en vuestro servicio al hombre y en la búsqueda de la verdad, como Académicos dedicados a campos de tanta importancia como son la medicina, las ciencias exactas, la física, las ciencias naturales. Y, al mismo tiempo, deseo recordaros el compromiso ético del hombre de ciencia, que ha de buscar ante todo el bien y que por ello debe estar siempre abierto a la transcendencia. Como escribí en la Encíclica Redemptor Hominis, “el "dominio" del hombre sobre el mundo visible, asignado a él como cometido por el mismo Creador, consiste en la prioridad de la ética sobre la técnica, en el primado de la persona sobre las cosas, en la superioridad del espíritu sobre la materia” (Redemptor Hominis, 16).
Contribuid, pues, con la ciencia a sembrar gérmenes de humanidad; gérmenes que crezcan, se desarrollen e iluminen a las nuevas generaciones, particularmente en la amada Nación española. Trabajad con un sentido profundo de la transcendencia, mirando hacia Dios, que es la Suma Verdad, la Suma Belleza, el Sumo Bien, pues con vuestra labor como Académicos debéis y podéis dar gloria al Creador.
4. Señoras y Señores, al concluir este encuentro, formulo los mejores votos para que vuestros trabajos contribuyan a ofrecer al hombre contemporáneo orientaciones útiles para construir una sociedad armoniosa en un mundo más respetuoso de lo humano, mientras invoco sobre vosotros y vuestras familias la constante asistencia del Altísimo.
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