ORACIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
ANTE LA ESTATUA DE LA VIRGEN MARÍA
DE LA PLAZA DE ESPAÑA
Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María
Viernes 8 de diciembre de 1995
1. «Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios» (Sal 97, 3).
Las palabras del salmo, que hacemos nuestras en la liturgia de esta fiesta de la Inmaculada Concepción de la bienaventurada Virgen María, parecen referirse de modo particular a esta ciudad de Roma, y a este lugar, la plaza de España, al pie de la columna erigida en honor de la Virgen Inmaculada.
Desde esta ciudad, de modo singular, dirigimos nuestra mirada hacia «los confines de la tierra». En efecto, Roma es la ciudad de los Apóstoles Pedro y Pablo. Precisamente a los Apóstoles Cristo dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la buena nueva a toda la creación» (Mc 16, 15). Y desde aquí, desde Roma, Pedro y Pablo velan por el vasto proceso de evangelización del mundo, que dura ya desde hace casi dos mil años. Desde aquí dirigen su mirada hacia «los confines de la tierra» y se alegran de la salvación que llega a todo el mundo.
«Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios» (Sal 97, 3). María santísima participa en la historia salvífica, como participó en el nacimiento de la Iglesia en el cenáculo de Jerusalén el día de Pentecostés. Por eso, la tradición de reunimos aquí, en la plaza de España, en la solemnidad de la Inmaculada Concepción, corresponde bien a la vocación apostólica de la Iglesia.
2. Toda comunidad eclesial está llamada, por consiguiente, a rejuvenecer su fe y su testimonio cristiano, especialmente en el camino hacia el gran jubileo. Y de modo muy singular la Iglesia de Roma.
En efecto, el Año santo manifestará una vez más la vocación particular que la divina Providencia ha otorgado a Roma: ser punto de referencia para la renovación espiritual y civil de la humanidad entera.
Así pues, considero necesario que en los próximos años se ponga en marcha con gran esmero y se celebre con impulso apostólico una gran misión ciudadana, encaminada a preparar el espíritu de los habitantes para acoger la gracia del Año santo, y a encontrar en la fe en Jesucristo y en la riqueza de vida y de cultura que brota de ella las razones de la tarea peculiar confiada a la ciudad eterna con respecto al mundo entero.
La misión deberá volver a proponer y actuar el compromiso de evangelización del Sínodo pastoral diocesano en cada ambiente de trabajo y de cultura, en cada barrio y localidad. Se realizará según el itinerario que he trazado en la carta apostólica Tertio millennio adveniente, y se desarrollará en oportunos momentos de preparación, sensibilización y actuación.
Esta misión quiere ser un nuevo acto de amor y de esperanza con respecto a Roma. Pido a todas las energías vivas presentes en la diócesis —sacerdotes, contemplativos, religiosos y laicos— que se dediquen con extraordinaria disponibilidad, en la oración y en la acción, a esta empresa espiritual, que encomiendo al corazón materno de la Virgen Inmaculada en esta tradicional cita mariana, que constituye una hermosa y singular costumbre del Adviento en Roma.
3. A María se dirige nuestra mirada con especial emoción en este periodo del año litúrgico. Ella, la estrella de la mañana, la aurora de la Redención, anuncia el nacimiento del Sol y precede la venida del Día: anuncia y precede a Cristo.
Lo precede en este su misterio. En efecto, la Inmaculada Concepción constituye en cierto aspecto una anticipación de la buena nueva de la salvación. Cristo, Redentor del mundo, derrota la noche del pecado en la historia de la humanidad. Como venció al poder del pecado original en su Madre, así hará en cada uno de nosotros.
Misión de cada hombre, en toda época del mundo, es combatir constantemente contra el mal. Especialmente en nuestro siglo, que ya se aproxima a su fin, concluyendo así el segundo milenio, tenemos un motivo particular para invocar a María: ¡protégenos de! mal! ¡Alcánzanos de tu Hijo la gracia de perseverar en el bien y en la paz!¡Oh Virgen Inmaculada,
a todos nosotros,
que llevamos en el corazón
la experiencia
y las heridas del siglo XX,
ya próximo a su término,
concédenos acercarnos al inapreciable don
que Cristo nos ha ofrecido naciendo de ti hace dos mil años!
Permítenos entrar
llenos de esperanza
en el tercer milenio, que está ya a las puertas.
«Los confines de la tierra
han contemplado la victoria de nuestro Dios».
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