DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LAS PARTICIPANTES EN EL XVIII CAPÍTULO GENERAL
DE LAS RELIGIOSAS MERCEDARIAS DE LA CARIDAD
Viernes 28 de junio de 1996
Amadas Religiosas Mercedarias de la Caridad:
1. Es para mí un gran gozo poder compartir con vosotras este encuentro durante la celebración de vuestro XVIII Capítulo General, con el que os disponéis a renovar vuestra participación en la misión evangelizadora de la Iglesia, mirando al futuro con gran esperanza y realizando vuestro carisma para bien de la humanidad «en Dios, por Dios y para Dios», según dice el lema de vuestra Congregación.
Saludo con afecto a la Madre María Josefa Larraga Cortés, recién elegida para el cargo de Superiora General, a la vez que dirijo un emocionado recuerdo a la Madre Ester Gómez Tovar, fallecida hace unos meses a consecuencia de una enfermedad contraída durante su visita a las misiones de Mozambique y Angola. Asimismo saludo cordialmente a las nuevas Consejeras elegidas en este Capítulo, y a todas las Religiosas que representáis a las 8 Provincias de la Congregación, actualmente presente en 14 países de Europa, América y África. A través vuestro quiero hacer presente mi aprecio y estima a cada una de vuestras Hermanas que siguen con interés los trabajos capitulares y los acompañan con su oración.
2. Vuestra Congregación, más que centenaria, nació por inspiración del Siervo de Dios Juan Nepomuceno Zegrí y Moreno, celoso sacerdote malagueño, con el carisma del «servicio omnímodo de caridad en orden a la plena liberación de los hombres». Fieles a ese espíritu, tenéis como misión propia el ejercicio de las obras de misericordia en sectores tan amplios y diversos como son los hospitales, residencias de ancianos, colegios, leproserías, hogares sacerdotales, misiones ad gentes y ayuda a las parroquias, sin olvidar los servicios que prestáis también a la Santa Sede. Todo ello, realizado por amor a Dios, a la Iglesia y a la humanidad, contribuye a manifestar la excelencia de la vocación religiosa en el compromiso con el destino de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, a los que hay que servir con el anuncio constante de la Buena Nueva; con la solidaridad sincera y eficaz especialmente con los pobres, los enfermos, los ancianos y los alejados, a los cuales hay que mostrar el amor misericordioso del Señor; con el trabajo por una verdadera promoción humana y cristiana.
3. Con vuestra vida de consagradas estáis llamadas a proclamar la primacía de Dios y de los valores evangélicos en el mundo. En virtud de esta primacía no se puede anteponer nada al amor personal por Cristo y por los pobres en los cuales Él vive (Vita consecrata, 84). Por eso toda auténtica renovación exige un proceso que, ante todo, ayude eficazmente a sentir en el corazón la pasión por la santidad de Dios y, tras haber acogido la palabra en el diálogo de la oración, la proclame con la vida, con los labios y con los hechos.
En nuestro mundo, tan necesitado de la presencia de Dios, es urgente un testimonio audaz por parte de las personas consagradas, las cuales, siguiendo e imitando a Cristo casto, pobre y obediente, totalmente entregadas a la gloria del Padre y al amor de los hermanos y hermanas, hacen presentes los bienes del Reino de Dios (Vita consecrata, 84). Os exhorto a renovar ese precioso servicio al que, como consagradas, el Señor os ha llamado y por medio del cual la Iglesia y el mundo esperan mucho de vosotras.
4. La celebración de este Capítulo General en la fase preparatoria del Gran Jubileo del año Dos mil está llamada a ser un momento particular de gracia, con abundantes frutos espirituales y apostólicos. Por eso deseo animaros, a vosotras y a todas las demás Religiosas de la Congregación, a acoger con firme esperanza la voz del Espíritu. Que la Virgen María, Madre de Cristo y de la Iglesia, bajo la advocación de las Mercedes os ayude e impulse en el encuentro frecuente con su divino Hijo en el misterio eucarístico. Que Ella, verdadera Arca de la Nueva Alianza y Mediadora de todas las gracias, os enseñe a amarlo como Ella lo amó. Que con su intercesión os sostenga también en las diversas obras de apostolado en las que estáis comprometidas.
Con estos sentimientos, de corazón os imparto a vosotras y a todas las Mercedarias de la Caridad, así como a vuestros colaboradores y bienhechores, la Bendición Apostólica.
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