DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS NUEVOS EMBAJADORES
DE JORDANIA, KENYA, MALAWI Y NUEVA ZELANDA*
Jueves 23 de mayo de 1996
Excelencias:
1. Me complace daros la bienvenida hoy al Vaticano y aceptar las Cartas que os acreditan como Embajadores Extraordinarios y Plenipotenciarios de vuestros respectivos países: Kenia, Malawi, Nueva Zelanda y el Reino Hachemita de Jordania. Os renuevo la expresión de mi estima y amistad por vuestros pueblos, por sus conquistas y valores históricos, culturales y religiosos, y por sus esperanzas y esfuerzos en la tarea urgente de construir un mundo de paz, justicia y bienestar social. Os agradezco los saludos que me habéis transmitido de vuestros respectivos Jefes de Estado, a los que correspondo cordialmente con mis mejores deseos para ellos y para las naciones que representáis.
2. En la Cumbre mundial para el Desarrollo Social, celebrada en Copenhague en marzo del año pasado, con el patrocinio de las Naciones Unidas, en la que los líderes de vuestros países también estuvieron presentes, la comunidad internacional se comprometió a esforzarse de modo nuevo y decidido por promover el desarrollo de los pueblos. La Cumbre se fijó el encomiable objetivo de afrontar seriamente el problema de la pobreza en el mundo. La gravedad y el alcance de este problema está a la vista de todos. Lo lamentable es que una parte considerable de la familia humana vive en una pobreza absoluta, sin tener acceso ni siquiera a los niveles elementales de nutrición, asistencia sanitaria y educación. Y, como una injusticia mayor, las mujeres y las niñas constituyen el número más elevado de los desamparados en la tierra. Si al menos se hiciera realidad una parte de lo que la Cumbre propuso, la familia humana daría un paso fundamental hacia la realización del progreso económico y social al que todos los pueblos aspiran.
3. La Santa Sede considera este compromiso un signo auténtico de esperanza y una base sólida en la que se puede organizar una lucha justa y efectiva contra los numerosos obstáculos, antiguos y nuevos, que se encuentran en el camino del esfuerzo en favor de una vida más segura y digna. Al recibiros a vosotros, que representáis a países de tres continentes, diferentes por la organización política y social, así como por las tradiciones culturales y religiosas más profundas de vuestros pueblos, pienso en una verdad fundamental de todo desarrollo: la centralidad de la persona humana. Toda política económica y social debe contribuir al bien auténtico del pueblo, y no puede ser de otro modo. Esto vale en cualquier parte del mundo, en cualquier sistema y comunidad.
4. El verdadero progreso, incluso a nivel material, exige un respeto pleno a la dimensión espiritual del hombre y excluye una visión de la vida sólo o principalmente material y económica. Precisamente la naturaleza espiritual del hombre lo lleva a concebir, exigir y luchar para progresar en todas las otras esferas. En mi discurso a la Asamblea General de las Naciones Unidas, en octubre de 1995, subrayé la necesidad esencial, en todos los aspectos de la vida pública e internacional, de respetar la inalienable naturaleza espiritual de los seres humanos: «Las acciones políticas (...) siempre tienen que ver también con la dimensión trascendente y espiritual de la experiencia humana, y no podrían ignorarla sin perjudicar a la causa del hombre y de la libertad humana. Todo lo que empequeñece al hombre daña la causa de la libertad. Para recuperar nuestra esperanza y confianza al final de este siglo de sufrimientos, debemos recuperar la visión del horizonte trascendente de posibilidades al cual tiende el espíritu humano» (n. 16).
5. Como diplomáticos, comprendéis fácilmente la importancia de la verdad. Las relaciones entre las personas, las comunidades y las naciones no pueden juzgarse meramente en términos de poder o de intereses económicos. La esperanza y la confianza son virtudes personales y sociales esenciales para posibilitar y hacer fructificar la cooperación y la solidaridad en todos los niveles. Confío en que vuestra misión como representantes diplomáticos de vuestros países ante la Santa Sede os ofrezca muchas ocasiones de reflexionar en estos elevados valores espirituales. Espero que os comprometáis cada vez más a consolidarlos tanto en las relaciones internacionales como en las interpersonales.
Mientras cumplís vuestras responsabilidades, invoco sobre vosotros, sobre vuestras familias y sobre los pueblos que representáis, las abundantes bendiciones de Dios Todopoderoso.
*L'Osservatore Romano. Edición Semanal en lengua española, n. 22, p.6 (p.302).
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