DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE MIEMBROS DE VARIAS ORGANIZACIONES
NO GUBERNAMENTALES CON OCASIÓN DE LA CUMBRE
MUNDIAL SOBRE LA ALIMENTACIÓN*
Martes 12 de noviembre de 1996
Queridos amigos:
1. Me da mucho gusto recibir a este grupo de representantes de organizaciones no gubernamentales y otras instituciones, que promueven y defienden la dignidad de la persona humana en el foro internacional. Habéis deseado tener este encuentro, precisamente porque reconocéis una convergencia sustancial entre las enseñanzas de la Iglesia católica y las políticas y objetivos de vuestras organizaciones sobre muchas cuestiones cruciales para el futuro de la familia humana.
2. Estáis reunidos en Roma simultáneamente con la cumbre de la Organización de las Naciones Unidas para la agricultura y la alimentación (FAO), que está afrontando las necesidades alimentarias del mundo, especialmente de los pobres del mundo. En el plan del Creador, el destino universal de los bienes de la tierra implica que todas las personas tienen el derecho elemental a una alimentación adecuada. El problema del hambre y la desnutrición es verdaderamente una ofensa a la imagen del Creador en todo ser humano. Esto sucede especialmente cuando el hambre es la consecuencia del mal uso de los recursos o del excesivo egoísmo en el ámbito de grupos políticos y económicos opuestos, o cuando es el resultado de la aplicación rígida del principio del lucro en detrimento de la solidaridad y la cooperación en favor de todos los miembros de la familia humana. Los creyentes deben sentirse llamados en conciencia a trabajar para reducir las diferencias entre el Norte y el Sur, y construir relaciones justas y honradas en todos los niveles —social, económico, cultural y ético— de la vida humana en esta tierra (cf. Mensaje para la Jornada mundial de la paz, 1 de enero de 1986). Los cristianos deben sentirse alentados y comprender la urgencia de estas palabras de Cristo: "Tuve hambre, y me disteis de comer" (Mt 25, 35).
3. Muchos de vosotros procuráis afrontar otra realidad indigna y más terrible aún, es decir, las amenazas contra la vida y la eliminación sistemática de vidas inocentes, en particular de los hijos por nacer. Mientras nos acercamos al final de un siglo sin parangón por lo que respecta a la destrucción de vidas humanas, muy a menudo en nombre de ideologías totalitarias, ¿debemos llegar a la conclusión de que también la democracia promueve ataques sin precedentes contra la vida humana? Por una parte, el progreso de las libertades democráticas ha llevado a una nueva afirmación de los derechos humanos, codificados en importantes declaraciones y acuerdos internacionales; por otra, cuando la libertad se aleja de lo principios morales que gobiernan la justicia y muestran lo que es el bien común, se mina la democracia, que se convierte en un instrumento con el cual el fuerte impone su voluntad al débil, como desgraciadamente vemos que sucede cada vez con mayor frecuencia a nuestro alrededor.
4. Como sabéis, no basta deplorar esta situación. Queda mucho por hacer para educar las conciencias y la opinión pública con respecto a lo que, por razones de brevedad pero con sólida justificación, se ha definido "cultura de la muerte". Os invito a renovar vuestros esfuerzos por promover "la cultura de la vida" y buscar una visión moral más elevada, que os permita cooperar de modo cada vez más estrecho en la defensa del carácter sagrado de toda vida humana. Aprovechad vuestras energías, vuestros talentos y vuestra experiencia para este inmenso esfuerzo vital en favor de la humanidad.
Que Dios os conceda la fuerza y la intrepidez para hablar en el ámbito internacional por los que no tienen voz y para defender a los indefensos; y que derrame sus abundantes bendiciones sobre vosotros y vuestras familias.
*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n.47, p.7.
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