DISCURSO DE JUAN PABLO II
DURANTE EL ENCUENTRO CON LOS NIÑOS
DE PRIMERA COMUNIÓN
Zakopane, iglesia de la Sagrada Familia
Sábado 7 de junio de 1997
1. "Dejad que los niños vengan a mí" (Mc 10, 14). Eso lo dijo Jesús a los Apóstoles en cierta ocasión. Era una maravillosa invitación. El Señor Jesús amaba a los niños y quería que estuvieran cerca de él. Muchas veces los bendecía e incluso los ponía como ejemplo a los adultos. Decía que el reino de Dios pertenece a los que se asemejan a los más pequeños (cf. Mt 18, 3). Naturalmente eso no significa que los adultos deban volver a hacerse niños desde todos los puntos de vista, sino que su corazón debe ser puro, bueno, confiado, y estar lleno de amor.
Queridos niños, el Papa viene hoy a vosotros para deciros, en nombre del Señor Jesús, que él os ama. Ciertamente vuestros sacerdotes catequistas y las religiosas catequistas os han hablado de esto muchas veces. Pero quiero repetirlo una vez más, para que recordéis durante toda la vida esta alegre noticia. ¡Jesús os ama!
Hace poco tiempo habéis podido convenceros de esa verdad de modo particular. Jesús ha venido por primera vez a vuestro corazón. Lo habéis recibido bajo la especie del pan en la primera santa Comunión. ¿Qué quiere decir que ha venido a vuestro corazón? Para dar una respuesta a esta pregunta, debemos volver unos instantes al cenáculo. Allí, durante la última cena, poco antes de su muerte, el Señor Jesús dio a los Apóstoles pan y les dijo: "Tomad y comed todos: esto es mi Cuerpo". Del mismo modo, les dio vino, diciendo: "Tomad y bebed todos de él: éste es el cáliz de mi Sangre". Y nosotros creemos que, aunque los Apóstoles percibieron en su boca el sabor del pan y del vino, verdaderamente comieron el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Y eso era un signo de su amor infinito, pues quien ama está dispuesto a dar a la persona amada todo lo más valioso que posee. El Señor Jesús en este mundo tenía pocas cosas que regalarles a los Apóstoles. Pero les dio algo mejor: se dio a sí mismo. Desde entonces, al recibir este Alimento santísimo, podían estar constantemente con Jesús. El mismo habitaba en su corazón y lo llenaba de santidad. Eso es lo que significa que Jesús ha venido a vuestro corazón. Él está en vosotros; su amor os llena y hace que os asemejéis cada vez más a él, que seáis cada vez más santos.
Se trata de una gran gracia, pero también de un gran compromiso. Para que el Señor Jesús pueda habitar en nosotros, debemos esforzarnos para que nuestra alma esté siempre abierta a él. Este es, por tanto, vuestro compromiso: amar siempre a Jesús, tener un corazón bueno y puro, e invitarlo lo más frecuentemente posible, para que mediante la sagrada Comunión habite en vosotros. Y no hagáis nunca cosas malas. A veces esto puede resultar difícil. Pero recordad que Jesús os ama y desea que también vosotros lo améis con todas vuestras fuerzas.
2. Hoy, junto con vosotros, quiero dar gracias a Cristo por el infinito amor que siente por todos los hombres. Lo alabamos de modo especial por el don de la Eucaristía, en la que se ha quedado para que tengamos vida y la tengamos en abundancia (cf. Jn 10, 10). Doy también las gracias a vuestros catequistas, que os han llevado hasta Jesús Eucaristía, así como a los que en toda Polonia trabajan por transmitir la fe en las escuelas. Es una tarea elevada, aunque muchas veces no resulta fácil. Exige un testimonio de fe, esperanza y caridad: de fe, que se apoya firmemente en el Evangelio; de esperanza, que en la perspectiva de la salvación no excluye a ningún hombre; y de caridad, que no duda en dar lo que es mejor, incluso a costa del propio sacrificio. Tened siempre la convicción de que los jóvenes, aunque no lo demuestren, necesitan y desean vuestro testimonio. El Espíritu Santo, que ha iluminado y fortalecido a generaciones y generaciones de apóstoles de Cristo, os sostenga también a vosotros, los actuales innumerables catequistas, hombres y mujeres, de Polonia.
Por último, quiero dirigir unas palabras de agradecimiento también a los padres: a los que están aquí presentes, y a todos los padres de Polonia. Al llevar un día a vuestros hijos para ser bautizados, os habéis comprometido a educarlos en la fe de la Iglesia y en el amor a Dios. Estos niños, que por primera vez han recibido la sagrada Comunión, son signo de que habéis asumido ese compromiso y tratáis de cumplirlo con sinceridad. Os pido que nunca renunciéis a él. Los padres son los primeros que tienen el derecho y el deber de educar a sus hijos, en sintonía con sus propias convicciones. No cedáis este derecho a las instituciones, que pueden transmitir a los niños y a los jóvenes la ciencia indispensable, pero no les pueden dar el testimonio de la solicitud y el amor de los padres.
De asegurar a vuestros hijos las mejores condiciones materiales a costa de vuestro tiempo y de vuestra atención, que necesitan para crecer "en sabiduría, edad y gracia ante Dios y ante los hombres" (Lc 2, 52). Si queréis defender a vuestros hijos contra la corrupción y el vacío espiritual, que el mundo presenta con diversos medios y, a veces, incluso en los programas escolares, rodeados del calor de vuestro amor paterno y materno, y darles el ejemplo de una vida cristiana.
Encomiendo vuestro amor, vuestros esfuerzos y vuestras preocupaciones a la Sagrada Familia, patrona de esta iglesia. Que la protección de Jesús, María y José os conforte.
3. Una vez más, abrazo con mi corazón a los niños aquí presentes y a todos los niños de nuestro país, especialmente a los que soportan el peso del sufrimiento o del abandono.
Rindo homenaje a todos los padres que asumen el compromiso diario de mantener y educar a sus hijos. Agradezco a los pastores y a los fieles de toda la parroquia la benevolencia, la hospitalidad y el don de la oración. Bendigo de corazón a todos.
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