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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PADRES CAPITULARES DE LOS MISIONEROS
HIJOS DEL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA

 

Al superior general
y a los padres capitulares
de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María

1. Es muy grato para mí tener este encuentro con vosotros, que ya estáis terminando el XXII capítulo general, en el que habéis estudiado vuestra participación en la misión evangelizadora de la Iglesia, mirando hacia el futuro con gran esperanza, para vivir vuestro carisma en bien de las comunidades eclesiales y de la humanidad.

Ante todo, saludo con afecto al padre Aquilino Bocos, reelegido como superior general, a los nuevos consejeros y también a los religiosos que representáis a todas las provincias de la congregación, actualmente presente en Europa, América, Asia y África. A través vuestro quiero hacer llegar mi aprecio y estima a los demás religiosos que, con sus oraciones, piden por la feliz y fructuosa culminación de los trabajos capitulares.

2. Vuestra congregación, más que centenaria, nació por inspiración de san Antonio María Claret, el cual, después de haber recorrido durante años Cataluña predicando misiones populares, fue nombrado arzobispo de Santiago de Cuba, ministerio al que se entregó de lleno para la salvación de las almas. A su regreso a España, hubo de afrontar muchos sufrimientos por el bien de la Iglesia, hasta morir en el exilio de Fontfroide (Francia) en 1870. No obstante, su vida estuvo siempre marcada por la perentoria exhortación paulina «Nos apremia el amor de Cristo» (2 Co 5, 14).

La Iglesia tiene en gran estima el servicio de la Palabra que realizáis en la misión «ad gentes», en sectores populares y entre marginados; en la formación de nuevos evangelizadores, tanto religiosos como seglares; en la promoción de la vida religiosa; en las tareas educativas y en la renovación de comunidades cristianas; fomentando el diálogo de fe con quienes buscan a Dios.

Con ello tratáis de ser fieles a vuestro fundador y padre, el cual, sintiendo que debía darse enteramente a los demás, os proponía utilizar todos los medios posibles a vuestro alcance —pastoral parroquial, publicaciones, misiones populares, predicación de ejercicios y retiros espirituales—, en el anuncio del Evangelio a todas las gentes (cf. Const. CMF nn. 6 y 48).

De este modo, con espíritu de entrega a Dios, a la Iglesia y a la humanidad, desarrolláis vuestra vocación, dando testimonio de amor a Cristo a través de la proclamación constante de la buena nueva y de la solidaridad sincera y eficaz, especialmente con los más pobres, los enfermos, los ancianos y los alejados.

3. En estos años, el acercamiento a la experiencia espiritual de Claret misionero os ha llevado a poner la palabra de Dios en el centro de vuestra vida personal y comunitaria. Como María, deseáis acoger esta Palabra salvífica en vuestro corazón, para meditarla y comunicarla después a los demás. Ciertamente, queridos misioneros, esta Palabra, viva y eficaz (cf. Hb 4, 12), os confirmará en vuestra vocación, os consolará y os dará esperanza en las fatigas y sufrimientos (cf. Rm 15, 4) y, a la vez, hará fructífera vuestra labor pastoral. Ante las dificultades de vuestro ministerio, recordad lo que os decía el fundador: «No seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre y de vuestra Madre es el que hablará en vosotros» (Aut. 687).

4. Es para mí motivo de especial satisfacción constatar que, en el umbral del tercer milenio, vuestro capítulo se ha propuesto profundizar en la dimensión profética del servicio de la Palabra. Con ello, a la vez que reflexionáis sobre las orientaciones y pautas de los capítulos anteriores, teniendo como centro la figura de Jesús, ungido y enviado por el Padre para anunciar la buena nueva a los pobres (cf. Lc 4, 18; Aut. 687), habéis querido responder a la llamada que dirigí a todos los consagrados en la exhortación apostólica Vita consecrata (cf. nn. 84-95). Lo que se espera de la Iglesia, en esta hora de profundos cambios sociales y culturales, es que la palabra clara y oportuna del enviado vaya acompañada de la transparencia de vida del «hombre de Dios». Cuando el dolor, la soledad y las exclusiones asedian el corazón humano, se espera de los consagrados una nueva y luminosa propuesta de amor a través de una castidad que agranda el corazón, de una pobreza que elimina barreras y de una obediencia que construye comunión en la comunidad, en la Iglesia y en el mundo. De esta manera la actitud profética llevará esperanza a todos, porque por medio de vosotros Dios seguirá visitando a su pueblo (cf. Lc 7, 16).

Estáis llamados también a ser —en comunión con los obispos de cada lugar— «fermento evangélico y evangelizador de las culturas del tercer milenio y de los ordenamientos sociales de los pueblos» (Homilía en la fiesta de la Presentación del Señor, 2 de febrero de 1992, n. 5). Para ello habréis de cultivar una profunda intimidad con Cristo mediante la oración, la asidua escucha de su Palabra y la Eucaristía. Fomentad la formación permanente con el estudio y discernimiento de los desafíos de la hora presente, y haced que vuestro corazón sea cada vez más generoso para ir al encuentro del prójimo que necesita amor y esperanza.

Vuestro ejemplo y entrega ha de ser igualmente una invitación y estímulo para otros, sobre todo los jóvenes, que, a pesar de la actual escasez de vocaciones en algunas partes, quieran unirse a la comunidad fraterna y misionera, que estáis llamados a formar, para de este modo seguir a Jesús y ser enviados a predicar (cf. Mc 3, 14). Vuestros hermanos, los 51 beatos mártires de Barbastro, como tantos otros mártires, «en este mismo siglo han dado testimonio de Cristo, el Señor, con la entrega de la propia vida » (cf. Vita consecrata, 86). Por ello, suplico al Señor que la sangre derramada haga germinar la semilla de muchas vocaciones misioneras para vuestra Congregación, las cuales habrán de contar con buenos y santos formadores.

5. Encomiendo vuestro capítulo y la congregación entera a la Virgen María, Madre de Cristo y de la Iglesia. Que su Corazón materno sea para todos escuela de íntima adhesión a Jesús, de escucha de su Palabra y de cordial amor a todos los hombres. En este mismo Corazón habréis de continuar inspirándoos para anunciar al mundo la misericordia del Señor y amarlo como ella lo amó. Que su intercesión os sostenga también en las diversas obras de apostolado en las que estáis comprometidos. Con estos vivos sentimientos, os imparto con afecto a vosotros y a todos los Misioneros Claretianos, Hijos del Inmaculado Corazón de María, la bendición apostólica.

Vaticano, 22 de septiembre de 1997.

JUAN PABLO II



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