DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A LOS RESPONSABLES DE LA
RENOVACIÓN EN EL ESPÍRITU EN ITALIA
Sábado 4 de abril de 1998
1. Os saludo cordialmente, queridos responsables de la Renovación en el Espíritu en Italia y, por medio de vosotros, a todas las comunidades carismáticas italianas. Saludo afectuosamente, en especial, a las que participarán en el solemne Congreso sobre el Espíritu Santo, que habéis organizado en Rímini, del 30 de abril al 3 de mayo próximo.
Nos encontramos en el año que, en el marco de la preparación del gran jubileo, está dedicado al Espíritu Santo, para invitar a los cristianos a redescubrir la presencia y las obras maravillosas del Espíritu en la historia de la salvación, en la vida de la Iglesia, en el mundo y en la vida de cada discípulo de Cristo. Es un año que vosotros, miembros de la Renovación, estáis llamados a vivir con especial intensidad y compromiso.
El movimiento carismático católico es uno de los muchos frutos del concilio Vaticano II que, como un nuevo Pentecostés, ha suscitado en la vida de la Iglesia un extraordinario florecimiento de asociaciones y movimientos, particularmente sensibles a la acción del Espíritu. ¿Cómo no dar gracias por los grandes frutos espirituales que la Renovación ha producido en la vida de la Iglesia y en la vida de tantas personas? ¡Cuántos fieles laicos, hombres y mujeres, jóvenes, adultos y ancianos, han podido experimentar en su vida la sorprendente fuerza del Espíritu y de sus dones! ¡Cuántas personas han redescubierto la fe, el gusto por la oración, la fuerza y la belleza de la palabra de Dios, traduciendo todo esto en un generoso servicio a la misión de la Iglesia! ¡Cuántas vidas han cambiado totalmente! Por todo ello, hoy, junto con vosotros, quiero alabar y dar gracias al Espíritu Santo.
2. Sois un movimiento eclesial. Por eso, en vuestra vida deben encontrar expresión todos los criterios de eclesialidad sobre los que escribí en la Christifideles laici (cf. n. 30), especialmente la adhesión fiel al Magisterio eclesial, la obediencia filial a los pastores y el espíritu de servicio con relación a las Iglesias particulares y a las parroquias.
Al respecto, he sabido que, recientemente, el consejo permanente de la Conferencia episcopal italiana ha aprobado el Estatuto de vuestro movimiento y ha querido presentar la Renovación como una «experiencia consoladora de vida cristiana, que merece señalarse por su ferviente animación de numerosas comunidades eclesiales». Estas palabras, muy elocuentes, confirman que habéis elegido el camino de la comunión y la colaboración estrecha con los pastores. Y, en el mundo de hoy, confundido por un relativismo y un subjetivismo extremos, esta es la mejor garantía de permanecer fieles a la verdad.
Una de las tareas más urgentes de la Iglesia de hoy es la formación de los fieles laicos. «La formación de los fieles laicos tiene como objetivo fundamental el descubrimiento cada vez más claro de la propia vocación y la disponibilidad cada vez mayor para vivirla en el cumplimiento de la propia misión» (Christifideles laici, 58).
Por tanto, esta debe ser una de vuestras prioridades. En el mundo secularizado de hoy, que propone modelos de vida carentes de valores espirituales, es una tarea más urgente que nunca. La fe muere cuando se reduce a costumbre, a hábito, a experiencia puramente emotiva. Necesita ser cultivada, ayudada a crecer, tanto a nivel personal como a nivel comunitario. Sé que la Renovación en el Espíritu se esfuerza por responder a esta necesidad, buscando formas y modalidades siempre nuevas y más adecuadas a las exigencias del hombre de hoy. Os agradezco lo que hacéis y os pido que perseveréis en vuestro compromiso.
3. Queridos hermanos y hermanas, acoged en vuestro corazón al Espíritu Santo con la docilidad con que lo acogió la Virgen María. Dejad siempre que Dios os asombre y evitad acostumbraros a sus dones. Que el Espíritu Santo, Maestro interior, os conforte en la fe y os conforme cada vez más con Cristo. En este mundo, a menudo impregnado de tristeza e incertidumbre, tened la audacia de colaborar con el Espíritu en una nueva y gran efusión de amor y esperanza sobre toda la humanidad.
Deseo que vuestro Congreso de Rímini, en este año dedicado al Espíritu Santo, se convierta en piedra miliar de vuestro camino hacia el gran jubileo del año 2000. ¡Que el fuego del Espíritu se encienda en el corazón de cuantos participen en él!
Concluyo con las palabras de san Pablo: «Y lo que pido en mi oración es que vuestro amor siga creciendo cada vez más en conocimiento perfecto y todo discernimiento, para que podáis aquilatar lo mejor para ser puros y sin tacha para el día de Cristo, llenos de los frutos de justicia que vienen por Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios» (Flp 1, 9-11). Os espero a todos en la plaza de San Pedro el próximo 30 de mayo para mi encuentro con los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades. Estoy seguro de que no faltaréis a una cita tan significativa.
Imparto mi paterna y afectuosa bendición a toda la Renovación en el Espíritu en Italia.
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