DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS CAPITULARES DE LA PEQUEÑA OBRA
DE LA DIVINA PROVIDENCIA
Lunes 18 de mayo de 1998
Amadísimos Hijos de la Divina Providencia:
1. Me alegra daros la bienvenida al término de vuestro capítulo general. Os saludo a todos con afecto, y, en particular, a vuestro director general, don Roberto Simionato, a quien agradezco sus amables palabras de felicitación. Al congratularme por su reelección, expreso mis mejores deseos de que, con la ayuda de la gracia de Dios, siga guiando con valentía y clarividencia a sus hermanos, según el estilo apostólico del beato fundador.
Saludo a los miembros del nuevo consejo general y a cuantos han prestado su servicio en él durante el sexenio anterior. A través de vosotros, que habéis participado en el capítulo, quisiera expresar mi estima a todos los orionistas esparcidos por tantas naciones del mundo, junto con mi aliento a caminar siempre, como solía repetir don Orione, «en la vanguardia de los tiempos».
Saludo, asimismo, a los laicos que, por primera vez, han tomado parte en los trabajos de esta reunión fraterna, inaugurando una fase inédita, que espero sea rica en frutos apostólicos, para la vida de la Pequeña Obra de la Divina Providencia.
2. En efecto, el tema de vuestra asamblea capitular ha sido precisamente: «Religiosos y laicos orionistas en misión en el tercer milenio», tema que habéis analizado con una perspectiva de futuro, conscientes de que las actuales condiciones sociales en que vivimos exigen a vuestra aún joven congregación nuevas formas de apostolado; formas nuevas, pero siempre animadas por el espíritu carismático de los orígenes.
Para responder mejor a vuestra vocación, queréis asociar más estrechamente a vuestro ministerio a los laicos, recordando, como subrayé en la exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, que los diversos miembros del pueblo de Dios «pueden y deben aunar esfuerzos, en actitud de colaboración e intercambio de dones, con el fin de participar más eficazmente en la misión eclesial» (n. 54). Estoy convencido de que una comunión más estrecha de los religiosos y de los laicos de vuestra familia, que nació del corazón del beato Luigi Orione, enamorado de Dios y de sus hermanos, llevará a un enriquecimiento espiritual de todos y a una acción apostólica y social más eficaz en el mundo.
Nuestros tiempos piden audacia y generosidad, fidelidad absoluta al Evangelio y a la Iglesia, intensa formación y apertura valiente a las necesidades de nuestro prójimo. También ahora vuestro fundador podría decir: «Hoy hace falta fuego; no una chispa, sino un horno de fuego». Sí, en la época actual, especialmente en este año dedicado de modo particular a la reflexión sobre el Espíritu Santo, ¿cómo podemos dejar de sentir la necesidad del fuego de esta Persona divina, el fuego de la caridad, el fuego de la santidad?
3. Ante todo, el fuego de la santidad. En la exhortación apostólica postsinodal Christifideles laici escribí: «La santidad es un presupuesto fundamental y una condición insustituible para realizar la misión salvífica de la Iglesia» (n. 17). Y en la Redemptoris missio afirmé: «No basta renovar los métodos pastorales, ni organizar y coordinar mejor las fuerzas eclesiales, ni explorar con mayor agudeza los fundamentos bíblicos y teológicos de la fe: es necesario suscitar un nuevo "anhelo de santidad" entre los misioneros y en toda la comunidad cristiana» (n. 90).
Esto es lo que había intuido don Orione cuando, desde el Chaco argentino, lanzaba apremiantes llamamientos para el envío de nuevos misioneros del Evangelio: «¡Tengo necesidad de santos! Tengo necesidad de santos!» (Cartas II, 236). La vitalidad de la congregación y de su apostolado brota de la aspiración amorosa y perseverante hacia la santidad por parte de todos sus miembros. ¡La santidad ante todo! Por tanto, el ideal de la conformación a Cristo debe ser siempre el proyecto y el dinamismo que no sólo animen la formación inicial y permanente, sino también todas las instituciones e iniciativas de caridad, el compromiso pastoral y misionero, la relaci ón con los laicos y todos los programas de bien de vuestro instituto.
4. El fuego del amor divino alimenta el de la caridad fraterna. Vuestra presencia diaria entre los «últimos» os permite experimentar que es imposible difundir entre la gente el fuego regenerador del amor si no os impulsa internamente la caridad divina. Por eso, don Orione quiso una congregación que viviera un auténtico espíritu de familia, a imagen de la comunidad de los Apóstoles, en la que el vínculo del amor a Cristo era el secreto de la armonía y la colaboración. Seguid por esa línea, fieles a la intuición de vuestro padre, porque sólo así podréis trabajar juntos eficazmente más allá de las fronteras de la marginación, al servicio del hombre pobre y abandonado.
Esta necesidad del apostolado de la comunión era muy evidente para el beato Luigi Orione que, atento a los signos de los tiempos, observaba: «En un mundo cuya única ley es la fuerza; en un mundo en que resuenan a menudo voces de enfrentamientos entre pobres y ricos, entre padres e hijos, entre súbditos y soberanos; en los remolinos de una sociedad que vive y parece que quiere hundirse en el odio, opongamos el ejemplo de una caridad verdaderamente cristiana» (Parola III, 106).
5. Ya se acerca a grandes pasos el tercer milenio, y durante la asamblea capitular habéis reflexionado sobre los desafíos misioneros que la Iglesia tiene planteados: el primero de todos es el de proponer nuevamente, en su integridad y verdad, el mensaje liberador del Evangelio (cf. Tertio millennio adveniente, 57) a todos los hombres y a todo el hombre.
Estoy seguro de que en este esfuerzo en favor de la nueva evangelización no faltará la contribución concreta de vuestra congregación, llamada, según el carisma que la caracteriza, a dar el testimonio de la caridad, vuestro camino privilegiado para unir a los hombres con Cristo, con el Papa y con la Iglesia. Vuestro beato fundador reflexionaba: «¿Quién, en la Iglesia y bendecido por la Iglesia, irá a los más pobres, a los más abandonados, a los más infelices? Y a las almas, al pueblo, ¿cómo les mostraremos a Cristo? Con la caridad. ¿Cómo haremos amar a Cristo? Con la caridad. ¿Cómo salvaremos a nuestros hermanos y a los pueblos? Con la caridad; con la caridad que se hace holocausto, pero que lo supera todo; con la caridad que une e instaura todas las cosas en Cristo» (Informatio ex processu, p. 1.021).
Amadísimos orionistas, mantened intacta esta valiosa herencia que os ha dejado vuestro fundador. Gracias a la aportación de los laicos, haced que vuestra acción apostólica sea más eficaz y adecuada a las exigencias de nuestros tiempos.
Para ese fin, os encomiendo a vosotros y todas vuestras beneméritas obras pastorales y caritativas a la protección celestial de la Virgen María y del beato Luigi Orione y, a la vez que os aseguro un recuerdo constante en la oración, os imparto con afecto a vosotros, a vuestros hermanos, a vuestras comunidades y a todos los que forman parte de la gran comunidad espiritual orionista, una especial bendición apostólica.
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