DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN CONGRESO INTERNACIONAL SOBRE LENGUAJE BÍBLICO
Y COMUNICACIÓN CONTEMPORÁNEA
Lunes 28 de septiembre de 1998
Ilustres señores,
amables señoras:
1. Me alegra acogeros con ocasión del Congreso internacional de estudios sobre el tema: «Lenguaje bíblico y comunicación contemporánea», organizado por la «Lux Vide». Agradezco al doctor Ettore Bernabei, presidente de la sociedad «Lux», las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos vosotros. Doy un cordial saludo a cada uno de los presentes, estudiosos de exégesis bíblica y expertos en medios modernos de comunicación social, que tomáis parte en este interesante congreso.
Vuestra visita me brinda la grata oportunidad de expresaros mi estima y mi aprecio por vuestro cualificado empeño en profundizar y difundir el mensaje bíblico al gran público a través de los potentes medios de comunicación, en particular, mediante el cine y la televisión. Se trata de un servicio de gran valor humano y espiritual, que merece ser amplificado y perfeccionado cada vez más. Por eso un congreso internacional de estudios sobre este tema no puede menos de atraer la atención. En efecto, se inserta providencialmente en la serie de los múltiples intentos hermenéuticos que hoy, en diferentes niveles, llevan a formas siempre nuevas de actualización del texto sagrado.
2. El encuentro entre la revelación divina y los modernos medios de comunicación social, cuando se realiza respetando la verdad de los contenidos bíblicos y usando correctamente los medios técnicos, da abundantes frutos. En efecto, por una parte, produce una elevación de los medios de comunicación a una de las funciones más nobles que, en cierto modo, los rescata de usos impropios y a veces banales; y, por otra, ofrece posibilidades nuevas y extraordinariamente eficaces de acercar al gran público a la palabra de Dios comunicada para la salvación de todos los hombres.
Hay que notar, desde luego, que a la naturaleza de la sagrada Escritura pertenecen dos factores fundamentales, diferentes entre sí, pero relacionados de manera recíproca e íntima. Son, por un lado, la dimensión absolutamente trascendente de la palabra de Dios, y por otro, la dimensión igualmente importante de su inculturación. A causa de la primera característica, la Biblia no puede reducirse solamente a la palabra del hombre y, por tanto, a un mero producto cultural. Pero, a causa de la segunda característica, participa inevitable y profundamente en la historia del hombre, reflejando sus coordinadas culturales.
Precisamente por esto .y es la consecuencia importante. la palabra de Dios tiene «la capacidad de difundirse en otras culturas, de modo que pueda llegar a todas las personas humanas en el contexto cultural donde viven». Es lo que recordó oportunamente la instrucción de la Pontificia Comisión Bíblica sobre «La interpretación de la Biblia en la Iglesia» (parte IV, B, Ciudad del Vaticano, 1993, p. 110), que especifica: «La importancia cada vez mayor de los medios de comunicación social, prensa, radio y televisión, exige que el anuncio de la palabra de Dios y el conocimiento de la Biblia sean difundidos activamente con esos medios. Los aspectos muy particulares de tales medios y, por otra parte, su influencia en un público muy vasto requieren para su utilización una preparación específica, que permita evitar improvisaciones penosas, así como efectos espectaculares de mal gusto» (ib., parte IV, C, 3, p. 118).
3. Este encuentro providencial entre la palabra de Dios y las culturas humanas ya está contenido en la esencia misma de la revelación, y refleja la «lógica» de la Encarnación. Como subraya el Concilio en la constitución dogmática Dei Verbum, «la palabra de Dios, expresada en lenguas humanas, se hace semejante al lenguaje humano, como la Palabra del eterno Padre, asumiendo nuestra débil condición humana, se hizo semejante a los hombres» (n. 13).
Ese principio general encuentra una aplicación específica en el ámbito de los medios de comunicación social. Se trata de favorecer el paso o, más precisamente, la transposición de una forma de lenguaje a otra: de la palabra escrita, ampliamente sedimentada en el corazón de los creyentes y en la memoria de un gran número de personas, a la comunicación visual de la ficción cinematográfica, aparentemente más superficial, pero, en ciertos aspectos, incluso más potente y eficaz que otros lenguajes.
A este respecto, las pruebas que se han sucedido hasta los últimos años, entre las cuales se sitúa vuestro cualificado trabajo, son dignas de atención porque en muchos casos logran un notable nivel artístico. Así pues, me alegra expresar mi cordial aprecio hacia este renovado interés cinematográfico tanto por el Antiguo como por el Nuevo Testamento, sobre todo porque, aun en sus varias transposiciones cinematográficas, inevitablemente parciales, lo que pretendéis es presentar la Biblia en su totalidad. Ese intento contribuye a mantener vivas en las personas el «hambre» y la «sed» de la palabra de Dios, que el profeta Amós indicaba que estaban presentes en la tierra de modo creciente (cf. Am 8, 11).
Recordando las palabras del Apóstol: «con tal de que Cristo sea anunciado, me alegro y seguiré alegrándome» (Flp 1, 18), deseo que vuestro servicio en favor de una difusión cada vez mayor del mensaje bíblico prosiga con renovado empeño, con el propósito de producir obras que, además del aspecto artístico, estén impregnadas de un profundo sentimiento religioso y sean capaces de suscitar en los espectadores no sólo admiración estética, sino también participación interior y maduración espiritual. Por tanto, al mismo tiempo que os encomiendo a vosotros y todas vuestras actividades a la protección celestial de María, Madre del Verbo encarnado, os aseguro mi constante recuerdo en la oración y los bendigo a todos de corazón.
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