DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL PATRIARCA DE CILICIA DE LOS ARMENIOS
Y A LOS OBISPOS DE LA IGLESIA ARMENIA CATÓLICA
Lunes 13 de diciembre de 1999
Beatitud
queridos obispos de la Iglesia armenia católica;
hermanos y hermanas:
1. Con entrañable afecto os doy la bienvenida a esta alma Urbe, santificada por la sangre de los apóstoles san Pedro y san Pablo, sede del Obispo que, edificado él mismo sobre la piedra que es fundamento de la Iglesia, tiene el mandato de confirmar en la fe a sus hermanos.
Le doy una bienvenida particular con el santo beso de la fraternidad a usted, venerado hermano Nerses Bedros XIX, que pocos días después de haber sido elegido patriarca de Cilicia de los armenios católicos y haber recibido de mí la comunión eclesiástica, está aquí para significar y manifestar con alegría esta comunión y la de su Iglesia con el Sucesor de Pedro. Este acontecimiento celebra la bondad del Señor, que nos ha amado hasta el extremo de darnos la participación plena en la misma fe. Hemos manifestado esta gratitud del modo más alto y solemne que tienen los cristianos: concelebrando la misma Eucaristía e intercambiándonos los santos dones del Cuerpo y la Sangre del Señor, nuestra esperanza común.
Le agradezco en especial las afectuosas palabras que ha querido dirigirme. Como ya ha hecho en su primera carta pastoral, también en este saludo ha citado al santo doctor armenio Nerses el Agraciado, cuyo nombre ha deseado tomar en el momento de asumir su nueva responsabilidad de padre y cabeza de la Iglesia armenia católica, juntamente con el nombre de Pedro que, por una hermosa y significativa tradición de amor a esta Sede apostólica, asumen todos los patriarcas armenios católicos.
Aprecio particularmente a san Nerses por la profundidad de su doctrina, por el edificante testimonio de su vida y por su gran apertura ecuménica, que lo llevó a amar y valorar el encuentro con las demás Iglesias cristianas y a desear ardientemente que se restableciera la comunión plena entre ellas.
A usted, Beatitud, le deseo que siga las huellas de su santo patrono y que sea promotor incansable de comunión, ante todo en el seno de su Iglesia; luego, en la admirable sinfonía de la catolicidad; y, por último, en el camino tan anhelado hacia la comunión plena con los amados hermanos de la Iglesia armenia apostólica, a la que usted ha querido aludir en sus palabras de saludo, y a la que yo también envío el beso de la paz y mis felicitaciones en la cercanía de la santa Navidad.
2. Usted asume su delicada responsabilidad en un momento de gracia particular, pero también de gran dificultad. Experimentamos gran alegría en vísperas del gran jubileo del año 2000, tiempo de gracia que desvela a la fe el verdadero significado de la historia y el camino de la humanidad hacia el Señor que viene. Este júbilo es mayor aún por el hecho de que, en el 2001, el pueblo armenio celebrará el XVII centenario de su conversión al cristianismo. La historia de los armenios sería realmente incomprensible si se prescindiera de ese acontecimiento, que se ha grabado profundamente en su vida, y que ha caracterizado su historia, en particular mediante el testimonio heroico del martirio. Como usted ha escrito: "Para comprender bien nuestra historia, leámosla con ojos cristianos. (...) Todo hombre busca la felicidad, todo hombre tiene derecho a la felicidad, pero no existe verdadera felicidad sin la luz, sin Cristo" (Carta pastoral, n. 6).
Así pues, alegría, pero marcada aún por las dificultades que atraviesa el pueblo armenio, sobre todo en la madre patria, afligida también recientemente por trágicos acontecimientos. Aseguro a su pueblo el afecto, la cercanía y la oración del Papa.
3. Su ministerio le exige una gran fuerza espiritual. Le espera una apasionante tarea de reorganización de la Iglesia armenia católica, cuyo punto de partida consiste en confirmarla y consolidarla en la fe. No hay verdadera renovación ni auténtico progreso si no es mediante la fe. Una fe que ante todo es preciso conocer, profundizar y celebrar. La predicación de san Gregorio el Iluminador está inscrita en el corazón de los armenios: es necesario vivificarla, hacerla consciente y testimoniarla. De este modo, la tradición de santidad de su pueblo no será sólo ocasión de orgullo, como si fuera parte del pasado, sino también fuente de compromiso en la actualidad para un testimonio coherente de vida. Nuestro mundo, sus engaños y sus falsos dioses exigen un nuevo "martirio": el de la coherencia, y no hay coherencia sin una asimilación cada vez más profunda del evangelio de Jesucristo. Esto se obtendrá mediante una vuelta del corazón y de la mente a la Escritura, a vuestra liturgia y a vuestros Padres, que tanto han enriquecido el patrimonio cristiano.
Esta tarea le corresponde sobre todo a usted, beatísimo hermano, que ya es conocido y estimado por su esmerado compromiso de trabajo, sostenido firmemente por su abandono a la voluntad de Dios, y también le corresponde al Sínodo, que usted preside. Un modo importante para celebrar los acontecimientos de salvación del tiempo que nos espera consiste en hacer que el Sínodo de los obispos se convierta verdaderamente en un órgano propulsor de la comunión en la fe y en la vida eclesial. Para que esto suceda se requiere que todos tengan un gran sentido de responsabilidad y la conciencia de que el bien de la Iglesia está por encima de los horizontes personales e, incluso, de los de cada ambiente pastoral, por importantes que sean. Es el bien del pueblo, el bien de la Iglesia, y debe actuarse con la amplitud de horizontes que exige.
El pueblo necesita la solicitud amorosa de sus pastores. Los obispos no pueden menos de sentirse comprometidos ante las expectativas de las ovejas de su grey. El santo doctor Nerses pone en labios de Cristo nuestro Señor estas palabras sobre el ministerio episcopal: "Del mismo modo que yo no me he dedicado a los placeres, sino que he asumido el sacerdocio por el género humano, sufriendo la cruz y la muerte, así también vosotros debéis combatir hasta la muerte por las ovejas de vuestra grey, que yo he adquirido con mi sangre" (Carta encíclica, cap. IV).
4. Los sacerdotes han de ser el objeto principal de su solicitud: le piden su ayuda para encontrar verdadera y concretamente en Cristo, y no en la posición social o en el prestigio personal, la raíz y el sentido de su ministerio. En el mundo actual, sentirse orgullosos de la propia posición en la Iglesia, además de contradecir abiertamente el mandato del Señor, es considerado por los fieles como una inútil forma de separación y de insensibilidad pastoral. ¿De qué podemos enorgullecernos los hombres de Iglesia si conocemos nuestro pecado y nuestra debilidad? De una sola cosa debemos gloriarnos: de la cruz de Cristo, que ha vencido a la muerte. A los sacerdotes, que el santo patriarca Nerses llama "nodrizas de los hijos de Dios" (ib., cap. V), les da dos orientaciones valiosas: ante todo, crecer en el conocimiento de Dios y de su palabra. Muy concretamente, les pide que no dejen correr "distraídamente, como el agua por un tubo, las palabras místicas de la oración que ofrecéis, (...) sino, por el contrario, siempre con la máxima atención, y si es posible con lágrimas y gran temor, como si las sacarais ahora mismo de vuestro corazón y de vuestra mente" (ib.).
Renovar la propia respuesta a Cristo quiere decir también esforzarse por profundizar, mediante la oración y el estudio, el significado de la propia vocación. Para hacerlo, será importante aprender con diligencia y frecuentar con asiduidad ante todo los tesoros de espiritualidad que son peculiares de la tradición armenia, asimilando con humildad los instrumentos para penetrar en ellos, porque Dios se comprende mejor cuando nos acercamos a su palabra a través de la lengua y la sensibilidad de los propios Padres.
Esto vale, en particular, para la liturgia, por cuya pureza y dignidad usted debe velar, con la seguridad de que hablará de modo admirable al corazón de sus hijos. En efecto, la primera reforma litúrgica es la asimilación y el conocimiento de la oración común tradicional.
5. El segundo compromiso indicado por Nerses es la concordia en la caridad: "Os suplico a todos -escribe- que no os entreguéis precipitadamente a las discusiones y a las conversaciones inútiles; por el contrario, estad prontos y dispuestos a la reconciliación y a la paz" (ib.). El pueblo de Dios necesita ver sacerdotes que se aman y se esfuerzan por estimarse entre sí. Ésta es la primera condición para que puedan amar a los que están confiados a su cuidado pastoral. Se trata de un testimonio fuerte para que los jóvenes los consideren como modelos dignos de imitar. Con la ayuda de Dios, la escasez de vocaciones podrá resolverse cuando la Iglesia verdaderamente llegue a ser transparente en su testimonio, creíble en su anuncio y ardiente en su amor fraterno. No faltan jóvenes que quieran seguir a Cristo. No debemos defraudarlos.
También confío a su cuidado asiduo a los monjes, a los religiosos y a las religiosas, a quienes el santo Catholicós define "columnas del mundo, ángeles vestidos de carne y astros que resplandecen en la tierra" (ib., cap. III). Los armenios, como sucede particularmente con todas las Iglesias de Oriente, encuentran en el monaquismo lo que los afianza en la fe, el alma orante, la referencia a los tiempos últimos y un modelo de vida fraterna. Los religiosos y las religiosas armenios católicos han colaborado, en tiempos difíciles para todo el pueblo armenio y a su servicio, sin distinción de pertenencia eclesial, para crear personalidades fuertes y armoniosas, caracterizadas por sus buenas costumbres, la profundidad de su cultura y su amor a la patria. Que este tesoro no se ponga en peligro; que no se dilapide el patrimonio de generaciones enteras. No sólo se lo pide el Papa, sino también todo el pueblo armenio, para el cual el servicio de la cultura es también garantía de supervivencia.
6. Beatitud, sus hijos e hijas confían en usted y esperan su palabra paterna y su guía eficaz. Que el Espíritu Santo guíe sus pasos, sostenga sus propósitos e inspire sus opciones.
Cuando vuelva a su sede en el Líbano y cuando recorra el mundo para confirmar en la fe a los armenios confiados a su cuidado, presentes en todos los lugares con su inteligente laboriosidad, lléveles, junto con su saludo y su bendición, el afecto y la oración del Papa.
Citando una vez más las palabras de su protector celestial san Nerses, "le pido a usted, a los obispos, a los sacerdotes y a los monjes que le pertenecen, que oren por mis múltiples necesidades al Señor, el cual en todos los lugares está cerca de los que lo invocan en la verdad, (...) a fin de que todos nosotros, pastores y grey, lleguemos a los bienes celestiales para poseer el paraíso en Cristo. A él la gloria y la virtud, con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén" (Discurso con motivo de su consagración como Catholicós).
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