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DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
A LOS CARDENALES, LA FAMILIA PONTIFICIA
Y LA CURIA ROMANA, CON OCASIÓN DE LA NAVIDAD


Martes 21 de diciembre de 1999

 

Rorate coeli desuper, et nubes pluant iustum!
Aperiatur terra, et germinet Salvatorem!
(Is 45, 8).

1. Con gran alegría me encuentro con vosotros, amadísimos miembros del Colegio cardenalicio y colaboradores de la Curia romana, para esta cita tradicional, que hoy tiene un matiz particular:  es la última del siglo y del milenio. Esta peculiar circunstancia nos invita a remontarnos, con nuestra reflexión, al horizonte del tiempo que pasa, para adorar los designios de Dios y renovar nuestra fe en Cristo, Señor de la historia.

Le agradezco, señor cardenal decano, las expresiones de devoción que me ha dirigido en nombre del Colegio cardenalicio y de los presentes. Gracias por la felicitación, que le devuelvo de corazón a usted, a los señores cardenales y a los miembros de la Curia romana.

Queremos vivir este encuentro con la convicción de que formamos una comunidad especialísima, la comunidad de los más íntimos colaboradores del Obispo de Roma, sucesor del apóstol Pedro. El elemento que nos une se puede sintetizar con la expresión ministerio petrino.

2. Ministerio, esto es, servicio. El Hijo de Dios, que nació como hombre en Belén, dijo de sí mismo:  "el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mc 10, 45). De esa forma, Cristo nos dejó el modelo, más aún, el "metro" según el cual debe medirse la vocación de cada uno de nosotros.

Si la vocación del Sucesor de Pedro, apoyado por sus colaboradores, posee un significado particular en la Iglesia, es precisamente porque se trata de un ministerio, un servicio. Cristo dijo a Pedro:  "Confirma a tus hermanos" (Lc 22, 32). Conocemos bien el contexto dramático de estas palabras del Maestro divino:  ya en vísperas de su pasión, a la declaración de Pedro:  "Señor, estoy dispuesto a ir contigo hasta la cárcel y la muerte" (Lc 22, 33), replicó:  "Te digo:  No cantará hoy el gallo antes que hayas negado tres veces que me conoces" (Lc 22, 34). En este contexto se insertan las palabras de Cristo:  "Yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos" (Lc 22, 32).

3. Es necesario reflexionar sobre el entero contexto para comprender plenamente el sentido de la vocación de Pedro en la Iglesia. En el relato del evangelista, Pedro resalta en toda su fragilidad. Por tanto, el "confirmar" no deriva de sus capacidades, sino de la fuerza de Cristo, que ora por él. Gracias a la fuerza de Cristo, Pedro puede sostener a sus hermanos, a pesar de su debilidad personal. Es preciso tener muy presente esta verdad sobre el ministerio petrino. Nunca debe olvidarla quien, como Sucesor de Pedro, desempeña ese ministerio y no deben olvidarla aquellos que, de diversas fomas, participan en él.

Con ocasión de este encuentro, deseo abrazar con la memoria a los Sumos Pontífices que se han sucedido a lo largo de este milenio y a todos los que, de muy diversas maneras, han colaborado con ellos. "¡Bien, siervo bueno y fiel! Has sido fiel en lo poco; te constituiré al frente de lo mucho; entra en el gozo de tu señor" (Mt 25, 23). Esperamos que hayan oído estas palabras de Cristo todos los que han participado en el ministerio petrino. Y esperamos escucharlas también nosotros cuando seamos llamados a presentarnos delante del tribunal supremo.

Quiera Dios que esta meditación cruce el umbral del tercer milenio y sea acogida por los que vengan después de nosotros, los que asuman después de nosotros, como Sucesores de Pedro y como colaboradores suyos, el ministerio petrino, para desempeñarlo de acuerdo con la voluntad de Cristo. Es el deseo que expreso a todos mis queridos hermanos y hermanas de la gran comunidad que formamos, agradeciendo sin cesar a todos y cada uno el apoyo, la ayuda y la colaboración generosa que me brindan.

4. "Confirma a tus hermanos". Juntamente con todo el pueblo de Dios esparcido por el mundo, hemos caminado a lo largo de estos años hacia el gran jubileo. Haciendo ahora casi un balance del itinerario recorrido hasta aquí, siento el deber de dar gracias al Señor ante todo por la inspiración trinitaria que lo ha caracterizado. De año en año hemos contemplado a las personas del Hijo, del Espíritu Santo y del Padre. A lo largo del Año santo cantaremos la gloria común de las tres Personas divinas. Así nos sentimos, más que nunca, pueblo congregado en la Trinidad, "de unitate Patris et Filii et Spiritus Sancti plebs adunata" (San Cipriano, De orat. Dom. 23:  PL 4, 536; cf. Lumen gentium, 4).

Han sido innumerables las iniciativas puestas en marcha en las Iglesias particulares como preparación para el Año jubilar. A nivel universal, han sido de gran importancia sobre todo los Sínodos continentales, de los que cabe esperar abundantes frutos, sobre la base de las líneas presentadas en las respectivas exhortaciones apostólicas postsinodales. Al inicio de este año, pude entregar desde la Ciudad de México la exhortación apostólica Ecclesia in America, deseando un renovado impulso de evangelización de la numerosa cristiandad americana. En el mes de junio visité mi patria, dirigiéndome a algunas diócesis de Polonia en las que no había estado aún. El mes pasado llevé a la India la exhortación apostólica Ecclesia in Asia, estimulando a la pequeña comunidad católica que está en Asia a anunciar con confianza, en diálogo con las antiguas religiones de ese inmenso continente, a Cristo Salvador. En octubre se celebró la segunda Asamblea especial para Europa del Sínodo de los obispos, durante la cual se afrontó el complejo desafío de la evangelización en el continente europeo. Un desafío que encomendamos a la intercesión de los santos, especialmente de sus tres patronos:  san Benito, san Cirilo y san Metodio, a los que quise unir, en la devoción del pueblo de Dios, las tres figuras femeninas de santa Brígida de Suecia, santa Catalina de Siena y santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein.

5. "Confirma a tus hermanos". El año que acaba de transcurrir ha sido importante también desde el punto de vista ecuménico. En la carta apostólica Tertio millennio adveniente expresé el deseo de que en el gran jubileo los cristianos nos podamos presentar "si no del todo unidos, al menos mucho más próximos a superar las divisiones del segundo milenio" (n. 34). Por desgracia, esa meta sigue aún lejana. Pero, ¿cómo olvidar la intensa emoción de mis recientes viajes a Rumanía y Georgia? Me dirigí como hermano a hermanos, y en la acogida de esas antiguas comunidades pude gustar algo de la alegría que acompañó durante siglos las relaciones entre Oriente y Occidente. Entonces la Iglesia podía respirar plenamente con los "dos pulmones" de las tradiciones diversas y complementarias en que se expresa la riqueza del único misterio cristiano. Y, ¿qué decir de los progresos logrados en las relaciones con los hermanos de tradición luterana? El documento sobre la justificación, firmado recientemente en Augsburgo, constituye un gran paso adelante y un impulso a proseguir con decisión por el camino del diálogo, para que se haga realidad la invocación de Cristo: "Padre, que sean uno" (cf. Jn 17, 11. 21).

6. Rorate coeli desuper et nubes pluant iustum! También este año la mirada de la Iglesia se ha dilatado más allá de sus confines visibles, para reconocer la obra misteriosa que el Espíritu de Dios lleva a cabo entre todos los hombres y, en particular, entre los creyentes de otras religiones. Por iniciativa del Consejo pontificio para el diálogo interreligioso, siguiendo la línea del inolvidable encuentro de Asís celebrado en 1986, el pasado mes de octubre nos reunimos en la plaza de San Pedro con los representantes de varias religiones del mundo. Promovimos ese encuentro en plena sintonía con el espíritu del Concilio, que en la declaración Nostra aetate estimuló el diálogo con las demás religiones, si bien recordando que debe llevarse a cabo sin caer en el indiferentismo o en la tentación del sincretismo. La fe en Cristo "camino, verdad y vida" (Jn 14, 6; cf. Nostra aetate, 2) es la razón de ser de la Iglesia y la fuerza que sostiene y orienta su acción en el mundo. Sobre esta base el encuentro con los creyentes de otras religiones demuestra toda su fecundidad. Es legítimo y significativo tanto porque son muchos los ámbitos prácticos en los que podemos colaborar para servir a Dios y a los hombres, como porque es deber de la Iglesia glorificar a Dios por los rayos de verdad mediante los cuales llega a sus hijos en todas las latitudes de la tierra, ofreciendo, de una forma que sólo él conoce, la salvación que tiene su origen en el misterio pascual de Cristo (cf. Gaudium et spes, 22).

7. El anuncio de la salvación no puede menos de ir acompañado por un activo testimonio de caridad. También este año, frente a los grandes problemas del mundo, la Sede apostólica se ha esforzado para que no faltara la aportación de la levadura evangélica. Así se sostuvo el camino del pueblo de Dios, que en sus realidades pastorales locales de muchas maneras se hace cargo de las exigencias humanas y del servicio a los más necesitados. Nos hemos preocupado de la promoción de una "cultura de la caridad", capaz de impulsar relaciones solidarias entre los hombres, de derribar prejuicios y de disponer a la humildad del encuentro y del diálogo. Es la labor que siguen llevando a cabo los dicasterios de la Curia romana, especialmente los que están comprometidos en el ámbito de la cultura y de los problemas sociales. En esa misma dirección, hace varios días, ofrecí algunas líneas de reflexión en el Mensaje anual para la Jornada mundial de la paz. Que el Niño de Belén, Príncipe de la paz, bendiga los esfuerzos que con ese fin realizan todos los hombres de buena voluntad.

8. Venite et ascendamus ad montem Domini! (Is 2, 3). Quiera Dios que esta Navidad, que  inaugura las celebraciones del Año jubilar, sea para cada uno de nosotros  una  subida al monte del Señor, donde su gloria se revela a los que se han despojado del hombre viejo (cf. Ef 4, 22-24) y se han revestido del traje de boda (cf. Mt 22, 12), abriéndose plenamente a Cristo.

Ascendamus ad montem Domini! Sí, aceleremos con fe nuestros pasos hacia el jubileo, año extraordinario de gracia, expresada particularmente mediante el don de la indulgencia. Lejos de ser un "descuento" al cambio de vida del cristiano, lo exige de una manera más fuerte. El compromiso espiritual realizado hasta ahora y que debemos proseguir, incluso en los ámbitos de competencia de los dicasterios respectivos, y especialmente en el ámbito del Comité para el Año santo, quiere ayudar a todos los creyentes a tomar conciencia del verdadero sentido del acontecimiento jubilar. "Convertíos y creed en el Evangelio" (Mc 1, 15). Este es el mensaje que debe vibrar con intensidad creciente a lo largo de los próximos meses.

Los momentos jubilares previstos de diversos modos y en diferentes lugares, particularmente los que se celebrarán aquí en Roma, deben ser expresiones fuertes del camino de conversión, en el que está comprometido todo el pueblo de Dios.

9. Ecce, virgo concipiet et pariet filium et vocabit nomen eius Emmanuel (Is 7, 14).

La Navidad y el Año jubilar nos infunden nuevamente esta firme certeza que, desde hace dos mil años, sostiene el camino de la Iglesia, la impulsa al compromiso del anuncio y la estimula a una constante conversión. El Niño nacido en Belén es el Emmanuel, el Dios con nosotros. Es el Resucitado que guía la historia y vendrá en la gloria al final de los tiempos.

De corazón os deseo a cada uno de vosotros, señores cardenales, y a todos vosotros, apreciados colaboradores de la Curia romana, que experimentéis profundamente los frutos de su presencia, con la alegría de haber sido elegidos para trabajar, en íntima colaboración con el ministerio del Sucesor de Pedro, como heraldos de su reino de amor y paz.

Os bendigo a todos con afecto. ¡Feliz Navidad y fecundo Año santo!

 



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