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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL NUEVO EMBAJADOR DE HUNGRÍA ANTE AL SANTA SEDE*


Lunes 8 de febrero de 1999

 

Señor embajador:

1.Con gran placer recibo a su excelencia y le doy la bienvenida al comienzo de su misión, en el momento de la presentación de las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de Hungría.

2. Le agradezco, excelencia, las palabras cordiales que acaba de dirigirme y con las cuales manifiesta su aprecio por la Sede de Pedro. Expresa también el espíritu con el que emprende su tarea, deseoso de proseguir por el camino de las relaciones que la Santa Sede y Hungría restablecieron en 1990. Le pido que transmita a su excelencia el señor Árpád Göncz, presidente de la República, así como a sus compatriotas, mis mejores deseos y la seguridad de mis oraciones por la paz y la prosperidad de la nación.

3. Hoy, tras un largo período doloroso, Hungría ha entrado con valentía en una nueva etapa de su historia, atenta al respeto y a la protección de la dignidad de la persona y al principio de la libertad, sobre todo de la libertad religiosa. Desde este punto de vista, aprecio particularmente los esfuerzos realizados por las autoridades de su país para proporcionar a la Iglesia católica los medios que le permitan cumplir su misión espiritual y cuidar de sus fieles, en especial, devolviéndole los bienes que le expropiaron injustamente. Esto permite reanudar la vida religiosa, indispensable para la vida de la fe. Al mismo tiempo, la Iglesia católica puede así colaborar en la construcción de una sociedad cada vez más justa y solidaria. En particular, usted conoce el deseo de los fieles y de los miembros de institutos consagrados de brindar su colaboración a su país a través de obras educativas, asistenciales y caritativas destinadas a los más necesitados. Para ellos, se trata principalmente de colaborar en la formación de la juventud, mediante la enseñanza en las instituciones públicas o privadas y mediante la educación en los valores espirituales, morales, humanos y cívicos. Hay que alegrarse por el Acuerdo de 1998, que establece el reconocimiento por parte de las autoridades del servicio que la Iglesia católica presta en este campo, pues se interesa ante todo por promover a las personas y formar la conciencia de los jóvenes, que mañana serán los responsables de la nación.

A este propósito, la comisión paritaria, que reúne a representantes del Estado y de la Conferencia episcopal, expresa el espíritu de diálogo y estima mutua que anima nuestras relaciones, para resolver las cuestiones aún pendientes, gracias a la buena voluntad de todos y al deseo de obrar teniendo como meta el bien común.

4. Conservo un excelente recuerdo de mis encuentros con el pueblo húngaro y con sus responsables religiosos y civiles, por eso, espero que el milenario de la fundación del Estado húngaro, que celebraréis el año próximo, sea una ocasión para que todos reafirmen su unidad y miren con confianza al futuro. Sus compatriotas saben que, gracias a sus raíces religiosas, culturales y humanas, han podido superar el tiempo de la prueba. Los húngaros, apoyándose en este patrimonio cultural y, como usted afirma, en su fe en Dios y en sus arraigados valores cristianos, tienen los medios para construir juntos la sociedad del futuro.

Entre los santos y los héroes de vuestra historia usted ha evocado a san Esteban, servidor de Dios y del pueblo y padre de la nación, así como a santa Isabel, reina al servicio de los pobres, y al obispo mártir Vilmos Apor, al que tuve la alegría de beatificar. Recuerdo también con emoción la figura del cardenal Josef Mindszenty, que sigue siendo para todos sus compatriotas un defensor de la fe y de la libertad del pueblo. Así, las generaciones jóvenes tienen ante sus ojos algunos testigos que pueden impulsarlas en su camino espiritual y moral y en su participación en la reconstrucción del país, apoyándose en las virtudes humanas esenciales.

5. La libertad religiosa reconquistada no puede menos de favorecer la renovación de la nación; permite la expresión de las aspiraciones más profundas de toda persona, que, de este modo, puede realizar su vocación como respuesta a la voluntad de Dios; es, igualmente, la base del respeto al prójimo y a su dignidad. Un papel esencial corresponde a la familia, que es por excelencia la célula de la sociedad y el santuario de la vida. A este propósito, conviene recordar a los cristianos y a todos los hombres de buena voluntad el valor primordial de toda vida humana, especialmente de la vida del hijo por nacer. Asesinar al ser más débil es un atentado contra el derecho de toda persona a la vida. No podemos por menos de congratularnos por todo lo que se ha hecho para ayudar a los matrimonios y a las familias, a fin de que la institución familiar sea la preocupación central de los responsables de la vida pública, y todos los matrimonios puedan disponer de los medios para acoger y educar a los hijos que Dios les dé.

6. El pueblo húngaro se esfuerza por buscar la justicia y la paz, tanto dentro de sus fronteras como en sus relaciones con los países vecinos. En efecto, la construcción de la gran Europa exige el esfuerzo de todos para desarrollar una verdadera fraternidad. En medio de los pueblos, también se ha de respetar a las minorías, de modo que sean reconocidas sus características específicas tanto por la comunidad nacional como por la internacional, y puedan dar una contribución efectiva a la construcción de la nación en que se encuentran. Por su parte, la Santa Sede sigue defendiendo el derecho de todos los pueblos, y se alegra de los esfuerzos que se realizan en la búsqueda de una unidad que respete la identidad cultural propia de cada país y contribuya a la concordia entre los Estados.

7. En el momento en que su excelencia comienza su misión, le aseguro la plena disponibilidad de todos mis colaboradores, en quienes encontrará la ayuda y el apoyo que pueda necesitar. Ojalá que su misión dé frutos para el bien de todos sus compatriotas.

Sobre su excelencia, sobre su familia, sobre sus colaboradores y sobre el pueblo de Hungría invoco las abundantes bendiciones de Dios.


*L'Osservatore Romano. Edición Semanal en lengua española, n. 8, p.8 (p.120).



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