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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN UN SIMPOSIO ORGANIZADO
POR EL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA CULTURA


Jueves 14 de enero de 1999

 

Señor cardenal;
queridos amigos:

1. Os acojo con alegría, al concluir el simposio presinodal sobre el tema: Cristo, fuente de una nueva cultura para Europa, en el umbral del tercer milenio. Doy gracias al cardenal Paul Poupard, presidente del Consejo pontificio para la cultura, y a sus colaboradores, por haber organizado con competencia este simposio, permitiendo a los representantes de diferentes disciplinas mostrar las riquezas culturales y espirituales de Europa.

2. La historia de Europa está unida al cristianismo desde hace dos milenios. Se puede decir, incluso, que la renovación cultural ha brotado de la contemplación del misterio cristiano, que permite considerar con mayor profundidad la naturaleza y el destino del hombre, así como el conjunto de la creación. Aunque no todos los europeos se reconocen cristianos, los pueblos del continente están profundamente marcados por la impronta evangélica, sin la cual sería muy difícil hablar de Europa. En esta cultura cristiana, que constituye nuestras raíces comunes, encontramos los valores capaces de guiar nuestro pensamiento, nuestros proyectos y nuestra actividad. Durante vuestras jornadas de encuentro, como en una verdadera sinfonía armoniosa, habéis hecho oír vuestras voces, con matices diversos, basadas en una historia rica y también dolorosa, pero todas inspiradas en el mismo tema fundamental: Cristo, fuente de una nueva cultura para Europa, en el umbral del tercer milenio.

3. Hoy sois los testigos del cambio cultural que, a lo largo de este siglo, ha sacudido a Europa en sus cimientos, y del deseo de profundizar el sentido de la existencia, que nuestros contemporáneoshan manifestado legítimamente. El encuentro entre las culturas y la fe es una exigencia de la búsqueda de la verdad. «Ha dado vida a una realidad nueva. Las culturas, cuando están profundamente enraizadas en lo humano, llevan consigo el testimonio de la apertura típica del hombre a lo universal y a la trascendencia» (Fides et ratio, 70). Así, los hombres hallarán una ayuda y un apoyo para buscar la verdad y, con el don de la gracia, encontrarán a aquel que es su Creador y Salvador. Y «realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. (...). Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación. (...) Éste es el gran misterio del hombre que la Revelación cristiana esclarece para los creyentes» (Gaudium et spes, 22). Cristo revela el hombre al propio hombre en su plenitud de hijo de Dios, en su dignidad inalienable de persona y en la grandeza de su inteligencia, capaz de alcanzar la verdad, y de su voluntad, capaz de obrar el bien. Mediante un diálogo absolutamente indispensable con las personas de todas las culturas y de todas las razas, la Iglesia desea anunciar el Evangelio (cf. Discurso del Santo Padre al Consejo pontificio para la cultura, 18 de enero de 1983, n. 6).

4. Las fronteras entre los Estados se han abierto; es necesario evitar que se levanten nuevas barreras entre los hombres y que surjan nuevas enemistades entre los pueblos a causa de ideologías. La búsqueda de la verdad debe ser el motor de todas las actividades culturales y de todas las relaciones fraternas en el continente. Esto supone el pleno respeto a la persona humana y a sus derechos, comenzando por la libertad de expresión y la libertad religiosa. Por eso, es importante proporcionar a nuestros contemporáneos una verdadera educación, fundada en los valores esenciales, espirituales, morales y cívicos. Así, cada hombre tomará conciencia de su vocación específica y de su lugar único en la comunidad humana, al servicio de sus hermanos. Esta perspectiva puede suscitar la adhesión de los hombres y responder a las expectativas de los jóvenes, llamados a reconocer al Salvador y a construir fraternalmente la civilización del futuro.

5. Aunque la fe es lo más personal que hay en la existencia de todo ser humano, no es un simple fenómeno privado. A lo largo de los siglos, la fe en Cristo y la vida espiritual de los hombres han dejado su huella en las diferentes expresiones de la cultura. La Iglesia hoy desea proseguir y favorecer ese camino, que abre indirectamente al hombre a la eternidad bienaventurada, le vuelve a dar una verdadera esperanza, y contribuye a la unidad entre las personas y entre los pueblos.

En un mundo donde existen numerosas dificultades, el mensaje de Cristo abre un horizonte infinito y proporciona una energía incomparable, luz para la inteligencia, fuerza para la voluntad y amor para el corazón. Así pues, por vuestra misión, estáis llamados a devolver a los hombres de nuestro tiempo el gusto por la búsqueda de la belleza, del bien y de la verdad, así como el gusto por el Evangelio, para desarrollar una sana antropología y una verdadera inteligencia de la fe, que necesitamos actualmente. A vuestra manera, y según vuestra vocación, debéis contribuir a una evangelización renovada y a una nueva primavera cultural en Europa, que se irradiará a todos los continentes.

6. Al término de nuestro encuentro, quiero daros las gracias vivamente por haber aceptado brindar vuestra contribución a la reflexión de la Iglesia en el umbral del tercer milenio, con vistas a la próxima Asamblea especial para Europa del Sínodo de los obispos, a fin de dar un nuevo impulso a la evangelización. Encomendándoos a la intercesión de los santos y las santas que participaron en el desarrollo humano y cultural de Europa, os imparto de todo corazón la bendición apostólica.

 



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