DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A LA GUARDIA SUIZA CON MOTIVO DE LA JURA DE BANDERA
DE LOS NUEVOS RECLUTAS
Miércoles 5 de mayo de 1999
Señor comandante;
queridos guardias;
queridos familiares y amigos del Cuerpo de la Guardia suiza:
1. Ya desde el comienzo de la existencia del Cuerpo de la Guardia suiza, siguiendo una tradición ininterrumpida, en este día renováis vuestro compromiso particular por el bien y la vida del Sucesor de san Pedro. Así, también este año es para mí una gran alegría recibiros a vosotros, a vuestros padres, familiares y amigos en el palacio apostólico. Doy la bienvenida en particular a los nuevos reclutas que, gracias al juramento, se incorporarán a vuestro Cuerpo. De esta manera, se comprometen a dedicar algunos años de su vida a una tarea muy noble y de mucha responsabilidad en el centro de la Iglesia universal.
2. Queridos reclutas, habéis elegido dedicaros a un servicio profundamente eclesial, con el que deseáis dar un testimonio al mundo.
Os lo agradezco de corazón. No prestáis vuestro servicio como personas aisladas, sino como comunidad. En un día de fiesta como éste, es una bendición estar rodeados y apoyados por tantas personas. Sin embargo, vivir esta comunidad diariamente representa un desafío. Si hombres jóvenes, como los miembros de la Guardia suiza, están dispuestos a recorrer juntos un trecho del camino, deben ver reflejadas sus esperanzas y angustias, sus expectativas y necesidades en el espejo de las comunidades que existían en el origen de la Iglesia.
En la época de la Biblia, las condiciones de vida de las personas, incluso entre los discípulos de Jesús, eran las mismas de hoy. La sagrada Escritura reconoce que al principio algunas personas siguieron a san Pablo, y que después se separaron de él para seguir su propio camino. No siempre reinaba una armonía total, porque el carácter, el temperamento y los intereses eran muy diversos. Sin embargo, los discípulos que siguieron a Jesús manifestaron una fuerza que atraía y comprometía. San Pablo, que experimentó mejor que nadie que Dios puede escribir en las líneas torcidas de la vida, explicó siempre en sus escritos que Dios ama intensamente a su pueblo y que no lo abandona en los altibajos de su historia, en la tensión entre fe y rechazo. Dios nos ha dado el cumplimiento definitivo de este compromiso constante en favor de los hombres por su Hijo, suscitando para el mundo, «según la promesa, un Salvador, Jesús» (cf. Hch 13, 23).
3. Queridos guardias, quisiera exhortaros a dar testimonio del amor de Dios en Jesucristo con alegría y vigor juvenil. Este testimonio se expresa principalmente en dos direcciones: al entrar en el Cuerpo de la Guardia suiza, manifestáis vuestra intención de dedicar vuestro servicio de manera especial al Santo Padre, a quien está encomendado el cuidado pastoral de toda la grey (cf. Jn 21, 16). Además, mediante vuestro compromiso en los diversos campos de trabajo de vuestro Cuerpo, dais testimonio ante los hombres de quién es vuestro Señor y cuáles son los motivos que impulsan vuestra actividad.
4. Con esto deseo expresar un pensamiento que llevo muy dentro de mi corazón.
Vuestros esfuerzos, dirigidos a la formación y al reglamento del servicio, son importantes para adquirir una sana idoneidad y una competencia profesional. Y también es importante que aprovechéis vuestra estancia en Roma como una oportunidad única para testimoniar vuestra vida cristiana. Pienso, sobre todo, en vuestra vida espiritual, en la que debéis descubrir el designio que Dios tiene para cada uno de vosotros. Al mismo tiempo, os recuerdo la importancia de las relaciones recíprocas, propias de los hermanos que se definen «cristianos», tanto en el cumplimiento de vuestro servicio como en el tiempo libre. Un diálogo genuino y fraterno a veces puede ser difícil y exigente, pero si se realiza de manera auténtica y honrada, permite desarrollar personalidades maduras.
5. Aprovecho esta ocasión, queridos jóvenes guardias, para desearos que viváis una período feliz en la ciudad eterna. Invito a los guardias que desde hace tiempo prestan su servicio en el Cuerpo, así como a los que tienen el mando, a promover relaciones de confianza que apoyen y animen a todos los miembros de la Guardia suiza, incluso en los momentos difíciles. Deseo asimismo que, durante vuestro servicio en Roma, mantengáis vivos los vínculos con vuestros padres, con vuestros seres queridos y con los amigos que tenéis en vuestro país. De este modo, todos se alegrarán con vosotros por la extraordinaria ocasión que se os ofrece de vivir experiencias nuevas y fructíferas.
Invocando sobre vosotros la intercesión de la Virgen María y de vuestros santos patronos Nicolás de Flüe, Martín y Sebastián, os imparto de todo corazón la bendición apostólica a vosotros, así como a todas las personas que han venido para acompañaros en la ceremonia de juramento.
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