DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
CON MOTIVO DE LA PRESENTACIÓN COLECTIVA
DE LAS CARTAS CREDENCIALES DE 4 EMBAJADORES
Jueves 25 de mayo de 2000
1. Me alegra acogeros hoy y recibir las cartas credenciales que os acreditan como embajadores extraordinarios y plenipotenciarios de vuestros países: Nueva Zelanda, Kuwait, República del Congo y Ghana. Vuestra presencia me brinda la ocasión de expresar a las autoridades de vuestras naciones y a todos vuestros compatriotas mis saludos cordiales y confirmarles mi estima y mi amistad. Os agradezco vivamente los mensajes cordiales que me habéis traído de parte de vuestros respectivos jefes de Estado. Os agradecería que a vuestro regreso les transmitierais mis saludos deferentes y mis mejores deseos para ellos y para su elevada misión al servicio de todos sus compatriotas.
2. Conocéis la importancia espiritual que el Año jubilar tiene para la Iglesia, la cual, en el umbral del nuevo milenio, ha querido hacer al mismo tiempo un llamamiento urgente a la comunidad internacional para que ayude a crecer a cada nación y a cada pueblo, sobre todo en el continente africano, cuyas numerosas poblaciones se hallan duramente probadas por conflictos que afectan de manera dramática a las poblaciones civiles. En efecto, el cambio de siglo es una ocasión particularmente oportuna para tratar de avanzar aún más en la cuestión de la deuda externa de los países más pobres, a fin de ayudarles a participar activamente en la vida internacional. Este gesto equivale a tender una mano a las naciones que viven por debajo del umbral de pobreza, para que reaviven su esperanza en un futuro mejor; debe ir acompañado por una reflexión profunda, para analizar la organización de la economía mundial, que impone a algunos países cargas excesivamente pesadas, en detrimento de los países productores de materias primas y en beneficio de las naciones más ricas.
3. Desde la perspectiva de un nuevo equilibrio, justo y equitativo, estas últimas deben condonarles la deuda y, al mismo tiempo, suministrarles recursos personales y materiales para formar líderes capaces de ocuparse, en el futuro, del destino de sus países de manera desinteresada, y hacerlos más autónomos y menos directamente dependientes de los países más desarrollados, armonizando su economía con su cultura particular. La creación de infraestructuras locales apropiadas y la aplicación de medidas de saneamiento de la economía nacional darán a las poblaciones autóctonas los medios para ser verdaderamente protagonistas de la construcción social y auténticos interlocutores en las relaciones internacionales. Se trata de un elemento esencial para la edificación de una sociedad fraterna, en cuyo seno cada pueblo dé su contribución específica. Este es también el camino para establecer la paz y el respeto de los derechos del hombre, que exige reconocer a cada persona, con su cultura y su dimensión espiritual, y acoger el deseo de cada pueblo de tener una tierra y participar en las riquezas de la creación.
4. Conocéis la solicitud y el compromiso de la Santa Sede en favor del reconocimiento de los pueblos y de un entendimiento cada vez más intenso entre las naciones. Hoy, más que nunca, nuestros contemporáneos aspiran a la paz y a la fraternidad. Las diversas Jornadas mundiales de la juventud, particularmente la que viviremos el próximo mes de agosto, ponen de relieve que los jóvenes nos exhortan a hacer todo lo posible para que esas aspiraciones se hagan realidad. Estoy seguro de que, por ser diplomáticos, sois particularmente sensibles a esta petición de los jóvenes, a quienes no podemos defraudar y para los cuales debemos preparar un mundo en el que tengan los medios necesarios para vivir su vida personal, familiar y social, de modo que encuentren alegría y felicidad en las responsabilidades que asuman.
5. Ahora que comenzáis vuestra misión, permitidme expresaros mis más cordiales deseos. Invoco la abundancia de las bendiciones divinas sobre vosotros, sobre vuestras familias, sobre vuestros colaboradores y sobre las naciones que representáis, pidiendo al Todopoderoso que os colme de sus dones a cada uno.
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