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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA PEREGRINACIÓN NACIONAL SUIZA


 Lunes 25 de septiembre de 2000

 

Señor cardenal,
venerados hermanos en el episcopado,
queridos sacerdotes y diáconos,
queridas hermanas y queridos hermanos:
 

1. Es para mí una gran alegría ver a tantos fieles suizos aquí, ante la tumba de san Pedro. Os doy a todos una cordial bienvenida. Saludo, en particular, al venerado cardenal Henry Schwery y al presidente de la Conferencia episcopal suiza, monseñor Amédée Grab, así como a todos los obispos presentes. Esta "Jornada de los suizos" representa para mí una ocasión oportuna para expresar mi gratitud a los miembros de la Guardia suiza. Les agradezco su servicio fiel y solícito que, precisamente en el gran jubileo del año 2000, reviste una importancia extraordinaria. La Guardia suiza es una tarjeta viva de presentación del Vaticano.

Queridos suizos, podéis estar orgullosos de saber que aquí, en el Vaticano, hay representantes muy dignos de vuestra amada tierra. Orad para que en vuestro país no falten jamás hombres jóvenes comprometidos, dispuestos a ponerse al servicio del Papa y de la Iglesia.

2. Como todos los peregrinos del Año santo, también vosotros habéis cruzado la Puerta santa, que permanece abierta a todos. La  Puerta santa es la imagen de Cristo, que dijo:  "Yo soy la puerta" (Jn 10, 9). El paso por la Puerta santa implica una actitud interior. A ella debe corresponder una orientación de vida. En efecto, Jesucristo es exigente. Llama a los hombres a tomar decisiones. Por eso, también nosotros, al cruzar el umbral de la Puerta santa, repetimos con el apóstol san Pedro:  "Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6, 68).

3. Por consiguiente, el rito exterior expresa una profunda profesión de fe. Deseo que volváis a vuestro país, a vuestras ciudades y a vuestras aldeas fortalecidos en la fe, para que estéis cerca de vuestros hermanos y hermanas en la vida diaria. Muchas puertas nos tientan en el mundo actual, pero, por desgracia, no llevan ni a la plenitud ni a la felicidad. Al contrario, pueden hacer precipitar al hombre en el abismo del vacío y de la dependencia. Quien no busca ya "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14, 6), no encuentra ya el acceso a Dios. Un peregrino que regresa de Roma puede indicar el camino a cuantos buscan una vida plena de sentido. Pido a Dios para vosotros fuerza y bendición.

4. Vuestro camino jubilar os introduce, junto con toda la Iglesia, en un nuevo período de gracia y de misión (cf. Incarnationis mysterium, 3), invitándoos a participar cada vez más activamente en la vida de vuestras comunidades cristianas, bajo la guía de vuestros pastores, para ser testigos de la comunión eclesial y misioneros del Evangelio en medio de vuestros hermanos. La Iglesia, que nos ha engendrado a la vida nueva mediante el bautismo, nos comunica los dones de Dios, sobre todo mediante la Eucaristía y la penitencia, para que vivamos una vida nueva y nos comprometamos sin cesar a recorrer el camino de la conversión, revitalizando así nuestra vida espiritual y nuestro impulso apostólico. Os animo, en particular, a concentrar vuestros esfuerzos en la formación moral y espiritual de los jóvenes, para ayudarles en su crecimiento personal y prepararlos a ser cristianos firmes, dispuestos a responder gozosamente a su vocación y, a los que Dios llame, a comprometerse en el camino del sacerdocio o de la vida consagrada. Encomendándoos a la intercesión de Nuestra Señora, os imparto de todo corazón una afectuosa bendición apostólica.

5. Por último, quisiera dirigir un saludo a los peregrinos suizos de lengua italiana. Habéis venido a Roma para cruzar la Puerta santa. Ojalá que este rito sea para vosotros una fuerte experiencia espiritual, que os ayude a acoger con plena disponibilidad a Cristo en vuestra vida, para ser sus testigos creíbles entre vuestros hermanos al comienzo del tercer milenio. A todos os imparto con afecto mi bendición.

 



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