DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS MIEMBROS DEL CLUB "SERRA INTERNACIONAL"
Jueves 7 de diciembre de 2000
Queridos socios del club "Serra internacional":
1. Me alegra vivir con vosotros este intenso momento espiritual, con ocasión de vuestra peregrinación jubilar a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo.
Saludo a monseñor Justin Francis Rigali, arzobispo de San Luis, y le agradezco las cordiales palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Extiendo mi saludo a todos vosotros, que habéis venido aquí desde varias naciones.
Traéis a esta celebración el signo espiritual que os distingue: me refiero a la percepción particularmente viva de la existencia cristiana como "vocación". "No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros" (Jn 15, 16): estas palabras que Cristo dirigió a los Apóstoles se extienden a todos los bautizados. Debemos tomar conciencia de ellas con alegría y gratitud. Al venir a implorar la gracia jubilar, habéis venido precisamente a abriros con nueva disponibilidad a la llamada fundamental recibida en el bautismo, renovando la opción radical de coherencia cristiana y de santidad.
2. Vuestra vocación bautismal os impulsa hacia los demás: es esencialmente una vocación misionera, como habéis aprendido del ejemplo del beato Junípero Serra, el gran evangelizador de California. Siguiendo sus pasos, compartís la sincera preocupación de Cristo mismo: "La mies es mucha y los obreros pocos" (Mt 9, 37; Lc 10, 2). No podemos por menos de percibir la oportunidad y la urgencia de estas palabras. En efecto, el horizonte de la "mies" del Señor es ilimitado si no consideramos sólo las necesidades pastorales de la Iglesia misma, sino también el inmenso número de personas que aún esperan la proclamación del Evangelio. En medio de la complejidad del tiempo actual, ahora, en el alba de un nuevo milenio, debemos reconocer que la búsqueda de significado -una búsqueda real, pero a menudo silenciosa- se está extendiendo en la sociedad. En los jóvenes, en el mundo de la cultura y en los grandes desafíos éticos y sociales de nuestro tiempo, existe un sentido implícito de la necesidad de Cristo. Para responder a esta necesidad, toda la Iglesia debe llegar a ser totalmente ministerial, una comunidad de heraldos y testigos, llena de obreros de la mies.
3. Es realmente Dios mismo, el "Dueño de la mies", quien elige a sus obreros; su llamada es siempre inmerecida e inesperada. Y, sin embargo, en el misterio de la alianza de Dios con nosotros, estamos llamados a cooperar con su providencia, y a emplear el poderoso instrumento que ha puesto en nuestras manos: la oración. Jesús mismo nos pidió que lo hagamos: "Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies" (Mt 9, 38).
Queridos socios del club "Serra internacional", os habéis comprometido de un modo especial a promover las vocaciones. No olvidéis que vuestro compromiso debe ser, ante todo, un compromiso de oración, una oración constante, inquebrantable y llena de confianza. La oración mueve el corazón de Dios. Es la clave poderosa para resolver la cuestión de las vocaciones. Pero, al mismo tiempo, la oración por las vocaciones es también una escuela de vida, como subrayé recientemente: «Al orar por las vocaciones se aprende a mirar con sabiduría evangélica al mundo y a las necesidades de vida y de salvación de todo ser humano; además, se vive la caridad y la compasión de Cristo para con la humanidad» (Mensaje para la XXXVIII Jornada mundial de oración por las vocaciones, n. 6, 14 de septiembre de 2000: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 1 de diciembre de 2000, p. 3).
4. Además de la oración, la obra de promoción de las vocaciones requiere también un esfuerzo constante, mediante el testimonio personal, para atraer la atención de la gente hacia esta necesidad, de modo que la llamada de Dios sea realmente escuchada y encuentre una respuesta generosa por parte de aquellos a quienes se dirige. Este es el objetivo de vuestros esfuerzos encaminados a difundir una auténtica cultura de vocaciones.
La comunidad cristiana necesita urgentemente comprender que la promoción de las vocaciones es algo más que una mera cuestión de "programas". Afecta al misterio mismo de la Iglesia. De hecho, las vocaciones están relacionadas con el auténtico significado de la Iglesia como cuerpo de Cristo, formado y animado por el Espíritu Santo con toda la riqueza de sus dones. Nos lo recordó el concilio Vaticano II: »En la construcción del cuerpo de Cristo existe una diversidad de miembros y de funciones. Es el mismo Espíritu el que, según su riqueza y las necesidades de los ministerios, distribuye sus diversos dones para el bien de la Iglesia» (Lumen gentium, 7). A cada miembro del pueblo de Dios le corresponde una misión específica. Dado que las necesidades de la "mies" son tan grandes, todos los miembros del pueblo de Dios deben ser cada vez más conscientes de "haber sido llamados". Son significativos los dones y las tareas relacionados con la participación de los cristianos en el orden temporal. Estas tareas son, sobre todo, responsabilidad de los laicos. Pero tienen una importancia particular los ministerios destinados a la guía y al crecimiento de la comunidad eclesial en la santidad, es decir, el sacerdocio y la vida consagrada. Como miembros del club Serra lo comprendéis muy bien, y, como seglares, os comprometéis a fomentar estas vocaciones.
5. En este marco eclesial se sitúa, queridos socios del club Serra, vuestro compromiso en favor de la pastoral vocacional. Al dedicaros a ella, hacéis que el problema de las vocaciones no sea una preocupación exclusiva de los pastores, sino que encuentre respuesta en la sensibilidad de todos, implicando en particular a las familias y a los educadores. Y esto es de vital importancia.
Para lograr este objetivo, seguid dando vuestra contribución, en plena sintonía con vuestros obispos. Sed personas de comunión, acompañando con empeño y afecto a vuestros sacerdotes. Afrontad, con la caridad que os distingue, las exigencias de las vocaciones pobres. El bien que de ello redunda para la Iglesia será prenda de abundantes dones celestiales, que invoco de buen grado sobre cada uno de vosotros y sobre vuestro movimiento por la intercesión materna de María, Virgen Inmaculada.
Con estos sentimientos, os bendigo a todos de corazón.
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