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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS MIEMBROS DEL SERVICIO MISIONERO
JUVENIL- ARSENAL DE LA PAZ, DE TURÍN (ITALIA)


Viernes 22 de diciembre de 2000

 

Queridos amigos del SERMIG:

1. Bienvenidos y gracias por vuestra amable visita. Saludo, ante todo, a Ernesto Olivero y le agradezco las cordiales palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Saludo a los señores cardenales, a los hermanos obispos, a las autoridades presentes y a cuantos han querido compartir este momento de intensa espiritualidad. Os saludo especialmente a vosotros, queridos jóvenes y familias jóvenes, que constituís la esperanza de la comunidad civil y eclesial. Este encuentro me brinda la ocasión propicia para renovar mi sincero aprecio por el SERMIG-Arsenal de la paz de Turín, comprometido desde hace años en iniciativas concretas en favor de la paz en diversas partes de la tierra.

2. Dentro de pocos días celebraremos la solemnidad de Navidad, en la que recordamos el nacimiento del Hijo de Dios, luz del mundo. Jesús es la luz, y sus discípulos están llamados a ser su reflejo, testimoniándolo con alegría y coherencia. Pero, para poder anunciar y testimoniar a Jesús y su Evangelio, es necesario ante todo conocerlo y acogerlo personalmente. Por eso, la Navidad nos invita a dejar espacio en nuestro corazón a Cristo que viene. Primero con la oración, que permite al hombre encontrar a Dios en la profundidad de su espíritu y entablar con él un diálogo constante de fe y amor. Rebosantes de su luz, los amigos de Jesús podrán convertirse en faros de esperanza.

Esto vale de modo singular para vosotros, queridos jóvenes, que miráis la vida con legítimas expectativas y constatáis cuán complejas son las perspectivas futuras. A veces el mundo parece envuelto en la oscuridad: la oscuridad de quien tiene hambre y de quien muere, de quien no tiene hogar, trabajo o una asistencia adecuada; la oscuridad de la violencia y de la desesperación, que impulsa a algunos incluso al suicidio.

¿Quién podrá vencer estas tinieblas? Vosotros lo sabéis muy bien: el mundo necesita la luz de Cristo. También os necesita a vosotros, vuestro entusiasmo y vuestra aportación para propagar esta luz en todos los ámbitos. Algunos de vuestros coetáneos, como acabamos de escuchar, ya han hecho su elección y, siguiendo al divino Maestro, dedican su existencia a la causa de la paz. Con su generosidad, quieren contagiar a muchos otros chicos y chicas para que difundan la luz de Evangelio y cambien la faz de la historia. Ojalá que este esfuerzo sea coronado por los frutos deseados, para que crezca el pueblo de los "constructores de paz".

3. Queridos amigos del SERMIG, he escuchado con gran atención la lectura de vuestra "Carta de los jóvenes". Vuestro compromiso humano y cristiano, formulado tan solemnemente, os llama a ser testigos de la esperanza evangélica en el nuevo milenio. Os estimula, asimismo, a ser artífices de unidad entre culturas y religiones diversas, con gestos concretos de solidaridad, como los que estáis realizando en Oriente Medio. Proseguid por este camino: consagrad vuestra vida a la causa de la paz.

El Papa os mira con confianza, y también hoy os anima a perseverar en vuestro propósito. Queridos amigos, que cada uno de vosotros escriba, con su propia contribución, una página de historia de los jóvenes y para los jóvenes, en la que las nuevas generaciones sean protagonistas apasionadas de una fecunda estación de la civilización del amor.

El apóstol san Pablo nos recuerda que "Dios ama al que da con alegría" (2Co 9, 7). Esta es la perspectiva que debe animar siempre vuestra acción misionera: entregaros vosotros mismos con alegría a la causa del Evangelio, sin pedir nada a cambio; ayudar a quien tiene necesidad y no tiene nada, sin esperar ninguna recompensa.

Queridos apóstoles del tercer milenio, ¡cuán vasto y complejo es el campo de acción que se abre ante vosotros! En la era de la globalización es preciso "globalizar" la solidaridad y el amor, para que llegue a todas partes el mensaje liberador del Evangelio. Esto conlleva a menudo ir contra corriente, ser incomprendidos e, incluso, marginados. Pero es indispensable seguir siendo coherentes con los propios principios y fieles a Cristo y a la Iglesia.

4. En estos días de Adviento y en el misterio de la Navidad destaca la silenciosa imagen de María, Virgen fiel y Madre solícita. Hoy habéis querido tenerla presente, al entregarme un regalo como recuerdo de nuestro encuentro. Gracias por haberme dado una imagen característica de "María, Madre de los jóvenes". Ella, la Virgen, os acompañe y proteja en vuestro itinerario espiritual y comunitario. Inspiraos en ella que, como enseña el concilio Vaticano II, es ejemplo incomparable y perfecto de la vida y de la misión de la Iglesia; es la madre que engendra a los cristianos y los lleva a la perfección de la caridad (cf. Lumen gentium, 63-65).

María os ayudará a ser apóstoles de paz y a alcanzar la cumbre de la santidad, como ha sucedido con muchos de vuestros coetáneos que os han precedido. Me complace recordar, de modo singular, a un joven turinés, el beato Piergiorgio Frassati, un verdadero deportista de Dios, que murió a los 24 años, después de una vida de amor y fe. En una de sus cartas escribió: "Con amor se siembra en los hombres la paz, pero no la paz del mundo, sino la verdadera paz, que sólo puede dar la fe en Jesucristo". Esta es la paz que queréis y debéis construir siempre y por doquier.

Por mi parte, os acompaño con mi oración, para que no os falte jamás el entusiasmo que mostráis hoy. Y, a la vez que os felicito por la Navidad, os imparto de corazón a vosotros, a vuestras familias y a cuantos forman parte del SERMIG, una especial bendición apostólica.

 



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