DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
AL NUEVO EMBAJADOR DE BULGARIA ANTE LA SANTA SEDE*
Viernes 21 de diciembre de 2001
Señor embajador:
1. Me alegra acoger a su excelencia con motivo de la presentación de las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de Bulgaria ante la Santa Sede. Le agradezco sus cordiales palabras y le ruego que agradezca al señor presidente de la República sus amables felicitaciones, asegurándole mis mejores deseos para su persona y para el pueblo búlgaro.
2. Como usted ha destacado, aunque las relaciones diplomáticas entre Bulgaria y la Santa Sede se han restablecido recientemente, los vínculos entre la Iglesia católica y el pueblo búlgaro se remontan al primer milenio de nuestra era, a la época de la conversión de la Europa oriental a la fe cristiana, bajo el impulso decisivo de los hermanos Cirilo y Metodio. Al traducir la Biblia a la lengua local y al adaptar la liturgia bizantina y el derecho, sembraron verdaderamente la buena nueva en la tierra eslava y dieron vida a una cultura original, alimentada en la tradición cristiana, que hoy es reconocida por todos los pueblos eslavos como una matriz de su identidad. En una época en la que Europa sufría profundas divisiones debido a las rivalidades políticas de los dos imperios bizantino y carolingio, y en la que la Iglesia misma experimentaba la desunión, trabajaron como celosos servidores de la unidad en la Iglesia, pero también en favor de Europa, de la que han llegado a ser, juntamente con san Benito, patronos celestiales.
3. Su ejemplo nos indica el camino que conviene seguir hoy, es decir, el diálogo entre las culturas y entre los pueblos, que lleva a respetar a cada uno en su identidad y en sus riquezas, pero también a abrirlo, por encima de todo nacionalismo estrecho, al conocimiento y al reconocimiento del otro. Es un camino de paz ejemplar, que exige renunciar a los medios de poder y a toda voluntad de dominio, para trabajar juntos por el bien común. Es también un camino de verdad, que a menudo exige reconocer las faltas cometidas en el pasado los unos contra los otros. Es igualmente un camino de justicia, que exige reparar los perjuicios y los daños causados a los demás y velar por el respeto de los derechos y deberes de cada uno.
El mundo actual, tentado de nuevo por los enfrentamientos y la violencia ciega del terrorismo, tiene una gran necesidad de oír la voz de hombres de diálogo y de constructores de paz, y yo deseo ardientemente que esto suceda el próximo 24 de enero, cuando se reúnan en Asís, para una jornada de oración por la paz, los responsables religiosos del mundo entero. Me alegra igualmente saber que su nación, cuya situación original de puente entre la Europa del este y la del sur la convierte en cierto modo en una tierra de encuentro y tolerancia, se siente llamada a trabajar, en el concierto de las naciones y particularmente en el continente europeo, en favor de la paz y de la cooperación entre los pueblos.
4. Señor embajador, usted ha querido rendir homenaje a la actividad apostólica de dos apóstoles del siglo pasado: monseñor Angelo Roncalli, que fue visitador apostólico y después delegado apostólico en Sofía durante muchos años antes de llegar a ser mi venerado predecesor el beato Papa Juan XXIII, y monseñor Eugenio Bossilkov, obispo y mártir de la fe, también él beato. Se lo agradezco sinceramente. En ellos su nación reconoce a verdaderos servidores del Evangelio para el pueblo búlgaro, y usted honra la acción de la Iglesia en dos dimensiones esenciales de su misión, a saber, el ejercicio de la caridad y la defensa de la libertad religiosa. Permítame asegurarle la firme y constante voluntad de la Iglesia católica de trabajar siempre, siguiendo el ejemplo de estos dos testigos, por el bien de los pueblos, comunicándoles su única riqueza: la palabra de Dios, que quiere fecundar y alimentar las culturas. Deseo que la nueva ley sobre la libertad religiosa permita a la Iglesia católica, así como a las demás religiones reconocidas, ejercer libremente y sin restricciones su misión espiritual en su país, según los derechos y los deberes garantizados por la ley. Con este espíritu, espero que los diferentes servicios administrativos competentes sigan favoreciendo todas las iniciativas, permitiendo a los fieles disponer de los medios necesarios para el ejercicio de la libertad de culto.
5. Me alegra poder saludar, en esta ocasión y por medio de su persona, a la comunidad católica de diferentes ritos que vive en Bulgaria. Ciertamente es poco numerosa, en un país de mayoría ortodoxa, pero es muy vital y desea mantener buenas relaciones con todas las tradiciones religiosas presentes en el país. Saludo cordialmente a sus obispos y sacerdotes, así como a los religiosos y religiosas y a todos los fieles laicos, dando gracias a Dios por su fidelidad a Cristo y a la Iglesia católica. Sé que participan activamente en la construcción común, ocupando su lugar en el seno de la sociedad y contribuyendo al desarrollo del país. Cuentan con el apoyo del Sucesor de Pedro en su voluntad de servir y testimoniar su fe. Saludo igualmente con respeto, estima y afecto fraterno a nuestros hermanos de la Iglesia ortodoxa búlgara, y deseo que se multipliquen entre nosotros, y a los ojos del mundo, las ocasiones de manifestar nuestra fraternidad espiritual en Cristo.
Todos los años, en el mes de mayo, una delegación de su país visita al Obispo de Roma con ocasión de la fiesta de san Cirilo y san Metodio, expresando así su devoción a estas dos grandes figuras espirituales, pero también su deseo de desarrollar, a ejemplo de ellos, vínculos de fraternidad y paz. Por mi parte, espero vivamente poder devolver esta visita al querido pueblo búlgaro, yendo próximamente a su país, para encontrarme con las autoridades civiles, reunirme con los responsables religiosos, en particular los de la Iglesia católica y los de la Iglesia ortodoxa, y manifestar a los fieles católicos mi solicitud pastoral. Así, después de mi peregrinación a las fuentes de la fe, proseguiré mi peregrinación a los orígenes de las comunidades cristianas y en favor de la paz y del diálogo entre todos.
6. Señor embajador, al comenzar oficialmente su misión ante la Santa Sede, le expreso mis mejores deseos para su feliz cumplimiento. Puede estar seguro de que encontrará siempre entre mis colaboradores una acogida atenta y una comprensión cordial.
Sobre su excelencia, su familia, sus colaboradores de la embajada y todo el pueblo búlgaro invoco de corazón la abundancia de las bendiciones divinas.
*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española. 2002 n.1, p.7.
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