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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL ALMO COLEGIO CAPRÁNICA


Lunes 15 de enero de 2001

 

Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y el sacerdocio;
amadísimos alumnos del Almo Colegio Capránica:
 

1. Me alegra acogeros en esta audiencia especial, que ya se ha convertido en una agradable tradición, inmediatamente antes de la memoria litúrgica de santa Inés, vuestra patrona particular. Agradezco al cardenal Camillo Ruini, presidente de la comisión episcopal encargada de la dirección del Colegio, las palabras con que ha interpretado los sentimientos de todos los presentes. Extiendo mi saludo cordial a los obispos de la comisión, al rector, monseñor Michele Pennisi, a los superiores y a vosotros, amadísimos seminaristas de la comunidad del Capránica. Con toda razón vuestra comunidad figura entre las más antiguas e ilustres instituciones dedicadas a la formación espiritual y teológica de los presbíteros de la diócesis de Roma, y está abierta al servicio de las diócesis de Italia y de otros países.

Vuestra visita cobra este año un significado particular, puesto que se realiza pocos días después de la conclusión del jubileo, que ha dejado a toda la comunidad cristiana una gran herencia que debe acoger y hacer madurar, para orientar sus pasos en el nuevo milenio.

2. He trazado las líneas esenciales de esta valiosa herencia y las he presentado a la reflexión de todos los creyentes, en este paso de siglo y de milenio, en la carta apostólica Novo millennio ineunte. He querido firmar este documento en presencia de la comunidad eclesial, durante la solemne celebración litúrgica al término del jubileo. Me agrada proponer hoy a vuestra consideración esta carta, invitándoos a reflexionar en ella, para que inspire vuestro camino personal y comunitario. De modo especial, deseo recomendaros que profundicéis en lo que considero el núcleo esencial de la herencia del jubileo:  el compromiso de recomenzar desde Cristo. ¿No es la contemplación del rostro de Cristo el centro de toda la formación humana, cultural y espiritual a la que os estáis dedicando como candidatos al ministerio ordenado?

Precisamente porque estáis llamados a seguir más de cerca al Maestro, estáis invitados a ser asiduos "contempladores de su rostro" (Novo millennio ineunte, 16). Así, podréis ser, también vosotros, testigos y guías para los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, capacitándoos para ayudarles a descubrir la belleza y la majestad de Cristo.

"Queremos ver a Jesús" (Jn 12, 21):  el deseo expresado por algunos peregrinos griegos poco antes de la Pascua es el mismo que brota del corazón de muchos de nuestros contemporáneos. Como Felipe y Andrés (cf. Jn 12, 22), también vosotros debéis ayudarles para que hagan una experiencia directa del Maestro divino. Esto supone en vosotros mismos una comunión profunda y habitual con él, gracias a una orientación constante de vuestra actividad y de vuestra vida misma hacia la persona de Cristo. Cuanto más fija esté vuestra mirada en su rostro, tanto más seréis capaces de seguir fielmente sus pasos. Así, avanzaréis por el camino de la espiritualidad y conoceréis la alegría que es propia de los auténticos obreros del Evangelio.

3. ¡Recomenzar desde Cristo! Este ha de ser vuestro programa en esta fase inicial del nuevo milenio. El Resucitado está siempre presente y obra misteriosamente en la comunidad de sus discípulos. Su promesa:  "He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20) constituye un constante consuelo.

Amadísimos alumnos, en este esfuerzo nos sostienen el ejemplo y la intercesión de los innumerables santos y mártires que, a lo largo de veinte siglos de historia, han permanecido fieles a Cristo. ¡Cuántos de ellos han cubierto de gloria a nuestra venerable Iglesia de Roma! Entre estos amáis particularmente a vuestra patrona especial, santa Inés, que vivió y testimonió su adhesión personal a Cristo mediante la virginidad y el martirio.

Os encomiendo a la intercesión celestial  de  esta mártir romana, para que seáis asiduos contempladores del rostro de Cristo. María, Madre de la Iglesia, os proteja también y os obtenga a cada uno un año lleno de frutos espirituales y culturales. Con estos sentimientos, os imparto a vosotros, alumnos aquí presentes, a vuestros superiores y formadores y a toda la comunidad del Capránica, una bendición apostólica especial.

 



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