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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
 A LOS MIEMBROS DE LA COMISIÓN PONTIFICIA PARA AMÉRICA LATINA

Viernes 23 de marzo de 2001

 

Señores Cardenales,
Queridos hermanos en el Episcopado,
 

1. Me es grato recibiros esta mañana, Consejeros y Miembros de la Pontificia Comisión para América Latina que celebráis vuestra Asamblea Plenaria con el fin de ofrecer pautas pastorales para proseguir en la nueva Evangelización del Continente que llamamos "de la esperanza", precisamente por lo que representa para la Iglesia. En efecto, esas tierras que recibieron la luz de Cristo hace ya más de cinco siglos y acogen ahora cerca de la mitad del orbe católico, se distinguen por una identidad cultural profundamente sellada por el Evangelio y cuentan con una Iglesia viva y llena de dinamismo evangelizador. 

Agradezco cordialmente las expresivas palabras de saludo que, en nombre de todos, me ha dirigido vuestro Presidente, el Cardenal Giovanni Battista Re, presentándome las líneas de vuestros trabajos y los propósitos que animan vuestra labor. 

2. Partiendo de mi reciente Carta apostólica Novo millennio ineunte, habéis profundizado en la Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in America, y habéis tratado de evaluar su aplicación en estos dos primeros años transcurridos desde su publicación en aquella memorable celebración en el Santuario de Guadalupe, en México. 

Habéis reflexionado sobre los principales contenidos de la Exhortación, estudiándolos para, a la luz de las realidades actuales, examinar los problemas y trazar propuestas pastorales en orden a hacer más intensa la tarea evangelizadora en las queridas naciones latinoamericanas. 

Quisiera animaros y estimularos en vuestros afanes pastorales, porque son muchos los desafíos que se nos presentan y hace falta fina intuición eclesial y audacia apostólica para afrontarlos adecuadamente. 

3. Uno de ellos es conservar, defender y acrecentar la integridad de la fe. En esta línea se coloca la Declaración Dominus Iesus sobre la unicidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia, que con mi confirmación y ratificación, publicó la Congregación para la Doctrina de la Fe el pasado año. Con esta declaración los cristianos son invitados ‘a renovar su adhesión al Señor Jesús con la alegría de la fe, testimoniando únicamente que Él es, también hoy y mañana, "el camino la verdad y la vida" (Jn 14,6)’ (Ángelus, 1 de octubre 2000). 

En este sentido, es necesario prestar especial atención al problema de las sectas, que constituyen ‘un grave obstáculo para el esfuerzo evangelizador’ (Ecclesia in America, 73). Sobre las mismas se ha estudiado y hablado mucho, pues se trata de un fenómeno que no puede ser contemplado con indiferencia. Es necesaria una acción pastoral resolutiva para afrontar esta grave cuestión, revisando los métodos pastorales empleados, fortaleciendo las estructuras de comunión y misión y aprovechando ‘las posibilidades evangelizadoras que ofrece una religiosidad popular purificada’ (Ecclesia in America, 73). A este respecto, sabéis bien cuán importante es la presencia de los evangelizadores, pues allí donde operan sacerdotes, religiosos, religiosas o laicos entregados al apostolado, las sectas no prosperan. La fe, aún siendo un don de Dios, no se suscita ni se mantiene sin la mediación de los evangelizadores. 

En el proceso de fortalecimiento de la fe, la Eucaristía es el lugar privilegiado para el encuentro con Jesucristo vivo. La Misa dominical debe ser compromiso y práctica constante de todos los fieles. No dejéis de empeñaros y, al mismo tiempo, de comprometer pastoralmente a vuestros sacerdotes en la tarea de favorecer este aspecto tan importante de la vida eclesial, que recomendé ya en la Carta apostólica Dies Domini (cf. capítulo II) . Por ello, como he recordado recientemente, hay que dar ‘un realce particular a la Eucaristía dominical y al domingo mismo, sentido como día especial de la fe, día del Señor resucitado y del don del Espíritu, verdadera Pascua de la semana’ (Carta apostólica Novo millennio ineunte, 35).     

4. Otro reto, de capital importancia, es el fomento y cuidado de las vocaciones. América Latina necesita aún muchos más sacerdotes. Veo con satisfacción como surgen en numerosas diócesis nuevos seminarios, también seminarios menores. Igualmente es muy oportuna la organización de cursos para la preparación de formadores, que han de ser sacerdotes ejemplares, en perfecta sintonía con el Magisterio de la Iglesia, de forma que su labor en los seminarios sea eficaz y esperanzadora. 

A los Obispos les recomiendo una presencia asidua y constante entre sus seminaristas y sobre todo entre sus sacerdotes, para acompañarles, animarles y estimularles a un trabajo generoso. 

5. Entre los muchos temas que, como los anteriores, ya he tratado ampliamente en la Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in America y sobre los que no es necesario retornar ahora aquí, quiero recordar particularmente el relativo a la evangelización de los jóvenes. En ellos se fundan las esperanzas y las expectativas de un futuro de mayor comunión y solidaridad para la Iglesia y las sociedades de América ( cf. Ecclesia in America, n. 47). 

La última Jornada Mundial de la Juventud, celebrada en el mes de agosto del Año Jubilar, ha puesto de relieve que los jóvenes son una potente fuerza evangelizadora para el mundo de hoy. Es necesario evangelizarlos profundamente, partiendo de sus recursos de generosidad, apertura e intuición. 

Espero que la próxima Jornada de la Juventud, que se celebrará en América y precisamente en Toronto, Canadá, sea un nuevo y decisivo jalón en la evangelización de los jóvenes en ese amado Continente. 

6. Habéis comenzado esta Asamblea de la Pontificia Comisión, que "tiene como tarea primordial examinar de manera unitaria las cuestiones doctrinales y pastorales que conciernen a la vida y al desarrollo de la Iglesia en América Latina" (Motu proprio Decessores nostri, I), presentando el icono de Jesucristo Evangelizador, poniendo así de relieve la centralidad del Salvador en la Iglesia y en su acción evangelizadora. Efectivamente ‘todo lo que se proyecte en el campo eclesial ha de partir de Cristo y su Evangelio’ (Ecclesia in America n. 67). Esta idea fundamental la he desarrollado más ampliamente en el Carta apostólica Novo millennio ineunte, en la que ‘he trazado las líneas guía para la vida de la Iglesia y su misión evangelizadora en el tercer milenio’ (Homilía, 4 febrero 2001,n.1). 

7. El Jubileo, clausurado hace poco, nos ha dejado en herencia una apremiante invitación a salir al encuentro del futuro partiendo nuevamente de Cristo, teniendo al Señor como el centro de la vida personal y social de los pueblos. 

El estilo de generosa renovación y de coherencia con la propia fe, que ha surgido a lo largo del Año Jubilar, es una llamada a "remar mar adentro", con decisión, en el vasto océano del nuevo milenio contando con la ayuda divina. 

Duc in altum’ (Lc 5,2) dijo Cristo al apóstol Pedro en el Mar de Galilea. Duc in altum os repite el Papa a vosotros, pescadores de hombres, al concluir vuestra Reunión Plenaria.¡Abrid de par en par las puertas de América a Cristo y a su Evangelio! 

Vuestras naciones necesitan, hoy como ayer, grandes evangelizadores del temple y talante de Santo Toribio de Mogrovejo, cuya fiesta celebramos hoy. Él, declarado por mí en 1983 Patrono de todos los Obispos de América Latina, es un auténtico paradigma de Pastor que podemos y tenemos que imitar en la tarea de la Nueva Evangelización, que una vez más confío a la protección y guía de Santa María de Guadalupe, ‘camino seguro para encontrar a Cristo’ (Ecclesia in America, n. 11). 

En el nombre de Cristo, nuestra vida y nuestra esperanza, os bendigo a todos.

 



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