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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UNA PEREGRINACIÓN DE FIELES DE UCRANIA


Lunes 19 de noviembre de 2001

 

Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado;
queridos hermanos y hermanas en Cristo: 

1. Sed bienvenidos a la casa del Papa. Habéis venido para devolver la visita que tuve la alegría de realizar a vuestro país el pasado mes de junio. Saludo a los cardenales Lubomyr Husar y Marian Jaworski, a quienes agradezco las palabras cordiales con que han interpretado vuestros sentimientos comunes. Saludo, asimismo, a los obispos de la Iglesia greco-católica y de la latina, a los sacerdotes, religiosos y laicos de ambos ritos.

Conservo siempre vivo en la memoria y en el corazón el recuerdo de los intensos días pasados entre vosotros, y doy gracias a Dios uno y trino por haberme concedido besar la tierra ucraniana y encontrarme con su noble pueblo. Mi visita quería rendir homenaje a la fidelidad de vuestra gente al evangelio de Cristo a lo largo de los siglos, especialmente en el que acaba de concluir, durante el cual vuestras Iglesias vivieron la experiencia —dolorosa y, al mismo tiempo, gloriosa— de la confesión de la fe hasta el martirio.

Durante mi viaje pude admirar con emoción cómo vuestro pueblo ha conservado la fe, a pesar del tiempo difícil y duro de la persecución, y cómo hoy se siente orgulloso de profesarla libremente. Amadísimos hermanos y hermanas, espero que sepáis cultivar con sabiduría esta "teoforía" de la tradición cristiana ucraniana, a fin hallar en ella el alimento necesario para la vida cristiana de cada día.

2. La existencia en vuestro país de tres venerables ritos —bizantino, latino y armenio— testimonia la dimensión universal de la Iglesia presente en culturas diferentes y manifiesta visiblemente el misterio de comunión que une a todos los creyentes en Cristo. Por eso, que no haya rivalidad alguna entre vosotros, sino respeto recíproco y amor:  "El Dios de la paciencia y del consuelo os conceda tener los unos para con los otros los mismos sentimientos, según Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo" (Rm 15, 5-6).

Os exhorto a compartir, con actitud de recíproco intercambio de dones, vuestros tesoros espirituales, y a acoger cuanto pueda completar, enriquecer y reforzar vuestra experiencia de vida cristiana y vuestro testimonio. En efecto, la historia enseña que una comunidad que se encierra en sí misma se condena a un empobrecimiento interno y limita sus posibilidades de acción apostólica.

Vuestras Iglesias particulares, cada una con su tradición, su espiritualidad y su piedad, manifiestan, como enseña san Ignacio Teóforo, la magnífica sinfonía interna de la Iglesia de Cristo. De esta manera, en su unidad católica, son y serán guardianas y portadoras de un gran patrimonio espiritual del que todos los pueblos de la tierra pueden beneficiarse.

3. Queridos hermanos y hermanas, al inicio de este nuevo milenio los cristianos tienen una importante tarea y una gran responsabilidad:  se trata del anuncio siempre nuevo de Jesucristo, camino, verdad y vida (cf. Jn 14, 6) para los hombres y las mujeres de todos los tiempos y de todos los países. Por tanto, estáis llamados a hacer accesibles, con sabiduría y eficacia, los tesoros de la fe, tanto a los que ya tienen algún conocimiento como a los que se acercan por primera vez a ellos. Todos sabéis que para cumplir esta misión es necesario ante todo vivir con coherencia la vocación recibida en el bautismo y organizar la vida personal y social según la ley de Dios. No escatiméis esfuerzos para aseguraros a vosotros mismos y a las jóvenes generaciones una profunda formación humana, espiritual y cultural, que os capacite para dar a todos razón de vuestra esperanza (cf. 1 P 3, 15).

Durante decenios un cruel régimen ateo trató de desarraigar por la fuerza a Cristo de Ucrania:  varias generaciones han sido educadas sin Cristo o incluso contra él. Hoy se puede hablar libremente de Dios en vuestra tierra. Pero al hombre contemporáneo, sumergido en el ruido y en la confusión de la vida diaria, las palabras ya no le bastan:  no quiere sólo oír "hablar" de Cristo, sino que, en cierto modo, desea "verlo" (cf. Novo millennio ineunte, 16).

4. Con respeto y sincero reconocimiento de la gracia propia de cada Iglesia, me dirijo a todos los cristianos de vuestro gran país —católicos, ortodoxos y protestantes—, y los exhorto a "la mansedumbre y la benignidad de Cristo" (2 Co 10, 1):  dad al pueblo ucraniano la posibilidad de conocer a Cristo. Dadle la posibilidad de ver a su Salvador. No esperéis que alguien cree las condiciones favorables para el compromiso y el trabajo pastoral; suscitadlas vosotros mismos con creatividad y generosidad. Pero, sobre todo, testimoniad con la vida y con las obras la presencia del Resucitado en medio de vosotros. Será el mensaje más elocuente y eficaz, el servicio más elevado que podréis prestar a vuestros compatriotas.

La realización del mandamiento del amor al prójimo será la prueba de la verdad de vuestro compromiso. Cristo Salvador nos lo enseña claramente cuando dice:  "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40).

5. Queridos hermanos en el episcopado, sacerdotes, religiosos y religiosas, catequistas y fieles de todas las Iglesias cristianas, con vuestra vida mostrad a Ucrania el rostro divino de Cristo. Cuanto más presente esté Cristo en cada uno de vosotros, tanto más creíble será vuestro testimonio en favor de su Evangelio de salvación.

Os encomiendo a la santísima Madre de Dios, patrona de Ucrania, para que os proteja a todos. Y os acompaño con afecto y simpatía, a la vez que ruego constantemente por vosotros, para que el Señor omnipotente colme "todas vuestras necesidades con magnificencia, conforme a su riqueza, en Cristo Jesús" (Flp 4, 19).

Con estos sentimientos, os imparto a todos una afectuosa bendición apostólica, que de buen grado extiendo a vuestros seres queridos y a todos los fieles de vuestra amada tierra.


Saludo a los peregrinos polacos que vinieron con los ucranios 

Doy una cordial bienvenida a todos los peregrinos que hablan polaco.

Saludo al señor cardenal Marian Jaworski, metropolita de Lvov de los latinos, a los obispos, los presbíteros, las personas consagradas y los fieles laicos. Me alegra vuestra presencia. Saludo a la Iglesia greco-católica que está en Ucrania y en Polonia. Saludo a los peregrinos que han venido de Wilamowice.

Habéis venido a Roma para dar gracias a Dios por los frutos espirituales de mi viaje a Ucrania. Me uno de buen grado a vuestra acción de gracias, recordando los maravillosos días que pude pasar entre vosotros en Kiev y Lvov. ¿Cómo podría olvidar estas magníficas ciudades situadas a orillas del Dniéper y en la Peltew, y todos esos lugares santificados por una tradición cristiana de más de un milenio? Fue para mí motivo de felicidad poder glorificar a Dios donde san Vladimiro, y juntamente con él toda la Rus' de Kiev, recibió el bautismo, por la fidelidad de este pueblo y por el testimonio cristiano que ha dado a lo largo de los siglos, sin ahorrar sacrificios, hasta el derramamiento de la sangre. Me alegro porque, precisamente en Ucrania, tuve la posibilidad de beatificar por lo menos a algunos de esa multitud inmensa de mártires. Ruego a Dios para que la siembra de su sangre haga florecer constantemente la fe en el corazón de todos los habitantes de Ucrania.

También agradezco infinitamente a Dios el haber podido elevar a la gloria de los altares al beato arzobispo José Bilczewski. Comparto esta alegría de modo particular con vosotros, habitantes de Lvov, donde él desempeñó su ministerio episcopal, pero también con vosotros, habitantes de Wilamowice, donde nació y de donde partió. Os encomiendo a todos a la protección de este patrono al que —como dije— estoy unido personalmente por un vínculo especial en la sucesión apostólica. También quiero recordar aquí al beato don Segismundo Gorazdowski. Ruego a Dios para que la intercesión de este celoso pastor sostenga de modo particular a los sacerdotes que desempeñan su ministerio en la Iglesia de Ucrania y sobre todo a las Religiosas de San José, que le deben a él la fundación de su instituto. Que la beata Josafata Micaela Hordashevska proteja a todas las religiosas que sirven con abnegación, con corazón puro, con sensibilidad femenina, dispuestas a ayudar a los necesitados.

Quedará grabado en mi corazón, a pesar de la intensa lluvia, el cordial encuentro con los jóvenes de Ucrania. Me alegra que a ese encuentro hayáis ido todos juntos:  la Iglesia católica, en su doble tradición, que es la riqueza de Ucrania. Confío en que vuestra generación, a la que pertenece el futuro, le lleve el entusiasmo de la fe, de la esperanza y del amor, que acompañaba la oración y la fiesta ante el templo de la Natividad de la Madre de Dios. Queridos jóvenes, os abrazo a todos de corazón. Llevad mi gratitud y mi saludo a vuestros coetáneos en toda Ucrania.

De modo particular, quiero dar gracias a Dios juntamente con vosotros por el Espíritu de amor fraterno que nos unía en aquellos días. Que este Espíritu os acompañe siempre. No desoigáis sus inspiraciones. Que él encienda vuestro corazón, purifique vuestra conciencia y fortalezca vuestro deseo de caminar juntos por el camino que lleva al reino de nuestro único Padre. "Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos" (Ef 4, 5-6).

Agradezco una vez más a toda la Iglesia de Ucrania la afectuosa acogida y el testimonio de una fe viva. Os doy las gracias a vosotros por haber venido y por vuestra oración ante las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, según la intención de mi ministerio en favor de la Iglesia. Es el don más valioso que podíais ofrecerme. Que esta oración llegue a ser también para vosotros fuente de inagotable gracia divina. Llevad mi saludo a vuestras familias, a vuestros seres queridos y a todos los que no han podido venir. Transmitid mi bendición a todos los fieles de Ucrania. Dios os bendiga también a vosotros.

 



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