DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A LOS PEREGRINOS QUE PARTICIPARON EN LA BEATIFICACIÓN
Lunes 8 de octubre de 2001
Venerados hermanos en el episcopado y el sacerdocio;
amadísimos religiosos y religiosas;
hermanos y hermanas:
1. Sigue vivo en todos nosotros el eco de la solemne celebración litúrgica de ayer, durante la cual fueron elevados a la gloria de los altares siete nuevos beatos. A todos vosotros, queridos peregrinos que habéis venido a Roma para este feliz acontecimiento, os dirijo mi saludo más cordial.
Ante todo, deseo compartir con vosotros y confiar al Señor la angustia y la preocupación que suscita en nosotros este delicado momento de la vida internacional.
En el clima familiar de este encuentro tenemos la oportunidad de dar juntos gracias al Señor por los nuevos beatos y reflexionar una vez más en su testimonio evangélico y en la rica herencia espiritual que nos legaron.
2. Sed bienvenidos, queridos peregrinos que habéis venido a Roma para participar en la beatificación de monseñor Ignacio Maloyan. Saludo a todos los obispos de la Iglesia armenia católica aquí presentes, así como a los representantes de las autoridades civiles de Armenia. Dirijo un saludo particular a los jóvenes, pidiendo al Señor que sean testigos valientes del Evangelio. Durante mi reciente visita a Armenia pude comprobar la fidelidad del pueblo a la fe cristiana, que testimonian tantos episodios de su historia. Así es también el hermoso testimonio que nos ha dejado el beato Ignacio. Hombre intrépido y lleno de fe, puso el amor a Cristo en el centro de su vida y de su ministerio. Cuando la amenaza contra el pueblo armenio se volvió más grave, intuyendo que la persecución era inminente, a ejemplo de san Ignacio de Antioquía eligió seguir a Jesús hasta el fin, derramando su sangre por sus hermanos. Su ejemplo invita a todos los bautizados a recordar que han sido sumergidos en la muerte y la resurrección de Cristo, y que deben seguirlo cada día.
Saludo al señor cardenal Jean-Claude Turcotte y a las personas que han venido de Canadá para la beatificación de Emilia Gamelin, en particular a las Religiosas de la Providencia. La figura de la nueva beata constituye un modelo para los hombres y mujeres de hoy. Nos admira siempre la fecundidad de una vida que se abandona en las manos de Dios, sacando de la contemplación la fuerza y la audacia para la vida diaria y la misión. Como María al pie de la cruz, recibió a Jesús, para vivir únicamente por él y para él. Su vida espiritual le dio la fuerza para su misión caritativa, desprendiéndose de todo y encontrando la energía para confortar a todas las personas. Siguiendo el ejemplo de la beata Emilia, os animo a poneros al servicio de los pobres y de los más necesitados de la sociedad, que son los predilectos de Dios, para aliviar sus sufrimientos, haciendo que así resplandezca su dignidad.
3. Dirijo un saludo cordial a los peregrinos de Alemania, sobre todo a los fieles de las diócesis de Essen y Münster, así como a sus pastores Hubert Luthe y Reinhard Lettmann. Queridos hermanos y hermanas, en el mártir Nicolás Gross y en la religiosa de la Misericordia Eutimia vuestras Iglesias locales han recibido el don de dos nuevos beatos. Para vuestras diócesis estos cristianos ejemplares son como un gran testimonio. Estad orgullosos de ellos. Con los días de fiesta en Roma no habéis alcanzado una meta; la beatificación es también un comienzo, porque los nuevos beatos os invitan a seguir sus huellas en vuestra patria.
El beato Nicolás Gross nos enseña que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. Precisamente nuestro tiempo tiene urgente necesidad de cristianos convencidos, que escuchen la voz de la conciencia y tengan valentía para hablar cuando está en juego la dignidad del hombre. También la beata sor Eutimia ofrece un mensaje actual. Su vida nos muestra que las cosas aparentemente pequeñas pueden ser muy grandes a los ojos de Dios. Hablando humanamente, la religiosa no fue una "estrella" del espectáculo, pero su obra silenciosa fue para muchos un rayo de esperanza que aún hoy se difunde.
Ojalá que el ejemplo de estos dos nuevos beatos os estimule, y su invocación os acompañe a lo largo de vuestra vida. De buen grado os imparto la bendición apostólica.
4. En este clima de íntimo gozo me alegra felicitar cordialmente a la comunidad diocesana de Nocera Inferiore-Sarno, que ha visto elevados juntos al honor de los altares a dos de sus hijos sacerdotes: Alfonso María Fusco y Tomás María Fusco. Aunque no eran parientes, sino hermanos en el sacerdocio, la Providencia ha querido unirlos ahora también en la gloria de los bienaventurados en el cielo. Saludo al obispo, monseñor Gioacchino Illiano, y a todos vosotros, que habéis venido en gran número de la diócesis. Con especial afecto me dirijo a las hijas espirituales de los dos nuevos beatos: las Religiosas de San Juan Bautista y las Hijas de la Caridad de la Preciosísima Sangre. Queridas hermanas, vuestra alegría es también mía y de toda la Iglesia.
Os agradezco la fidelidad devota y efectiva con que habéis honrado la memoria de vuestros fundadores, cuya ejemplaridad ha encontrado ahora un solemne reconocimiento eclesial.
En Angri, su ciudad, el canónigo Alfonso María Fusco era venerado por su espíritu de humildad y sencillez, que le granjeaba simpatía y confianza. Con la serenidad interior típica de los santos, debida a su fe absoluta en Dios y en su providencia, logró realizar el "sueño" de su vida: fundar una congregación femenina para la asistencia y la educación de la juventud necesitada. Las religiosas bautistinas difunden hoy su mensaje en muchas partes del mundo.
También el beato Tomás María Fusco fue un apóstol de la caridad. A la infinita caridad del Padre, que se manifestó en la Sangre Preciosísima de Jesús, derramada por su "tiernísimo amor", respondió con una entrega incondicional en el ministerio sacerdotal y al servicio de los humildes y los pobres. Hoy, su programa de vida continúa gracias a vosotras, amadísimas Hijas de la Caridad de la Preciosísima Sangre, que lo hacéis presente y actual en vuestra actividad diaria.
5. Me dirijo ahora a vosotros, hermanos y hermanas que exultáis por la beatificación de Eugenia Picco, originaria de la Iglesia ambrosiana e hija adoptiva de la Iglesia de Parma. Saludo con afecto a los pastores de vuestras comunidades eclesiales, así como a las Pequeñas Hijas de los Sagrados Corazones de Jesús y María y a todos vosotros, queridos peregrinos que habéis venido para rendir homenaje a la nueva beata. En la congregación fundada por el venerable Agustín Chieppi, fue animadora sabia y prudente de sus hermanas, según las indicaciones recibidas del fundador.
Insertada plenamente en la Iglesia local, se convirtió en madre de todos, especialmente de los pobres, con quienes compartió dramas, luchas y esperanzas. La experiencia de la enfermedad, sobre todo durante los últimos años de su vida, purificó su alma. Ahora puede enseñar a todos cómo se afrontan las situaciones difíciles con la ayuda de la gracia, cómo se sirve a la Iglesia con la fuerza de la contemplación y cómo se trata a los hermanos con el ardor de la caridad.
6. Amadísimos hermanos y hermanas, a la vez que damos gracias al Señor por los luminosos ejemplos de santidad dados por los nuevos beatos, le renovamos la súplica por la paz: "Da pacem Domine in diebus nostris, Concede, Señor, la paz en nuestros días".
Que nos acompañe y sostenga siempre la Virgen María, amada tiernamente por los nuevos beatos. A su protección materna os encomiendo a todos, mientras os bendigo de corazón juntamente con vuestras comunidades eclesiales, religiosas y familiares.
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