ORACIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
EN EL MEMORIAL DE TZITZERNAKABERD
Miércoles 26 de septiembre de 2001
Juez de vivos y muertos, ten piedad de nosotros.
Escucha, Señor, la lamentación
que se eleva desde este lugar,
la invocación de los muertos desde
los abismos del Metz Yeghérn,
el grito de sangre inocente
que implora como la sangre de Abel,
como Raquel que llora a sus hijos, porque ya no existen.
Escucha, Señor, la voz del Obispo de Roma,
que repite la súplica de su predecesor,
el Papa Benedicto XV,
cuando en el año 1915 elevó su voz en defensa
"del pueblo armenio gravemente afligido,
empujado hasta el umbral de la aniquilación".
Mira al pueblo de esta tierra,
que desde hace tanto tiempo ha puesto en ti su confianza,
que ha pasado por la gran tribulación
y siempre se ha mantenido fiel a ti.
Enjuga las lágrimas de sus ojos
y haz que su agonía durante el siglo XX
se transforme en una cosecha de vida
que dura para siempre.
Profundamente turbados
por la terrible violencia infligida al pueblo armenio,
nos preguntamos con estupor
cómo es posible que el mundo
siga sufriendo aberraciones tan inhumanas.
Pero, renovando nuestra esperanza en tu promesa, Señor,
imploramos para los difuntos
el descanso en la paz que no tiene fin,
y la cicatrización, por la fuerza de tu amor,
de heridas aún abiertas.
Nuestra alma espera en ti, Señor,
como el centinela espera la aurora,
mientras aguardamos el cumplimiento
de la redención conquistada en la cruz,
la luz de Pascua, que es el alba de una vida invencible,
la gloria de la nueva Jerusalén,
donde ya no habrá muerte.
Juez de vivos y muertos, ten piedad de nosotros.
Señor, ten piedad
Cristo, ten piedad.
Señor, ten piedad.
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