MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A MONSEÑOR GIUSEPPE VERUCCHI,
ARZOBISPO DE RÁVENA-CERVIA (ITALIA)
Al venerado hermano
GIUSEPPE VERUCCHI
Arzobispo de Rávena-Cervia
1. Este año se celebra el milenario de la construcción de la primera iglesia dedicada en Rávena a san Adalberto, obispo de Praga, y del envío a Polonia de los monjes Giovanni de Classe y Benedetto de Benevento.
En esta feliz circunstancia, deseo unirme a la alegría de toda la archidiócesis de Rávena-Cervia al elevar al Señor una ferviente acción de gracias porque quiso hacerla partícipe, de modo singular, del anuncio cristiano a los pueblos eslavos y, en especial, al polaco.
Deseo que las solemnes celebraciones jubilares, que comenzaron el pasado otoño y que ahora están a punto de terminar, susciten en el pueblo de Dios que está en Rávena-Cervia asombro y gratitud por los signos luminosos encendidos en su seno por el amor de Dios, así como un renovado celo misionero al seguir las huellas de tan grandes testigos de la fe, cuya memoria está viva en esa comunidad eclesial.
Al inicio del segundo milenio, de la antigua y noble ciudad de Rávena, convertida en una importante encrucijada de caminos de la fe cristiana, salieron diversas misiones apostólicas que, en pocos decenios, contribuyeron de manera decisiva a la implantatio ecclesiae en Europa oriental, donde se habían asentado los pueblos eslavo y magiar.
2. En ese marco, destaca la figura del abad san Romualdo, que en la isla de Peréo, entre las actuales San Alberto y Mandriole, había fundado un eremitorio, reuniendo en torno a sí una comunidad monástica. El emperador Otón III, de vuelta de su peregrinación a la tumba de su antiguo maestro y amigo san Adalberto, en la ciudad polaca de Gniezno, transmitió al santo abad la petición de Boleslao I, soberano de Polonia, de poder recibir misioneros que prosiguieran la obra evangelizadora interrumpida por la muerte violenta del obispo de Praga. Dos monjes romualdinos, Giovanni de Classe y Benedetto de Benevento, partieron en el verano de 1001 y llegaron a Polonia en otoño del mismo año.
El joven emperador trató de implicar a san Romualdo en el generoso proyecto, madurado bajo la guía y la inspiración del Papa Silvestre II, de promover la difusión de la fe católica entre los eslavos. Con ese fin, fundó un monasterio, separado del eremitorio, para la formación de los monjes destinados a la misión en los países orientales y, en otoño de 1001, se edificó la nueva iglesia, dedicada al mártir san Adalberto. En ella se depositó una valiosa reliquia del santo, llevada desde Polonia por el mismo emperador y donada a san Romualdo.
¿Qué impulsó a estos fieles discípulos de Cristo a embarcarse en una empresa tan compleja? ¿Por qué lo dejaron todo y eligieron vivir entre pueblos diversos y, por entonces, casi desconocidos? Los animaba, sin duda, una viva fe en la fuerza liberadora del Evangelio y un deseo vital de anunciar, incluso a costa del martirio, a Cristo salvador.
3. El amor a Cristo, que caracterizó la existencia de san Adalberto, obispo de Praga, de san Romualdo y de los santos monjes Giovanni y Benedetto, debe seguir impulsando a cuantos quieran proseguir su obra misionera. En efecto, el proyecto de evangelización del Papa Silvestre II y del emperador Otón III supera el marco histórico de entonces, y para los creyentes de hoy se convierte en estímulo a ser cada vez más conscientes de que el gran mosaico de la identidad social y religiosa del continente europeo tiene en la fe cristiana uno de los principales factores de su unidad más profunda.
Por tanto, las celebraciones del milenario representan una singular ocasión para reflexionar en el patrimonio espiritual y cultural recibido de ellos en herencia. Su estilo de vida y su amor al hombre, animado por la fuerza del Evangelio, constituyen un modelo válido y precioso para construir una sociedad fundada en los valores de la espiritualidad, del respeto a la persona, de la búsqueda del diálogo y de la concordia entre los hombres y los pueblos.
A los cristianos de nuestro tiempo, herederos de un patrimonio tan rico de fe y de civilización, les corresponde desempeñar a fondo su papel. Se les pide que infundan en la sociedad actual, con el anuncio y el testimonio del Evangelio, el suplemento de alma y la fuerza ideal que constituyen la garantía de un futuro prometedor y fecundo.
4. Que el recuerdo de Adalberto, Romualdo, Giovanni y Benedetto, en esta celebración jubilar, impulse a esa comunidad diocesana y a todos los cristianos a salvaguardar la dimensión espiritual y moral de Europa, ofreciendo al proyecto de la unidad de los pueblos europeos un "fundamento trascendente" mediante un reconocimiento explícito de los "derechos de Dios". Esta es la única garantía verdaderamente indiscutible de la dignidad del hombre y de la libertad de los pueblos.
Superando las normativas técnicas, administrativas, económicas y monetarias, por lo demás necesarias, se debe recuperar la identidad auténtica y el patrimonio de civilización que tienen en el cristianismo un componente fundamental, inspirador del sueño de un universalismo europeo que se ha conservado durante tantas generaciones.
Adalberto, Romualdo, Giovanni y Benedetto encontraron en la fe cristiana las motivaciones para superar la tentación de estrechas visiones existenciales y políticas. Así, se preocuparon por el destino de pueblos en gran parte desconocidos. También ahora la plena adhesión a valores de matriz cristiana, como la espiritualidad, la solidaridad, la subsidiariedad y la centralidad de la persona, será lo que permitirá a Europa desarrollarse de manera armoniosa y desempeñar un papel significativo en el concierto de las naciones.
5. Los pueblos de Europa oriental, primeros beneficiarios de los acontecimientos que este año se celebran en Rávena, darán sin duda, por su parte, una aportación eficaz al proyecto de relanzamiento de la identidad europea. Desde hace algunos años se han liberado de dictaduras ateas y comunistas, que intentaron desarraigar de su cultura y de su vida los valores religiosos y morales que estaban profundamente inscritos en su historia nacional. Afortunadamente, con la libertad recuperada, se ha constatado que ese patrimonio, lejos de haber sido eliminado, ha adquirido en algunos casos, precisamente gracias a las persecuciones, nuevo vigor, y puede ofrecerse como principal contribución a los pueblos de Europa occidental, a menudo víctimas del mal sutil de la indiferencia y del secularismo.
¡Ojalá que este intercambio de dones enriquezca a todos! Para que esto suceda es importante que, al adentrarnos en el tercer milenio, nuestra mirada permanezca fija en Cristo, Redentor del hombre ayer, hoy y siempre. Él es la roca firme sobre la que se puede construir un mundo más justo y solidario.
A la vez que invoco sobre usted, venerado hermano, sobre los sacerdotes, los religiosos y las religiosas, y sobre la amada archidiócesis de Rávena-Cervia la intercesión materna de la Virgen María, de san Adalberto, de san Romualdo, de los cinco hermanos protomártires de Polonia y de todos los santos que han enriquecido la historia espiritual de esa comunidad eclesial, imparto de corazón a todos una especial bendición apostólica, prenda de gracia y de fervor espiritual.
Vaticano, 23 de abril de 2002
JUAN PABLO II
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