DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A LOS MIEMBROS DE LAS ACADEMIAS PONTIFICIAS
Martes 29 de octubre de 2002
1. Me alegra particularmente dirigiros mi saludo cordial a todos vosotros, que participáis en la VII sesión pública de las Academias pontificias, comprometidas con gran generosidad, cada una en su ámbito propio de investigación y de iniciativa, a promover eficazmente un nuevo humanismo cristiano para el tercer milenio.
Saludo con afecto al señor cardenal Paul Poupard, presidente del Consejo de coordinación de las Academias pontificias, y le agradezco las amables palabras que ha querido dirigirme en nombre de los presentes. Saludo también a los señores cardenales y a los embajadores presentes, a los obispos y a los sacerdotes, así como a todos los presentes.
2. Esta asamblea de las Academias pontificias está dedicada a la reflexión mariológica y ha sido preparada por la Pontificia Academia Mariana internacional y por la Pontificia Academia de la Inmaculada. Saludo en particular a los dos presidentes y a los expertos relatores, así como a los académicos presentes.
En el tema de esta sesión, María, "aurora luminosa y guía segura" de la nueva evangelización, habéis querido reflexionar en las palabras con las que concluí mi carta apostólica Novo millennio ineunte, encomendando a María, Madre de Dios y Madre de todos los creyentes, el destino del nuevo milenio y el camino de la Iglesia. Una vez más quise indicarla como "Estrella de la nueva evangelización", para que sea de verdad, en el corazón y en la mente de todo discípulo del Señor, la estrella que ilumine y guíe el camino hacia Cristo.
"Recomenzar desde Cristo" es la exhortación que dirigí a toda la Iglesia al término del gran jubileo del año 2000. Recomenzar desde Cristo, aprendiendo a contemplar y amar su rostro, en el que resplandece la gloria del Padre.
3. ¿Quién mejor que María, la Virgen Madre, puede ayudarnos e impulsarnos en este compromiso? ¿Quién mejor que ella puede enseñarnos a contemplar y amar el rostro que ella miró con inmenso amor y con entrega total durante toda su vida, desde el momento del nacimiento hasta la hora de la cruz y, después, en el alba de la Resurrección? El evangelio de san Lucas nos dice, dos veces, que María "guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón" (Lc 2, 19 y 51). El corazón de María es un cofre valioso donde se custodian también para nosotros las riquezas de Cristo.
Si es verdad, como afirma el concilio Vaticano II en la constitución Gaudium et spes, que sólo en el misterio de Cristo se esclarece plenamente el misterio del hombre (cf. n. 22), y, por consiguiente, también el misterio de María, la excepcional hija de la estirpe humana (cf. Redemptoris Mater, 4), es igualmente verdad que en el rostro de Cristo y en los rasgos de su humanidad se reflejan las características de su madre, su estilo educativo y su modo de ser y de sentir. Por eso, si queremos contemplar a fondo el rostro de Cristo, debemos recurrir a María que, al acoger plenamente el proyecto de Dios, "plasmó" de modo singularísimo al Hijo, acompañando paso a paso su crecimiento.
Por tanto, podemos aceptar también nosotros la invitación que san Bernardo dirige al sumo poeta Dante Alighieri: "Contempla de nuevo el rostro que más se asemeja a Cristo, pues su luminosidad te puede llevar a ver a Cristo" (Divina Comedia, Paraíso XXXII, 85-87). María es en verdad la aurora luminosa de la nueva evangelización, la guía segura del camino de la Iglesia en el tercer milenio.
4. Así pues, reviste gran importancia el compromiso teológico, cultural y espiritual de cuantos, comenzando por vosotros, queridos académicos de la Pontificia Academia Mariana internacional y de la Pontificia Academia de la Inmaculada, reflexionan en la figura de María santísima, para conocerla de manera cada vez más profunda. Esto supone también una investigación interdisciplinar que desarrolle la reflexión mariológica, indagando nuevas fuentes, además de las más tradicionales, para hallar ulteriores datos de investigación teológica. Pienso, por ejemplo, en los santos y en su experiencia personal, así como en el arte cristiano, que ha tenido siempre en María uno de sus temas preferidos, y en la piedad popular, que, privilegiando la dimensión "afectiva", nos ha dejado grandes testimonios sobre la misión de María en la vida de la Iglesia.
El 150° aniversario de la proclamación dogmática de la Inmaculada Concepción de María será una ocasión propicia para intensificar este compromiso. Las dos Pontificias Academias Marianas, cada una en su ámbito propio de actividad y con sus competencias específicas propias, están llamadas a dar toda su contribución para que ese aniversario sea ocasión de un renovado esfuerzo teológico, cultural y espiritual por comunicar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo el sentido y el mensaje más auténtico de esta verdad de fe.
5. Amadísimos hermanos y hermanas, ya sabéis todos que quise instituir el premio de las Academias pontificias para estimular el compromiso de jóvenes estudiosos y de instituciones que dedican su actividad a la promoción del humanismo cristiano. Por eso, acogiendo la propuesta del Consejo de coordinación de las Academias pontificias, en esta solemne ocasión me alegra entregar este premio a la doctora Rosa Calì por su tesis doctoral titulada: "Los textos antimariológicos en la exégesis de los Padres, de Nicea a Calcedonia". Además, como signo de aprecio y aliento, deseo dar una medalla del pontificado al padre Stanislaw Bogusz Matula y a sor Philomena D'Souza, por los valiosos estudios que han realizado.
Por último, al concluir esta solemne sesión, quisiera manifestar a todos los académicos mi profundo aprecio por la actividad realizada, expresándoles mi deseo de un renovado y generoso compromiso en el campo teológico, espiritual y pastoral tertio millennio ineunte. Con estos sentimientos, os encomiendo a cada uno a la protección materna de la Virgen María, y de corazón imparto a todos una especial bendición apostólica.
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