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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA DELEGACIÓN ENVIADA POR SU SANTIDAD BARTOLOMÉ I,
PATRIARCA DE CONSTANTINOPLA


Sábado 28 de junio de 2003

 

Queridos hermanos en Cristo: 

1. Con alegría os doy la bienvenida al Vaticano para este encuentro anual con ocasión de la solemnidad de San Pedro y San Pablo. Vuestra presencia aquí, como representantes del patriarca ecuménico, Su Santidad Bartolomé I, es un signo de nuestro amor común a Cristo y un acto de fraternidad eclesial, con el que reafirmamos el legado de amor y unidad que el Señor dejó a su Iglesia, construida sobre los Apóstoles. Estos encuentros anuales alimentan nuestra relación fraterna y sostienen nuestra esperanza, mientras avanzamos paso a paso por el camino hacia la comunión plena y la superación de nuestras divisiones históricas.

2. Doy gracias al Señor porque, durante el año que acaba de transcurrir, la Santa Sede ha tenido muchas ocasiones de encuentro y cooperación con el Patriarcado ecuménico. Entre estas, deseo recordar el mensaje que envié a Su Santidad Bartolomé I con ocasión del V Simposio sobre el ambiente, que comenzó en mi país natal, Polonia. Aprecio mucho las amables palabras y los buenos deseos que Su Santidad expresó recientemente en dos conferencias ante la proximidad del vigésimo quinto aniversario de mi pontificado. Por último, agradezco profundamente los esfuerzos realizados por el Patriarcado ecuménico durante los meses pasados para coordinar la continuación del trabajo de la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas. Os pido que aseguréis a Su Santidad mis fervientes oraciones para que esta iniciativa, indispensable para nuestro progreso en la unidad, se vea coronada por el éxito.

Los rápidos cambios que tienen lugar en el mundo de hoy exigen que todos los cristianos muestren cómo el evangelio de Jesucristo puede iluminar las cuestiones éticas fundamentales que afronta la familia humana, entre ellas la necesidad urgente de promover el diálogo interreligioso, trabajar para poner fin a las injusticias que crean conflictos y enemistad entre los pueblos, salvaguardar la creación de Dios y afrontar los desafíos planteados por los nuevos avances de la ciencia y la tecnología. Aquí en Europa, los seguidores del Señor, en especial, deben cooperar en el reconocimiento y revitalización de las raíces espirituales que están en el centro de la historia y de la cultura del continente. La consolidación de la unidad y la identidad europeas requiere que los cristianos, como testigos de la misericordia salvífica de Dios uno y trino, desempeñen un papel específico en el actual proceso de integración y reconciliación. La Iglesia de Cristo, ¿no está llamada ante todo a ofrecer al mundo un modelo de armonía, de tolerancia mutua y de caridad fecunda, que revele la fuerza de la gracia de Dios para superar todas las divisiones y discordias humanas?

3. Queridos hermanos, mientras tratamos de progresar en el diálogo de la verdad y en el diálogo de la caridad, no nos desanimemos ante las dificultades que encontramos. Siempre podemos seguir adelante, si nos esforzamos por cumplir la voluntad del Señor sobre la unidad de sus discípulos. Debemos continuar nuestros esfuerzos, fortalecer nuestro deseo de unidad, y no desaprovechar ninguna oportunidad de crecer hacia la plena comunión y cooperación, presentando siempre a Dios en la oración nuestras necesidades, nuestras esperanzas y nuestras faltas, para que él nos sane con su gran misericordia.

Os encomiendo estos sentimientos a vosotros, mientras os pido que transmitáis mi saludo fraterno a Su Santidad Bartolomé I y al Santo Sínodo. El Señor nos conceda la fuerza para dar fiel testimonio de él, y para orar y trabajar sin cesar por la unidad y la paz de su santa Iglesia.

 



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