MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LAS PARTICIPANTES EN EL XV CAPÍTULO GENERAL
DE LAS MISIONERAS DEL APOSTOLADO CATÓLICO
A la hermana Stella HOLISZ
Superiora general de las religiosas
Misioneras del Apostolado Católico
Con gran afecto en el Señor, le envío mi saludo a usted y a todas las hermanas Misioneras del Apostolado Católico, con ocasión de vuestro XV capítulo general, durante el cual reflexionaréis sobre el tema: "Reaviva tu primer amor: responde a los desafíos de hoy". A la vez que os aseguro mis oraciones por el éxito de vuestro encuentro, doy gracias al Señor por vuestra entrega a su reino. Confío en que vuestro capítulo, guiado por el Espíritu Santo e inspirándose en el ejemplo de san Vicente Pallotti, impulsará a todas las hermanas a renovar su compromiso de testimoniar la unidad indisoluble del amor a Dios y del amor al prójimo (cf. Vita consecrata, 63).
Vuestra vocación de misioneras, modelada según la vida de los Apóstoles, muestra de modo elocuente que cuanto más se vive en Cristo tanto más se le sirve en los demás, yendo incluso hasta las fronteras más lejanas de la misión y afrontando los mayores peligros (cf. ib., 76). El firme compromiso de dar a conocer y amar a Cristo tiene su origen sublime en el "amor fontal" del Padre hecho presente en la misión del Hijo y del Espíritu Santo (cf. Ad gentes, 2). Atraídas por el amor apremiante de Cristo, no podéis por menos de hablar (cf. Hch 4, 20) de esta fuente de esperanza y alegría que suscitó vuestra primera respuesta a la llamada del Señor y que sigue fortaleciéndoos en la vida de servicio apostólico a los demás.
En un mundo donde las sombras de la pobreza, la injusticia y el secularismo se ciernen sobre todos los continentes, la necesidad de discípulos auténticos de Jesucristo es más urgente que nunca. Precisamente testimoniar el evangelio de Cristo disipa las tinieblas e ilumina el camino de la paz, fomentando la esperanza en el corazón de las personas, incluso de las más marginadas y rechazadas. Los hombres y mujeres de diversas religiones, culturas y grupos sociales con quienes os encontráis, los cuales buscan sentido y dignidad para su vida, no podrán nunca ver cumplidos sus anhelos con una vaga religiosidad. Sólo mediante la fidelidad gozosa a Cristo y anunciándolo valientemente como Señor -un testimonio fundado en su mandamiento de ir y hacer discípulos a todas las gentes (cf. Mt 28, 19)-, podéis ayudar a los demás a que lo conozcan. Al hacerlo, experimentaréis la belleza plena y la fecundidad de vuestra vocación misionera.
Queridas hermanas, la Iglesia no sólo os pide que "habléis" de Cristo a aquellos a quienes servís, sino también que se lo "mostréis" (cf. Novo millennio ineunte, 16). Este testimonio exige que vosotras mismas contempléis primero el rostro de Cristo. Por esta razón, vuestros programas de formación inicial y permanente deben ayudar a todas las hermanas a conformarse totalmente con Cristo y con su amor al Padre. Para que esta formación sea verdaderamente cristiana, cada uno de sus aspectos debe apoyarse en un profundo fundamento espiritual que modele la vida de cada hermana. De este modo, no sólo seguiréis "viendo" a Dios con los ojos de la fe, sino que también seréis eficientes al hacer que su presencia sea "perceptible" a los demás a través del ejemplo de vuestra propia vida (cf. Vita consecrata, 68), vida caracterizada por el celo y la compasión por los pobres, tan fácilmente asociados a vuestro amado fundador.
Invocando sobre vosotras la intercesión de san Vicente Pallotti, de cuyo dies natalis se celebra hoy el aniversario, y la protección de vuestra patrona, María, Reina de los Apóstoles, le imparto de buen grado a usted y a todas las hermanas Misioneras del Apostolado Católico mi bendición apostólica.
Vaticano, 22 de enero de 2004
JUAN PABLO II
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