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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
 AL NUEVO EMBAJADOR DE UCRANIA ANTE LA SANTA SEDE*

Viernes 7 de mayo de 2004

 

Señor embajador:

1. Acojo de buen grado las cartas que le acreditan como nuevo representante de Ucrania ante la Santa Sede. En esta feliz circunstancia me complace expresarle mi saludo y darle mi más cordial bienvenida.

He apreciado las amables palabras que me acaba de dirigir y le ruego que transmita al señor Leonid Danilovic Kucma, presidente de Ucrania, mi gratitud por el saludo especial que me ha enviado a través de usted. Por mi parte, quiero corresponder a esos sentimientos con mis mejores deseos para su elevada misión de primer ciudadano de la amada nación ucraniana, a la que envío un afectuoso y cordial saludo.

2. Con razón, el pueblo ucraniano, por las tradiciones y la cultura que lo caracterizan, se siente parte de Europa y desea entablar una relación más intensa con las demás naciones del continente, conservando las características políticas y culturales que lo distinguen.

La Santa Sede cree que esas legítimas aspiraciones merecen una atenta consideración, porque son útiles para el proyecto de la colaboración europea. Ucrania, situada como encrucijada de Oriente y Occidente, podrá cumplir mejor su misión de encuentro entre pueblos y culturas diferentes si mantiene intacta su fisonomía peculiar. Si sigue progresando con diligencia en los campos espiritual y social, político y económico, podrá convertirse en un significativo laboratorio de diálogo, desarrollo y cooperación con todos y en favor de todos.

Pero para alcanzar ese objetivo, es preciso que todos los hijos de Ucrania, cada uno según su propia responsabilidad y competencia, se dediquen con clarividente generosidad a buscar el bien común. Eso exige que los representantes del pueblo, los responsables de la administración pública, los hombres de cultura y los agentes económicos pongan desinteresadamente al servicio del auténtico progreso de la patria sus capacidades, prestando atención especial a los pobres, a los jóvenes que buscan trabajo, a los niños, incluidos los que se encuentran aún en el seno materno.

La Iglesia católica, en la medida de sus posibilidades y dentro del pleno respeto de la legítima esfera de acción de las autoridades civiles, contribuirá a la construcción de una nación próspera y pacífica.

3. Señor embajador, al darle hoy la bienvenida, me viene a la mente la visita que la Providencia me concedió realizar hace tres años a Ucrania, tierra de encuentro entre pueblos diversos por culturas y tradiciones. No puedo olvidar Kiev, sus cúpulas de oro, sus espléndidos jardines, su pueblo emprendedor y abierto, y Lvov, ciudad de insignes monumentos, llenos de recuerdos cristianos, y caracterizada por una genuina y cordial hospitalidad.

Desde que, hace más de mil años, en las riberas del Dniéper las aguas del bautismo injertaron a los pueblos de Ucrania en la gran familia de los discípulos de Cristo, esa tierra ha alcanzado un gran desarrollo de su identidad cultural y espiritual. El Evangelio ha modelado su vida, su cultura y sus instituciones; por eso, hoy Ucrania tiene la gran responsabilidad de apreciar, defender y promover su herencia cristiana, rasgo distintivo de la nación, que no logró deteriorar profundamente ni siquiera la funesta dictadura del comunismo.

La Iglesia de buen grado quiere sostener esa identidad. Como usted ha recordado oportunamente, el Gobierno quiere aplicar una política de libertad religiosa, permitiendo a las comunidades eclesiales el cumplimiento de su misión. En ese contexto de buena voluntad, es de desear que se llegue pronto a una definición jurídica de las Iglesias, en una situación de igualdad efectiva entre todas, y que al mismo tiempo se logren acuerdos dignos sobre la enseñanza religiosa y sobre el reconocimiento estatal de la teología como disciplina universitaria. Asimismo, es de desear que se estipulen acuerdos satisfactorios en el ámbito, más delicado, de la restitución de los bienes eclesiásticos confiscados durante la dictadura comunista.

4. Cuando pienso en la situación religiosa del amado pueblo ucraniano, no puedo por menos de considerar que los discípulos de Cristo por desgracia se presentan aún divididos y el conjunto de la comunidad ucraniana ve esa situación con cierta tristeza. Sin embargo, se está desarrollando el diálogo ecuménico, que lleva a entenderse cada vez mejor en el respeto recíproco y en la búsqueda constante de la unidad querida por Cristo. Ojalá que prosiga este diálogo sincero y clarividente; más aún, que se intensifique gracias a la contribución de todos.

Por lo que atañe a la Iglesia católica en Ucrania, desde la independencia del país hasta hoy, ha vivido una prometedora primavera de esperanza y todos sus componentes se sienten impulsados por el deseo de llegar a la unidad plena con todos los cristianos.

Señor embajador, en el momento en que se dispone a asumir su elevada misión, me complace confirmarle que aquí, en el Vaticano, en mis colaboradores podrá encontrar siempre mentes y corazones dispuestos a prestarle todo tipo de asistencia y apoyo, para que pueda desempeñar de la mejor manera posible la misión que le ha sido encomendada. Por mi parte, a la vez que le deseo de corazón que se afiancen cada vez más, también gracias a su contribución personal, los vínculos ya firmes que unen al país que usted representa con la Santa Sede, invoco abundantes bendiciones divinas sobre usted, sobre los miembros del Gobierno y sobre todo el pueblo ucraniano, por el que siento un afecto especial.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n. 23, p.6 (p.294).

 



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