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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE LA ARCHIDIÓCESIS DE SPLIT-MAKARSKA (CROACIA)


Viernes 1 de octubre de 2004

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra daros mi cordial bienvenida a todos vosotros, que habéis venido en peregrinación a Roma con ocasión del XVII centenario del martirio de san Domnio, patrono de vuestra comunidad diocesana y de la ciudad de Split.

Saludo con afecto a vuestro arzobispo, monseñor Marin Barisic, al que agradezco las palabras que me ha dirigido también en nombre de todos vosotros. Saludo asimismo a vuestro arzobispo emérito, monseñor Ante Juric. Saludo también a monseñor Frane Franic, presente espiritualmente.

Un saludo especial también para los sacerdotes. Dirijo, además, mi deferente saludo al alcalde de Split, al presidente del condado de Split-Dalmacia y a las demás autoridades que han venido aquí.

Vuestra presencia me ofrece la oportunidad de recordar con placer la cordial acogida que me brindasteis durante la visita pastoral a vuestra archidiócesis, el 4 de octubre de 1998.

2. De los lugares en los que san Domnio y los demás mártires de vuestras regiones han dado testimonio de Cristo desde los primeros siglos hasta nuestros días, habéis venido a visitar las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo y de los demás mártires de Roma. Así habéis querido manifestar vuestra adhesión a la fe que ellos mismos confesaron.

Esta adhesión requiere un compromiso de constante fidelidad a Cristo y a la Iglesia, con vistas a un testimonio valiente y coherente en la familia, en los lugares de estudio y de trabajo, y en los demás ambientes de la sociedad. Por tanto, esforzaos por promover un humanismo cristiano coherente en todas las circunstancias de vuestra vida, tanto en la esfera privada como en la pública. Que os guíe y sostenga el ejemplo heroico de san Domnio y de los demás mártires, que, impulsados por una firme fe en Cristo, se han entregado por el bien de los hermanos.

3. Que os asista con su maternal protección la santísima Virgen María, Reina de los mártires, y os acompañe siempre la intercesión de vuestro patrono celestial.

Que sobre cada uno de vosotros, sobre vuestras familias, sobre vuestra archidiócesis, así como sobre vuestra amada patria descienda la abundancia de las gracias divinas, de las que quiere ser prenda la bendición apostólica que os imparto de todo corazón.

¡Alabados sean Jesús y María!



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