VIAJE APOSTÓLICO A RÍO DE JANEIRO
DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL CONGRESO TEOLÓGICO-PASTORAL
DEL II ENCUENTRO MUNDIAL DE LAS FAMILIAS
3 de octubre de 1997
Venerables hermanos en el episcopado;
queridos congresistas:
1. Siento una gran alegría al reunirme con las familias que participaron, en representación de varias naciones, en este Congreso teológico-pastoral celebrado con vistas al II Encuentro mundial de las familias. Os saludo a vosotros, venerables hermanos en el episcopado de Brasil, de América Latina y del mundo entero, y saludo igualmente a las familias presentes y a todas aquellas a las que representan. A la vez que pido al Todopoderoso abundantes gracias de sabiduría y fortaleza, que sirvan de estímulo para reafirmar con fe el lema: «La familia: don y compromiso, esperanza de la humanidad», quisiera reflexionar con vosotros sobre varios aspectos y exigencias del trabajo apostólico y pastoral con las familias que debéis realizar.
Algunas de las consideraciones, que os propongo de modo particular a vosotros los obispos, maestros de la fe y pastores de la grey —llamados a infundir un renovado dinamismo a la pastoral familiar—, ya han sido objeto de atento estudio en el Congreso teológico-pastoral. Agradezco al cardenal Alfonso López Trujillo, presidente del Consejo pontificio para la familia, el saludo que me ha dirigido e invito a los participantes —delegados de las Conferencias episcopales, los movimientos, las asociaciones y los grupos—, procedentes de todo el mundo, a profundizar y difundir con entusiasmo los frutos de este trabajo, emprendido con plena fidelidad al Magisterio de la Iglesia.
El proyecto original de Dios Padre
2. El hombre es el camino de la Iglesia. Y la familia es la expresión primordial de este camino. Como escribí en la Carta a las familias, «el misterio divino de la encarnación del Verbo está (...) en estrecha relación con la familia humana. No sólo con una, la de Nazaret, sino, de alguna manera, con cada familia, análogamente a cuanto el concilio Vaticano II afirma del Hijo de Dios, que en la Encarnación "se ha unido, en cierto modo, con todo hombre" (Gaudium et spes, 22). Siguiendo a Cristo, "que vino" al mundo "para servir" (Mt 20, 28), la Iglesia considera el servicio a la familia humana una de sus tareas esenciales. En este sentido, tanto el hombre como la familia constituyen "el camino de la Iglesia"» (Gratissimam sane, 2).
Así pues, el Evangelio ilumina la dignidad del hombre y redime todo lo que puede empobrecer la visión del hombre y de su verdad. Es en Cristo donde el hombre percibe la grandeza de su llamada como imagen e hijo de Dios; es en él donde se manifiesta en todo su esplendor el proyecto original de Dios Padre sobre el hombre; y es en Cristo donde ese proyecto alcanzará su plena realización. Asimismo, es en Cristo donde esta primera y privilegiada expresión de la sociedad humana, que es la familia, encuentra la luz y la plena capacidad de realización, de acuerdo con los planes de amor del Padre.
«Si Cristo "manifiesta plenamente el hombre al propio hombre", lo hace empezando por la familia en la que eligió nacer y crecer» (ib.). Cristo, lumen gentium, luz de los pueblos, ilumina los caminos de los hombres; e ilumina, sobre todo, la íntima comunión de vida y amor de los cónyuges, que en la vida de los hombres y de los pueblos es la encrucijada necesaria donde Dios siempre les sale a su encuentro.
Este es el sentido sagrado del matrimonio, presente de alguna manera en todas las culturas, a pesar de las sombras debidas al pecado original, y que adquiere una grandeza y un valor eminentes con la Revelación: «De la misma manera que Dios en otro tiempo salió al encuentro de su pueblo con una alianza de amor y fidelidad, ahora el Salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia, mediante el sacramento del matrimonio, sale al encuentro de los esposos cristianos. Permanece, además, con ellos para que, como él mismo amó a la Iglesia y se entregó por ella, así también los cónyuges, con su mutua entrega, se amen con perpetua fidelidad» (Gaudium et spes, 48).
La gran batalla de la dignidad del hombre
3. La familia no es para el hombre una estructura accesoria y extrínseca, que impida su desarrollo y su dinámica interior. «El hombre es, por su íntima naturaleza, un ser social y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás» (ib., 12). La familia, lejos de ser un obstáculo para el desarrollo y el crecimiento de la persona, es el ámbito privilegiado para hacer crecer todas las potencialidades personales y sociales que el hombre lleva inscritas en su ser.
La familia, fundada en el amor y vivificada por él, es el lugar en donde cada persona está llamada a experimentar, hacer propio y participar en el amor sin el cual el hombre no podría existir y toda su vida carecería de sentido (cf. Redemptoris missio, 10; Familiaris consortio, 18).
Las tinieblas que hoy afectan a la misma concepción del hombre atacan en primer lugar y directamente la realidad y las expresiones que le son connaturales. La persona y la familia corren parejas en la estima y en el reconocimiento de su dignidad, así como en los ataques y en los intentos de disgregación. La grandeza y la sabiduría de Dios se manifiestan en sus obras. Con todo, parece que hoy los enemigos de Dios, más que atacar de frente al Autor de la creación, prefieren herirlo en sus obras. El hombre es el culmen, la cima de sus criaturas visibles. «Gloria enim Dei, vivens homo; vita autem hominis, visio Dei» (San Ireneo, Adv. haer. IV, 20, 7).
Entre las verdades ofuscadas en el corazón del hombre, a causa de la creciente secularización y del hedonismo dominante, se ven especialmente afectadas todas las que se relacionan con la familia. En torno a la familia y a la vida se libra hoy la batalla fundamental de la dignidad del hombre. En primer lugar, la comunión conyugal no es reconocida ni respetada en sus elementos de igualdad en la dignidad de los esposos, y de necesaria diversidad y complementariedad sexual. La misma fidelidad conyugal y el respeto a la vida, en todas las fases de su existencia, se ven subvertidos por una cultura que no admite la trascendencia del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios. Cuando las fuerzas disgregadoras del mal logran separar el matrimonio de su misión con respecto a la vida humana, atentan contra la humanidad, privándola de una de las garantías esenciales de su futuro.
Urgencia y prioridad de la pastoral familiar
4. El Papa ha querido venir a Río de Janeiro para saludaros con los brazos abiertos, como el Cristo Redentor que domina esta ciudad maravillosa desde la cima del Corcovado. Y ha venido para confirmaros en la fe, para sostener vuestro esfuerzo por testimoniar los valores evangélicos. Así pues, ante los problemas centrales de la persona y de su vocación, la actividad pastoral de la Iglesia no puede responder con una acción sectorial de su apostolado. Es necesario emprender una acción pastoral en la que las verdades centrales de la fe irradien su fuerza evangelizadora en los diversos sectores de la existencia, especialmente en los relativos a la familia. Se trata de una tarea prioritaria, fundada en «la certeza de que la evangelización, en el futuro, depende en gran parte de la Iglesia doméstica» (Familiaris consortio, 65). Es preciso despertar y presentar un frente común, inspirado y apoyado en las verdades centrales de la Revelación, que tenga como interlocutor a la persona y como agente a la familia.
Por eso, los pastores deben tomar cada vez mayor conciencia de que la pastoral familiar exige agentes con una esmerada preparación y, además, estructuras ágiles y adecuadas en las Conferencias episcopales y en las diócesis, que sirvan como centros dinámicos de evangelización, de diálogo y de acciones organizadas conjuntamente, con proyectos bien elaborados y planes pastorales.
Al mismo tiempo, deseo apoyar todo esfuerzo encaminado a promover estructuras organizativas adecuadas, tanto en el ámbito nacional como en el internacional, que asuman la tarea de entablar un diálogo constructivo con las instancias políticas, de las que depende en buena medida el destino de la familia y de su misión al servicio de la vida. Encontrar los caminos oportunos para seguir proponiendo con eficacia al mundo los valores fundamentales del plan de Dios, significa comprometerse en la defensa del futuro de la humanidad.
Una nueva evangelización
5. Además de iluminar y reforzar la presencia de la Iglesia como levadura, luz y sal de la tierra, para que no se descomponga la vida de los hombres, es necesario dar prioridad a programas de pastoral que promuevan la formación de hogares plenamente cristianos, y acrecienten en los esposos la generosidad de encarnar en sus propias vidas las verdades que la Iglesia propone para la familia humana.
La concepción cristiana del matrimonio y de la familia no modifica la realidad creatural, sino que eleva aquellos componentes esenciales de la sociedad conyugal: comunión de los esposos que generan nuevas vidas, las educan e integran en la sociedad, y comunión de las personas como vínculo firme entre los miembros de la familia.
6. Hoy, en este Centro de congresos —Río Centro—, invoco sobre vosotros, cardenales, arzobispos y obispos, representantes de las diversas Conferencias episcopales del mundo entero, y sobre los delegados del Congreso teológico-pastoral y sus familias, la luz y el calor del Espíritu Santo. A él se dirige la Iglesia, para que infunda en todos su presencia santificadora y renueve en la Esposa de Cristo «el celo misionero a fin de que todos lleguen a conocer a Cristo, verdadero Hijo de Dios y verdadero Hijo del hombre» (cf. Oración para el primer año de preparación al gran jubileo del año 2000). Mañana celebraremos en el estadio de Maracaná el Acto de testimonio, junto con todos vosotros que habéis traído aquí la inmensa riqueza, las preocupaciones y las esperanzas de vuestras Iglesias y vuestros pueblos, y que servirá de marco para la eucaristía del domingo, en la explanada de Flamengo, durante la cual viviremos, a la luz de la fe, el misterio del Pan vivo que bajó del cielo, el maná de las familias que van en peregrinación hacia Dios.
Hago votos para que, por la mediación de la santísima Virgen María, los frutos de este encuentro hallen corazones bien dispuestos a acoger las luces del Altísimo, con renovado celo misionero, de cara a una nueva evangelización de la familia y de toda la sociedad humana. Que el Espíritu del Padre y del Hijo, que es también el Espíritu-Amor, nos conceda a todos la bendición y la gracia que deseo transmitir a los hijos e hijas de la Iglesia y a toda la familia humana.
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